Los invisibles de Buenos Aires

La Plaza del Congreso, en su abstracta solemnidad, es un refugio abierto e inmolado en el corazón de Buenos Aires. Allí, al pie del monumento Mariano Moreno, una familia a la deriva resiste las inclemencias del frío y el hambre y, a menudo, el escarnio de la sociedad. Bajos sus precarias e improvisadas carpas de madera y cartón asumen con resignación las penurias cotidianas como autómatas de un designio cruel e insalvable. Mientras, al regazo de su madre gimotea un niño y su padre, Gabriel (de 45 años), comenta que no llegó hasta ahí por casualidad ni por voluntad propia, sino como consecuencia de las políticas excluyentes y, en ese sentido, sugiere que el Estado debería, por lo menos, aportarles una solución habitacional.

Víctimas de la crisis

«En realidad, siempre trabajé como parrillero y me iba bien», desliza con tono entrecortado mientras dobla una frazada. Y agrega: «Ojalá algún día recuerden que existimos». Su mujer, Mariana, quien a finales de los 90′ trabajaba como camarera en alguno de los bares nocturnos de Carlos Pellegrini, destaca sus denuedos y sacrificios continuos en procura de conseguir, fundamentalmente, el sustento para su hijo. Aunque parece un poco parca y mesurada, algo de vigor y carácter trasunta su voz cuando se refiere al incumplimiento del Gobierno en relación a los beneficios pautados en la Constitución. Básicamente, alude a la Ley 3.706, sancionada en diciembre de 2010 por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que dispone como objeto fundamental «proteger integralmente y operativizar los derechos de las personas en situación de calle y en riesgo a la situación de calle».

El alma oprimida de los más débiles

Al rigor de esa realidad, y a pocos metros de allí, se yergue imponente el monumento a Rivadavia, como una antítesis sensible y muda al alma oprimida de los más débiles. Y detrás, sobre la Avenida Entre Ríos, un palacio que legisla sin afán en nombre de la dignidad y la justicia social. La plaza, en toda su extensión, es una especie de conventillo impasible donde pululan personas sin techo o en riesgo de ello que, a contramano de solventar sus necesidades básicas y ser incorporados al sistema social emergente, a diario son discriminados y vapuleados por la sociedad misma. Así, pernoctan entre las glorietas y las rejas de la fuente, entre las balaustradas o al amparo de los ombúes, murallas y canteros.
La mayoría de las personas que merodean por la plaza o a su alrededor manifiestan ser víctimas de la crisis del 2001, hecho por el cual perdieron sus trabajos y vivienda hasta quedar en una situación de absoluta vulnerabilidad  En esta línea, los mismos sugieren una mejor atención a través del programa BAP (Buenos Aires Presente) y la Dirección General de la Niñez, arguyendo que no son asistidos como corresponde respecto a la dotación de dispositivos de alojamiento y otros beneficios implementados por organismos del Gobierno de la Ciudad y de la Nación.

Karina y Carlos

Al lado del monumento de Hipólito Irigoyen, están Karina y Carlos, una pareja de provincianos que, desde hace algún tiempo, aguardan la balsa mesiánica prometida por el Gobierno Nacional, pero que nunca llega. Ellos, como las demás familias de aquella vecindad de paso, han tenido la dificultad de acceder a algunos de los subsidios otorgados a través de la Anses y otras garantías constitucionales. Dados los recurrentes operativos de desalojos realizados en los últimos días por efectivos de la Policía de la Ciudad y funcionarios del Ministerio del Espacio Público, no es posible instalarse allí por un considerable período de tiempo, sino que deambulan como nómades, absortos al acecho de la guardia nacional.
Hasta hace poco esta familia subsistía merced a los escasos ingresos del reciclaje urbano pero -según sus declaraciones- fueron dejando poco a poco su oficio debido al constante asedio de la policía. «Todo lo que conseguíamos, los cartones y todos nuestros cacharros los iban tirando al camión de la basura», comenta Carlos. Luego afirma que sobreviven él y su mujer gracias a la caridad de algunas iglesias evangelistas, organizaciones independientes o particulares que a diario aparecen con sus viandas, abrigo y algunos otros elementos básicos. Mientras lo aborda el cronista, su actitud es algo desprevenida y huidiza… como la de un incauto en prisión.

Héroes y villanos sin alma

Al frente del cine Gaumont, ubicado sobre la Avenida Rivadavia, permanece abstraído y lejano José Ignacio. La escena divulga el real contraste de esta sociedad, opulenta y servil. Es miércoles y son alrededor de las ocho de la noche. Mientras que el peregrino José es el protagonista abnegado de su propia historia, una multitud airosa hace fila para asistir a una película, donde se solazan héroes y villanos sin alma a los efectos ilusionistas de la pantalla grande. A las preguntas del cronista nada responde, pero sus insultos resonantes e inflexivos hacia personas invisibles y ciertos ademanes ambiguos develan los síntomas de un paciente con demencia senil.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Fernando Daza.