Ad10s y gracias

No hay palabra alguna, no existe el término exacto para expresar el dolor, la bronca o el sentimiento genuino ante la partida del más grande, del mejor futbolista de todos los tiempos, de «ÉL».

Diego Armando Maradona ya no está entre nosotros, no pudo gambetear más al destino y su corazón dejo de latir, tras un infarto masivo… algo imposible de revertir.

Son esas noticias, esos días en los que uno piensa que jamás van a pasar. ¿Cómo se va a morir Maradona? Si cada vez que enfrentó a la Parca sacó de la galera una de sus jugadas magistrales. Pero esta vez ocurrió lo impensado: no supo, no pudo, no quiso o se quedó sin piernas, raro en él.

«Pelusa» nació gambeteándole a su propio destino, allá en la postergada (aún al día de hoy) Villa Fiorito. La historia es conocida: de «Cebollita» a la primera de Argentinos Juniors y tirar un caño en su primer partido. Desde el principio, el fútbol argentino observó a Diego como la nueva joya.

En el equipo de La Paternal la rompió toda, sus actuaciones le valieron la convocatoria de César Luis Menotti para la selección mayor previa al Mundial 78′, equipo del cual Maradona no fue parte. Pero en 1979 deslumbró al mundo entero en Japón, donde se coronó campeón juvenil.

En 1981 se puso la camiseta de Boca Juniors, la misma casaca que vistió uno de sus héroes futbolísticos: Ángel Clemente Rojas. En aquel equipo, que comandó Silvio Marzolini, ganó el Torneo Metropolitano donde fue la figura junto con Miguel Brindisi. En ese campeonato, quedará por siempre en la retina de los hinchas «xeneizes» todos sus goles (le convirtió a River Plate en todos los partidos que jugó). Pero Maradona con su grito de gol bajo la lluvia en La Bombonera, tras dejar acostados a Ubaldo Fillol (el mejor arquero que enfrentó) y el «Conejo» Tarantini, es la foto de su estadía en el club de sus amores.

Después llegó su primera experiencia mundialista en España, donde solo recibió patadas y críticas. Su debut en las redes fue ante Hungría y su despedida fue ante Brasil con una expulsión. Diego se quedó ahí y jugó con la camiseta de Barcelona, donde sufrió su única lesión seria a lo largo de su carrera: Andoni Goikoetxea lo taló de atrás (a traición) y lo rompió. Según cuenta la leyenda, en esa etapa fue donde conoció a su peor enemiga: la cocaína.

Diego dejó España y fue a hacer grande al sur de Italia. Nápoles fue el epicentro de la «Diegomanía». Fue algo más que hacer ganar al Napoli un scudetto o una Copa UEFA. Por primera vez en la historia, el norte italiano (rico por excelencia) se puso de rodillas ante los sureños, pobres y «africanos». «Sin más armas en la mano, que un diez en la camiseta», síntesis perfecta de la letra de Los Piojos ante semejante revolución, con Diego como primer soldado como en otros enfrentamientos frente a los poderosos.

Con la camiseta de la selección nacional fue amor incondicional, honesto y sincero. La defendió como pocos y brilló con ella. ¿Hay algo más para decir del Mundial 1986? ¿De su tobillo en el 90′ y el insulto a quienes silbaron el himno? ¿De la desazón por ese maldito dopping en el 94′? No, no hay más por agregar. La mezcla de sentimientos habla por sí sola, pero hay una cosa fundamental: Diego puso una sonrisa en la castigada sociedad nacional, no importa de qué año hablemos.

En su carrera profesional, Nápoles dejó de ser un lugar cómodo para él, terminó enemistado con el presidente de la institución pero amado por toda la ciudad. Apareció el primer dopping y su correspondiente sanción. Sevilla lo abrazó en 1992 con Carlos Bilardo como técnico, una experiencia corta. También se calzó la de Newell’s Old Boys y se aferró a la de Boca (su gran amor) para el punto final. Se dedicó a la dirección técnica, con Carlos Fren dirigió a Mandiyú (Corrientes) y a Racing Club. En 2010 se calzó el buzo para dirigir a la selección en Sudáfrica y en los últimos meses hizo delirar a media ciudad de La Plata, donde dirigió a Gimnasia y Esgrima.

El Estadio Monumental fue testigo del punto final de la carrera de Maradona. Fue en el triunfo 2 a 1 de Boca sobre River, salió reemplazado en el entretiempo y su lugar lo ocupó un tal Juan Román Riquelme.

Amado, criticado, cuestionado, elogiado, odiado… todos esos sentimientos despertó y recibió Maradona a lo largo de su vida. Todos opinaron de su vida y se olvidaron, que más allá de todos sus superpoderes dentro de una cancha, fue una persona terrenal. Todo ser humano acierta y pifia, Diego no fue la excepción a una regla natural.

Maradona fue uno solo, para qué distinguir entre «futbolista» y «persona». Fue el que gambeteó, el cerebro en la cancha, el del gol con la mano y el que eludió «a tanto inglés». También fue el que se mató corriendo para bajar de peso y llegar de la mejor manera al repechaje con Australia en 1993 para que le corten las piernas un año más tarde. Tuvo dos hijas y varios por error, según sus palabras. Aunque su deseo para sus 60 fue reunir a todos: no pudo ser.

No se puede creer que haya pasado lo que nunca se pensó que ocurra. Te vamos a extrañar: bailando, puteando, emocionándote, con un objeto en tus pies (demostró que podía hacer jueguito con cualquier clase de material), dentro de una cancha de fútbol, con tus aciertos (también tus errores), defendiendo al futbolista y siempre del lugar de los postergados antes los colosos del poder. No somos nadie para cuestionarte.

Gracias por todo, de corazón. Descansá en paz.

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