Si para más de 1.100 millones de católicos en el mundo occidental hay un solo dios, cómo puede ser que para casi 51 millones de habitantes de un país haya otro que, por si fuera poco, nació y vive entre ellos. Una pregunta de este tipo no podía no despertar la terrible curiosidad de conocer de qué estamos hablando, aunque sea de una manera un poco distante por las obvias razones de no vivir en primera persona la historia ni la cultura a lo largo de un periodo prolongado.
Tuve el enorme orgullo de conocer la tierra de Nelson Mandela, la que tanto orgullo le despierta y contagia a todos los sudafricanos, esos que sienten lo mismo o más hacia él. En su natal Sudáfrica es llamado simplemente “Madiba” y es venerado por igual tanto en la pobre y humilde provincia de Mpumalanga, en la urbanizada y sufrida Johannesburgo, tanto como en la increíblemente rica y opulenta Ciudad del Cabo. A todo lo que puedan ponerle nombre, la primera opción que se les ocurre es llamarla como este hombre que cambió la historia de una nación para siempre: calles, locales, edificios, lo que sea. Hasta pude conocer el hotel en el centro de Ciudad del Cabo construido en su homenaje con una estructura muy parecida a una cárcel, como en la que pasó nada menos que 27 años de su vida. Si se tiene la oportunidad de cenar en el restaurante que hay en el interior del hotel atención a la carne demasiado salada, aunque compensan el atentado gastronómico con una amplia carta de vinos locales que, casualmente, al encontrarse en una latitud cercana a Mendoza, nos resultan muy familiares a los argentinos.
En esta misma ciudad, el pasado 16 de agosto se produjo un hecho lamentable: los trabajadores mineros protestaban por un aumento salarial que representa tres veces el salario actual, a lo que la policía respondió de manera violenta y dejó un saldo de 34 muertos y 70 heridos. Igualmente, los protestantes que en esta nueva ocasión vuelven a marchar y ya son más de 2.000, aseguran que hasta no encontrar una respuesta a su pedido no cesarán de manifestarse.

Pese a todos estos recientes acontecimientos, es un país increíblemente bello, con paisajes únicos y con gente alegre y servicial que valora lo que nunca puede tener precio. Recorrí bastante las rutas con mi campera de cuero, como Pappo por la 66 con su chopera, hasta llegar al maravilloso e imponente Cañón del Río Blyde, el tercero más grande del mundo. No anduve en moto como el carpo, pero sí noté el perfecto estado en el que se encuentran todos los caminos, acompañados de una señalización impecable en los dos idiomas más utilizados: el inglés y el afrikaans. Este último es bastante primitivo, básico y es tan solo uno de los 11 idiomas oficiales, que proviene de los primeros marineros holandeses, llamados “pioneros”, los que llegaron a esas tierras sudafricanas hace siglos.
Y sí, como era de esperarse, en un pueblito alejado como Graskop al decir que era argentino me dijeron “¡Ah, Maradona!”. Lo que sí me sorprendió fue que al retirarme, el cajero del banco donde había ido a cambiar Rands (la moneda oficial) me despidió con un “chau”.