Traigan el fuego

Jueves por la noche y Buenos Aires se presta para cortar la semana y anticiparse al finde largo del agosto invernal. Paradójicamente al clima de estación, se trae el calor mediante la propuesta de volver a contactarse con los orígenes de la vida con su recurso más primitivo: el fuego.

Sobre la obra «Firebringer», cuyo origen es internacional y en forma de musical, su adaptación fue realizado por dos argentinos, quienes agregaron gags típicos de nuestra cultura. Eso es respecto al guion. Pero si ahondamos en la escenografía, contrariamente a lo imaginado, el fuego no aparece de ninguna manera. Ni proyectado ni con utilería. Nada.

En sí, es el piso negro del escenario, así de solitario, y por detrás la pantalla blanca del cine (la cual jamás se usó) y sobre ella unas cortinas blancas superpuestas (que tampoco se usaron). Con un poco de viento a favor, podría ser que toda esa blancura esté adrede para que los músicos, quienes tocan en vivo en un espectáculo sin igual, puedan estar camuflados al vestirse también de blanco, y dar prioridad a los actores. En resumidas cuentas, el sonido en vivo es la majestuosidad en sí misma. Sonidos «precámbricos» de trombones, percusiones, baterías, órganos sutilmente sintetizados, hacen que uno se pueda transportar al lugar, aunque no haya utilería sino solo intérpretes (y músicos) en escena.

Respecto a la vestimenta de estos creativos, mallas nude fue lo que usaron. Sí, como la de los gimnastas varones, así de enteras, color beige para simular un cuerpo desnudo (por supuesto, cuidado). El concepto queda claro. Sin embargo, para casi dos horas de duración donde solo se ven cuerpos beige, un escenario negro y músicos sentados vestido de blanco, el ojo se vuelve un poco monótono hasta casi el final de la obra, donde aparece la gran promesa: el lagarto.

Si de animales se trata, la aparición de ellos era una ilusión que nos mantenía en vilo durante todo el espectáculo, después que confesara uno de sus directores (hablando con Under Cultura) que habría mamuts de 2 metros a escala real, lagartos y otras especies. Lo que aparece es la cabeza de un animal como si fuera el perro de «La historia sin fin» entre las tapas del teatro. Lo otro se da a entender.

En resumidas cuentas, el espectáculo está dado por el sonido en vivo y la dirección de Augusto Sinopoli  y su acústica (gracias al equipo técnico del teatro Multiescena) y por el diseño de iluminación que nos contextualizan la historia. Pero los amantes del arco dramático dudosamente salgan de la sala con la misma ilusión con la que entraron… o con un mensaje final. Es básicamente una propuesta de expresión corporal y canto con una fuerte apuesta al sonido y luces, cuyos técnicos sin dudas merecen una mención especial.

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