La psicología en nuestras vidas

El pasado lunes 13 de octubre se celebró, como cada año en Argentina, el Día del Psicólogo: una fecha destinada a reconocer una profesión noble, construida sobre el arte de escuchar y ayudar por vocación.

Este día conmemorativo tiene su origen en 1974, cuando entre el 11 y el 13 de octubre se realizó el Primer Encuentro Nacional de Psicólogos y Estudiantes de Psicología en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. La iniciativa fue impulsada por la (Confederación de Psicólogos de la República Argentina (COPRA), con el objetivo de debatir los derechos, límites y responsabilidades del ejercicio profesional en el país. En la última jornada del encuentro surgió la propuesta de establecer el 13 de octubre como Día del Psicólogo, que fue aprobada de manera unánime.

En aquel entonces, la psicología aún no contaba con una fuerte presencia social. Hasta mediados de los años 70 no era una disciplina masiva: muchos la consideraban un campo experimental, limitado al ámbito académico y fuertemente dominado por el conductismo. Sin embargo, con la llegada de nuevas corrientes, como la cognitiva y la humanista, la psicología comenzó a acercarse a la vida cotidiana y al bienestar emocional. Ese cambio de paradigma generó mayor interés social y atrajo a nuevos estudiantes: ya existían 28 asociaciones profesionales nucleadas en COPRA, unos 5.000 psicólogos agremiados sobre un total de 6.000 profesionales, y alrededor de 40.000 estudiantes en formación.

En 1977, COPRA se transformó en la actual Federación de Psicólogos de la República Argentina (FEPRA). Según su sitio oficial, su visión es «lograr la inserción de la psicología en todos los órdenes de la vida cotidiana contribuyendo a promover una mejor calidad de vida de la población».

Este camino tuvo antecedentes importantes. Un ejemplo clave fue el Primer Congreso Argentino de Psicología, realizado en San Miguel de Tucumán en 1954, donde se promovió la creación de la carrera universitaria de Psicología. A partir de entonces comenzó la etapa de profesionalización, con la apertura progresiva de las primeras carreras: en 1955 en la Universidad Nacional de Rosario; 1957 Universidad de Buenos Aires; 1958 en las Universidades Nacionales de Córdoba, San Luis y La Plata; 1959 la Universidad Nacional de Tucumán; y 1966 Universidad Nacional de Mar del Plata.

Todos estos acontecimientos consolidaron el reconocimiento del psicólogo como agente fundamental de la salud integral, dejando atrás prejuicios y estigmas históricos.

Por eso, en honor a todas y todos ellos, vale la pena recordar algunos hitos de la psicología que hoy se reflejan en nuestra vida diaria. Reconocerlos nos ayuda a entender que esta disciplina no es ajena ni distante sino parte de nuestras decisiones, emociones y formas de relacionarnos. Está presente en gestos, hábitos y decisiones que repetimos todos los días casi sin pensarlo.

Cuando en una charla de trabajo alguien menciona que «primero hay que cubrir las necesidades básicas antes de pensar en crecer», está aplicando, sin saberlo, la Pirámide de Maslow. Cada vez que una aplicación nos felicita por cumplir un objetivo o nos otorga una recompensa por avanzar, actúa sobre nosotros del mismo modo que lo describieron Pavlov y Skinner con el condicionamiento.

También la forma en que nos vinculamos tiene raíces psicológicas: la teoría del apego explica por qué algunas personas buscan seguridad constante en sus relaciones, mientras otras se muestran más independientes. Lo mismo sucede con expresiones que ya usamos con total naturalidad, como «cambiar el pensamiento para cambiar cómo me siento», herencia directa de las terapias cognitivo-conductuales.

Hoy, la inteligencia emocional se enseña en escuelas y empresas como herramienta para resolver conflictos y mejorar la convivencia. Incluso nuestras formas de estudiar, como repetir contenido en intervalos o usar esquemas visuales, nacen de investigaciones sobre memoria y aprendizaje.

Y si observamos fenómenos colectivos, también encontramos huellas de la psicología: desde campañas solidarias que se viralizan por empatía compartida, hasta tendencias masivas que se expanden por influencia grupal, tal como lo explica la psicología social.

Tomar conciencia de estos aportes nos permite dimensionar el impacto real que tiene la psicología en nuestro bienestar cotidiano. Nos enseñó que pedir ayuda no es debilidad sino un acto de autocuidado; que hablar de emociones no es exagerado sino preventivo; que construir vínculos sanos implica saber poner límites. Nos recuerda que detrás de cada conducta hay una historia, un contexto, una forma de sobrevivir. Y que comprender antes que juzgar puede transformar la manera en que convivimos.

En un mundo acelerado y exigente, la psicología no solo nos acompaña: nos humaniza.