Los traumas que nos persiguen

La vida adulta es el resultado de la evolución de nuestras infancias. Cómo nos enseñaron a manejar el lenguaje del amor desde pequeños es el modelo que reproduciremos, evolucionaremos y utilizamos de base en nuestra vida adulta. Pero eso no quiere decir que sea el indicado.

Te traigo un caso de una mujer joven en sus veintipocos. Cuando fue una niña, su papá (que se había separado de su mamá y vuelto a formar una familia) le preguntó qué quería para su cumpleaños. Ella le pidió unas zapatillas con luces, que eran muy populares entre las niñas de su edad, y su padre prometió que se las regalaría. La niña estaba con mucha ilusión por su regalo prometido. Su padre apareció en su cumpleaños con una caja de zapatos, pero en lugar de tener las zapatillas deseadas tenía un hámster. Lloró desconsoladamente por semanas.

De adulta y ya casada, compraba a espaldas de su esposo zapatos casi compulsivamente, incluso, le mentía respecto a cuál era su verdadero sueldo para poder así comprar zapatos sin que se resintiera la economía familiar. Y los escondía en su casa: algunos nuevos, sin usar, que al ocupar mucho espacio terminaba regalando.

No voy a indagar en el campo de la psicología, de cómo influyó en su vida adulta esa experiencia traumática en la infancia. Quiero hacer foco en que el hecho de no poder gestionar las emociones de esa experiencia le produjo, a través de los años, de adulta le afectó en las relaciones humanas actuales. Terminó mintiéndole a su esposo, ocultándole esta compulsión, que lo vive como un secreto desagradable, provocando que traumas de la infancia interfieran con el presente, con su matrimonio, con su familia.

¿Cuántas veces por no poder manejar nuestras sombras, con comunicación asertiva, empatía y humildad, terminan afectando a los que más queremos?

Nuestra familia no tiene la culpa de nuestras heridas, pero sí puede ayudar a sanar, recomponer, evolucionar y acompañar. Tenemos que descubrir ese camino hacia nuestras sombras más oscuras, esas que no nos dejan avanzar con normalidad. Si no le llevamos luz, nunca nos dejaran de afectar.

Las relaciones familiares tienen mucho que ver con nuestro pasado. Nuestras experiencias como hijos nos condicionan como padres: podemos saber lo que sí queremos imitar y lo que definitivamente no queremos perpetuar, si nos damos ese espacio de reflexión, de diálogo interno, de misericordia hacia el pasado y a entender que cada persona/época/recursos son únicos.

Nuestros hijos merecen la mejor versión de nosotros como padres, nuestras parejas merecen nuestras mejores versiones. Pero, sobre todo, nosotros nos merecemos ser los mejores humanos, que podamos ser. Merecemos ser perdonados por nuestras falencias del pasado y merecemos la confianza de que de ello hemos aprendido para mejorar. Podemos ser verdugos o el magnánimos, y eso dependerá del amor que nos podamos tener a nosotros mismos.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Milagros Ramírez.

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