Amor en tiempos de pandemia

Él la visitaba a diario, desayunaba muy temprano en la cafetería más cercana y corría a su encuentro. Todas las mañanas peinaba su cabello, elegía las joyas que le combinarían con su atuendo y, con mucho cuidado, colgaba en sus frágiles ojeras los pendientes y sus besos. Pasaba horas paladeando sus bocados y no dejaba que las cuidadoras la mimaran. Su consentida, su amada. Solo la muerte separaría sus cuerpos ya viejos y enfermos. Ante la mirada tierna de las enfermeras, cuidaba su sueño en la siesta y salía cuando la jornada terminaba.

Todos en el geriátrico saben su historia. La de dos personas que vivieron al máximo y no tuvieron hijos. Así transcurría su vida, él, su amada, el café de la mañana y las charlas que nunca contestaba pero que escuchaba. Una mañana, en la puerta de entrada no le permitieron seguir con su rutina, la que repetía desde hacía seis años, cuando su esposa cayó postrada producto del Alzheimer y la demencia senil avanzada. Sus ojos se llenaron de lágrimas porque entendía de qué se trataba. Todas la mañanas revisaba el diario y las noticias que anunciaba no era alentadoras. Un virus que se convertía poco a poco en pandemia lo separaba de su amada.

Hoy ni él puede salir, ni verla a lo lejos por la ventana. No puede acariciar su cabello o sentir su mano y su aliento. No puede llamarla, la tecnología no resuelve la incapacidad de comunicación que el Alzheimer produce. Solo espera y reza por volverla a ver.

Esta es una de las muchas historias que recorren la ciudad vacía. Los seres que solos se regocijan en la esperanza del amor. Un amor que hoy es imposible, que espera y anhela.

Hace unos días la noticia de una joven que burló los controles escondida en un baúl inundaba las redes. Parecía una burla a las miles de personas que, separadas de sus afectos, extrañan y esperan. Los presos que no verán por mucho tiempo a sus familias. Adultos mayores con restricción de visitas indefinidas. Inmigrantes que no vuelven a su tierra.

Un estudio de 2019 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) señala que el 4,6% de la población que vive en la Argentina es extranjera, es decir, casi dos millones de personas. En el país hay 63.094 personas privadas de su libertad dentro del Sistema Penitenciario Federal y Bonaerense, que representan el 69% del país.

Según el protocolo que el PAMI entregó esta semana para todos sus centros geriátricos, se estima que 561 residencias con las que la institución trabaja y donde viven unas 22.500 personas mayores, no permiten visitas y se encuentran en aislamiento total hace más de 30 días.

Como si se tratara de las líneas que Gabriel García Márquez escribía en «El amor en los tiempos del cólera», hoy los amores se hacen imposibles pero no por las creencias ni por la religión. Hoy un virus que rápidamente devora vidas no permite besos o abrazos. Las visitas se hacen por Zoom y lo que dejamos pendiente se queda suspendido en el tiempo. La ciudad cayó en un sueño que nos enseña que las cosas simples de la vida son las que más se extrañan.