Nadie se atreva a tocar a mi vieja

En la década del 2000, las remakes de películas de terror solo eran reversiones que contenían los títulos originales, pero que en sus narraciones no se erigía ningún algún atisbo de singularidad. Únicamente se apoderaban de la marca sin repensar o justificar nuevas perspectivas de un personaje o de un nuevo contexto para reubicar los relatos. En los últimos años, la estrategia se direcciona hacia el concepto de grado cero mezclado con la idea de secuela de la película original de la cual se reversiona.

Podría fecharse a “Halloween” (2018) de David Gordon Green como la iniciadora de este movimiento batido (reboot y secuela al mismo tiempo), que barrió con todas las continuaciones de la saga creada por Debra Hill y John Carpenter. Lo mismo se pensó para la nueva “Masacre de Texas”, cuya historia pertenece a los uruguayos Fede Álvarez (“Posesión infernal”) y Rodo Sayagues (“No respires 2”). Aquí el villano Leatherface hibernó durante casi medio siglo tras los eventos ocurridos en la película de 1974 dirigida por Tobe Hopper. Unos hipsters e idealistas llegan a Harlow, un pueblo fantasma en Texas, con la intención de resucitarlo, aunque con las bases de construir un mundo mejor sin violencia y con comida gourmet. Entre la arrogancia generacional y el pasado sangriento del pueblo se genera un cóctel de resucitación para que el asesino de la motosierra regrese a la acción.

Si la medida son las secuelas, remakes y reboot que la saga sufrió, este nuevo esfuerzo “oriental” por revivir una franquicia de terror puede considerarse como razonable. Por supuesto, hay que dejar a un costado la brillante secuela en tono de comedia que dirigió el mismo Hopper en 1986, con el título local de “Masacre en el infierno”.

Allí, la idea original se corría hacia la banquina de la crudeza de la película original y abrazaba la comedia negra y el disparate. Las críticas a “la cultura de la cancelación” y a la gentrificación tienen su pincelada de brocha gorda, a pesar de ello, pueden pensarse como dispositivos para desatar las cualidades del slasher más puro. No faltan mutilaciones, decapitaciones ni cortes profundos de cuerpos que vuelan por los aires (ver la escena del autobús), sin embargo, también asoma la conexión dramática de la “secuela oficial”. En “Halloween” (2018), era Laurie Strode la que reaparecía para acabar de una vez por todas con el monstruo que acechó gran parte de su vida, ya sea en presencia como en ausencia. Lo mismo le sucede a Sally Hardesty (la sobreviviente que escapaba en la parte de atrás de un camión en el final de “The Texas Chain Saw Massacre”), en la actualidad convertida en guardaparque en búsqueda de poder enfrentarse a Leatherface y así vengar a sus amigos.

Lo único que comparte la obra creada por Hopper y esta película producida por Netflix es el metraje: ambas duran 93 minutos. La representación de la película original sobre la violencia interna de un país rodeado por las llamas de Vietnam aquí no tiene el mismo nivel de comparación, a partir de la idea de una juventud adormecida por la virtualidad de las redes sociales o las causas utópicas. Lo que sí funciona es el subtexto, cómo desde las mejores intenciones se pueden despertar a los peores monstruos, aunque tan solo aparece sin cruzar los contornos de tal idea. A la película de David Blue García se le notan los hilos del esfuerzo por tapar con sangre y vísceras la ausencia de un vuelo en la sustancia narrativa. Allí radica el principal problema de este enésimo reflote de una saga de terror.