Tiempo de El Hipnotizador Romántico

Una chica con fisonomía similar a la de una joven Kim Gordon pasea un can de proporciones esbeltas y armoniosas por el estribor de una suerte de crucero. El mar y el cielo del fondo se chocan en una palidez que se va aislando cada vez más. Sutileza y simetría implacables. Esa es la instantánea elegida por El Hipnotizador Romántico para darle rostro a su tercer larga duración.

Grabado en 2018 bajo la producción del reconocido ingeniero de sonido, productor y referente de la escena independiente, Mariano Manza Esaín (Valle de Muñecas), la banda nacida en 2011 y que tuvo varios cambios en su formación hasta llegar a la actual (conformada por Maximiliano García en voz y guitarra, Rocío Maquieira en voces, Pablo De Caro en guitarra, Ayar Sava en bajos y Lux Raptor en sintetizadores) hace entrega de un disco con vigor idealista y soñador.

En esta placa de cinco canciones, el ahora quinteto deja de lado las canciones con matiz de pop tropical que resonaban en sus inicios para retomar y afianzar los vestigios que dejaron en «Jungla», su álbum predecesor. En «Modulando el tiempo», los beats disparados de sequencers y samplers se nos hacen presentes desde el inicio, escoltados por líneas de bajo que se cuelan sin ánimos de pasar desapercibidas y guitarras cristalinas curtidas de chorus. Todo esto en su justa medida. De las voces que parecen flotar se desprende un magnetismo distintivo: se funden y enredan intermitentemente, trazando un tejido y manejándolo con una fragilidad y calidez que va a hacer fluctuar al disco por trances cadenciosos («Modulando el tiempo», «Galápagos» y «Juventud»), por otros de carácter más pantanosamente folk («Pez Dorado») hasta coquetear, por momentos, con ponerse el traje de dream pop con las texturas suministradas por los colchones de sintetizadores que entran, toman la delantera y se vuelven a esconder en la canción.

El Hipnotizador es de esas bandas donde los instrumentos son solidarios, cada uno tiene su espacio y no funcionan como un ente autónomo. Son funcionales y socios con la canción. Ningún instrumento predomina sobre otro. O, mejor dicho, la canción como un todo es lo que hilvana y sostiene el hilo.

Hay lugares, emociones y experiencias que alguna vez nos hechizaron a todos y todas. La materia del amor no escapa a esas interrogantes cultivadas a lo largo de la historia. Por supuesto, como tópico universal, el amor es expuesto en las canciones: «Me haces reír, me salvas de mí / De ese paisaje desolado / Trayéndome al presente ya / Sea como sea es amor» repiten y pregonan las voces en el estribillo de «Imperfectos», pero hay algo más sondeando en el aire y que atraviesa el disco de lado a lado. Son dejes de creencia, de certidumbre, pensamientos que vaticinan y anhelan por tiempos mejores («Pez Dorado») y que se van revelando a lo largo de las estrofas y estribillos. Esa concepción se hace carne y se sintetiza de lleno en la canción con melodía pegadiza que funciona como epílogo del disco. «Pudimos crecer entre el pulso de los días / Entregados al deseo / Queremos vivir sin perder el tiempo / y no olvidarnos los momentos / En que sentir el sol quemándonos la cara / Es nuestro mundo de libertad / Solo nuestro mundo de libertad / Con toda esa juventud fantástica y eléctrica» («Juventud»).

No se puede negar que El Hipnotizador Romántico es más que melodías, lo que supo plasmar y desenmascarar en estas composiciones son esas inquietudes que nos atraviesan y los atraviesan (o atravesaron). Son esas voluntades imperativas de indagar y adentrar con cuestiones viscerales, con lo íntimo, lo recóndito, para poder hacerle frente y entrar en terreno de disputa sin temerle al fracaso o a la cursilería en el intento.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Ariel Duarte.