Aburrir y castigar

Es probable que John Lee Hancock sea uno de los directores más amables en actividad en Hollywood, siempre dispuesto a mantenerse recto en la línea de lo solicitado por los estudios, incluso tratándose de películas para un público más adulto.

Si revisamos su filmografía, la cual abarca diversas temáticas abordadas que van desde un hecho histórico en “El Álamo” (2004) hasta la oscura historia de la fundación de McDonald’s en “Hambre de poder” (2016), encontramos que no hay grandes desvíos formales ni tampoco riesgos aceptados para plantear miradas nuevas o mucho menos algo de incomodidad en el tratamiento de las historias. Su película inmediatamente anterior, “The Highwaymen” (2019), producida por Netflix, sí marcaba una diferencia notable con el resto de su obra precedente porque partía del prisma de una historia convertida en parte de la cultura pop como lo es la de Bonnie & Clyde. Aquí el guion de John Fusco se centraba en el punto de vista de los dos policías que persiguieron a la pareja de delincuentes. La premisa de girar la rueda para cambiar la mirada de historia popular no solo se presentaba como novedosa sino también la idea de cómo filmar el tedio, la espera y el fuera de campo. Este antecedente fronterizo resultaba alentador para “Pequeños secretos”, una nueva historia policial sobre un asesino serial que atemoriza la ciudad de Los Angeles a principios de los 90′.

El sheriff Deke (Denzel Washigton) de un condado perdido (y sin demasiada acción) regresa a Los Angeles para cumplir con un trámite laboral, por supuesto que la linealidad teórica de ese asunto tendrá una complicación cuando sea descubierta su presencia en el medio de una investigación importante y mediática. Un joven y ascendente detective de homicidios (Rami Malek, sí, Rami Malek) solicita su asistencia en una escena del crimen y, lo que comienza como una labor de observación para Deke, se transformará en un rol activo. Ambos se convierten en una pareja extraña encausada para resolver el caso, del cual se desprenderán algunos de los grandes temas de este género: la obsesión, el mal intangible, etcétera.

El pasado de Deke también acecha, casi tanto como el asesino, porque su retorno a la ciudad despierta una serie de murmullos ensordecedores entre sus excompañeros, ya que fue detective de homicidios un tiempo atrás y acarrea de esa etapa un peso enorme que lo atormenta. En el tránsito de ambos personajes, claramente en las antípodas de la profesión, debería estar el corazón de la historia, pero Hancock (aquí escribe y dirige) se preocupa más por nutrir con diálogos que exudan ínfulas de prestigio y ambición sobre la vida, la experiencia y la moral, y así se deja de lado la construcción del vínculo a la par de la progresión del caso.

El verosímil, esa variable tan compleja y confusa para su lectura, se resquebraja en el momento que se presenta a Malek en un rol que es difícil de aceptar, en particular por su composición del papel, el cual es primero descripto por otro personaje, es decir, resulta un trabajo arduo rearmar esas palabras en la figura del actor que, por otra parte, parece seguir en el rol de Freddy Mercury por el cual ganó el Oscar. Es probable que esta falla de elección en el casting o de tono performativo (quizás ambas cosas a la vez) se vea eclipsada por la aparición de Jared Leto, en un nuevo capítulo de su carrera como actor al que le causa más placer disfrazarse que componer un personaje. En el tramo final, el aura de “película importante” cae en su propia trampa, transformándose en lo que no quiere ser: un capítulo semanal de serie policial televisiva. No por su resolución de la idea más simple de “¿quién es el asesino?” sino en las decisiones de búsqueda de sofisticación cosmética en diálogos y en rasgos retóricos, especialmente en la fotografía de una luz fría para un exterior nocturno en el medio de la nada, el bendito filtro azul que simboliza la tristeza. En el no querer ser (“La Ley y el orden”) se disipa el querer ser (“Pecados capitales”). Un paso en falso, o mejor dicho, un regreso a la normalidad para la filmografía irregular de Hancock.