Luego de su paso por la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y de haber ganado el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Marrakech, se estrenó este jueves en la sala del Complejo Cacodelphia «La Quinta» de Silvina Schnicer, en su primer film en solitario (había sido codirectora junto a Ulises Porra de las anteriores «Tigre» y «Carajita»).
El recurso de unir familias que visitan lugares de residencia en el campo o en barrios cerrados ya había sido utilizado, tal vez en su versión más recordada, por Paula Hernández en «Los Sonámbulos».
La versión de esta realizadora bucea por otros caminos, desnudando la niñez en sus versiones más ocultas, en sus instintos más crueles, rompiendo con el mandato cultural de que «los niños son buenos» y jugando al límite con un hecho que pondrá a prueba a propios y ajenos, reforzando la defensa de quienes creen que los más privilegiados merecen vivir por encima de los más desposeídos y olvidados.
El film dirige una aguda observación social que pretende poner en jaque el accionar defensivo de los que más tienen para garantizarse la seguridad en un barrio privado, neutralizando de esta manera «el mal» que viene de afuera, e invisibilizando el mal interno que los dejaría expuestos ante un hecho siniestro.
Un crudo dilema moral es el que plantea Schnicer, sumado a un pensamiento políticamente correcto, muy útil en estos tiempos, en el sentido de que las clases más privilegiadas económicamente significan «todo lo que está bien» y cómo transitan por la incomodidad de descubrir que tienen que hacerse cargo de lo que tal vez inconscientemente motivan con su odio sectario.
Los niños constituyen la parte más atractiva del film, correctos, ajustados en sus personajes, comprometidos con la narrativa, espontáneos en sus reacciones y, por sobre todo, creíbles: ellos son Milo Zeus Lis, Valentín Salaverry y Emma Cetrángolo.