Nos vamos a reír con (y de) vos

Las apariciones de algunas películas en servicios populares de streaming hacen que se reabra alguna discusión que, en el momento del estreno, se ignoró o que tuvo una repercusión menor. “The Disaster Artist: Obra maestra” (2018) es una película dirigida por James Franco tras varios intentos fallidos por erigirse como un realizador independiente y prestigioso al transponer obras de William Faulkner como “El sonido y la furia” (2014) o “Mientras agonizo” (2013). También pasó por el falso documental con “Int. Leather. Bar” (2013), en el que pretendió recrear los 40 minutos cortados y perdidos para siempre de “Cruising” (1980) de William Friedkin, lo que resultó un pastiche de formatos y tonos incomprensibles, en algo más parecido a una broma entre amigos que una película para ser vista por algún público. Así, con estos antecedentes, llega Franco para tomar de una fuente, más popular que las de sus anteriores películas, la increíble historia de Tommy Wiseau y su encuentro con Greg Sesteros, el autor del libro sobre el que se basa “The Disaster Artist”.

Wiseau y Sesteros se conocieron mientras tomaban un curso de actuación en 1998, la relación de amistad entre ellos creció a la par de la obsesión del primero por realizar una película al estilo “Un tranvía llamado deseo” o cualquier otra obra de Tennessee Williams. Sin saber nada de la historia de Wiseau, no hace falta ser un detective para unir los puntos y descubrir el desfasaje del sentido de la realidad que posee este personaje, por no decir que padece Asperger. Si partimos de esa conciencia, es muy difícil entrar en un tono de comedia del tipo “vamos a reírnos de este hombre y en su intento quijotesco de hacer una película”. Así nace “The Room” (2003), guionada, dirigida y producida (con su propio dinero) por Wiseau, quien no presentaba antecedentes de ningún tipo y lo convertía en un ser misterioso del que se desconocía, además, la fuente de sus ingresos.

El rodaje de “The Room” es el corazón putrefacto de “The Disaster Artist: Obra maestra”, la película que se ríe del intento de una persona “diferente” de hacer cine para pararse en el centro de una escena imaginaria y señalar con el dedo de la superioridad moral de -vaya uno a saber qué-, posiblemente la de creerse una figura de Hollywood con acceso y conexiones que le evitan hacer un papelón, como todo el tiempo se resalta que fue la película de Wiseau. El componente trágico de Franco imitando a Wiseau es el que termina por completar la morisqueta de la risa por el consumo irónico.

«The Room” tuvo un estreno limitado en algunos cines de Los Angeles, rechazada para su distribución por Paramount Pictures en menos de 24 horas -al menos eso dice la leyenda contada por Wiseau- y con carteles publicitarios todos pagados por el propio director y factótum absoluto del proyecto. La repercusión de película “bizarra” se alcanzó con la propagación alcanzada por las redes sociales, lo que llamó la atención de Franco para completarse el interés al adquirir los derechos del libro de Sesteros a través de la productora de Seth Rogen, quien tiene un papel menor. Lo dicho, las redes sociales. Allí, ese no lugar donde una acción mínima o una película entera puede ser la comidilla de un día, una semana o un año entero sin explicaciones lógicas, incluso sin necesariamente tratarse de algo furiosamente actual. Por eso es que “The Room” se transformó en una película de culto y en “La ‘Citizen Kane’ de las películas malas”, una etiqueta que solo puede pegarla aquel que vio apenas un puñado de películas y que grita a una pantalla: “¡Esto muy bizarro, loco!”, cuando ve a un tiburón volar en el medio de un tornado en la cuarta parte de una saga que hace películas malas a propósito. En esta última idea está la clave que separa a “The Room” de “The Disaster Artist: Obra maestra”: la primera película es una hecha con el corazón, mientras que la segunda tiene la intención deliberada de burlarse del personaje que retrata, de presentarlo como un hombre que no encaja en la realidad pero que así y todo “no importa, nos vamos a reír de él”.

“The Room” existe porque Tommy Wiseau la quiso hacer. Sin ella, James Franco no podría burlarse de nadie. Reírse de Wiseau es reírse de alguien que está tirado en el suelo y que no sabe por qué está allí, en esa situación. En las antípodas se encuentra el retrato que Tim Burton en la dirección, Scott Alexander y Larry Karaszewski (especialistas en biografías de personajes marginales y kitsch) en el guion hicieron en “Ed Wood” (1994) sobre el tristemente célebre director de cine, considerado (otra vez por gente que vio muy pocas películas) como “el peor director de la historia del cine”. La diferencia con Franco está en que Burton amaba a su criatura, la representación de Johnny Depp como Ed Wood es de un inmenso respeto por esa figura de la que se tomó su historia para narrar las peripecias, el entusiasmo y la valentía de hacer una película para que el público la viera.

Al final de ambas películas, se ilustra de forma transparente el proceder de cada una, mientras que en la proyección de “The Room”, recreada por la película de Franco, todos los asistentes (en su mayoría integrantes del equipo técnico y del elenco de la película) se ríen a carcajadas, lo que provoca que Wiseau se retire acongojado de la sala, en “Ed Wood” Burton y los guionistas deciden terminar la película con la frase: “Por esta película me recordará todo el mundo”, al referirse Wood a “Plan 9 del espacio exterior” (1959) mientras la pantalla ilumina su rostro. El acto de homenajear a su personaje en el punto más álgido de su carrera enaltece a Burton, cuando en contrapartida Franco intenta vilmente resignificar las risas al momento que Wiseau es convencido por Sesteros de regresar a la sala. Si bien el intento de su amigo, el único personaje noble de la historia de “The Room”, es bienintencionado, los asistentes siguen riéndose de él. Es una porción de lo que sucede con los fanáticos de “The Room”, que en el personaje pop bizarro que representa Wiseau se refleja ese gusto por la burla hacia el diferente. La actualidad de Franco como alguien que quizá deba permanecer en el ostracismo durante un tiempo por sus acusaciones de abuso sea una suerte de “mirá de quién te burlaste” merecido. A lo mejor, alguien pueda hacer la película de James Franco algún día, probablemente con mayor respeto del que él tuvo al hacer “The Disaster Artist: Obra maestra”.