Luces y sombras de Memo

Después de participar en el Festival de Cine de Tribeca y llevarse a su paso el premio a Mejor Director en Nuevas Narrativas, Gaspar Antillo estrenó en Netflix su primer largometraje, «Nadie sabe que estoy aquí».

El film cuenta la historia de Memo (interpretado por Jorge García), un hombre que vive en un lugar recóndito del sur de Chile con su tío Braulio (Luis Gnecco) y algunos secretos escondidos tras su introspectiva personalidad. Gaspar Antillo le saca provecho al lenguaje audiovisual para narrar con toda la puesta en escena y hacerse contundente.

La primera imagen es una placa negra sobre la cual aparecen palabras al ritmo de la vocalización de un niño. Desde ese momento inicial, se gesta una mixtura entre la musicalidad y la sobriedad que van a marcar el tono de la película. Rápidamente conocemos a Memo, que se nos presenta con reiterados contraluces que le dan una entidad casi literal de sombra. Memo, además, se mete en casas vacías y las recorre sin dejar rastro como una nueva reafirmación de la invisibilidad, con un aire muy liviano de «Hierro 3» (Kim Ki Duk).

Mientras nos introducimos en el planteamiento del mundo dentro de la isla y la vida de Memo, se plantan elementos que progresan y adquieren nuevos sentidos a medida que avanza la película y dan cuenta de una organización de la puesta en escena que no da lugar a las casualidades. La chaqueta brillante, las estrellas, las campanas de viento que anteceden los momentos oníricos, el agua y la alarma, entre muchos otros.

El relato parece avanzar en clave de misterio, como si el género mismo fuera un McGuffin que impide que nos empalaguemos de la enorme ternura que verdaderamente tiene para ofrecer la película.

En conclusión, «Nadie sabe que estoy aquí» encontró su propio lugar y voz en la revoltosa actualidad de las películas efectistas y las insulsas que reniegan entre sí.