«Dejó al país en un precipicio institucional»

Brasil atraviesa tiempos convulsionados con una crisis social e institucional que debe remontarse a 1985 para encontrar comparativas. En líneas generales, los atentados contra la democracia en el país vecino tienen un denominador común: Jair Bolsonaro.

El máximo mandatario hace unos días en Sao Paulo tildó de «canalla» al juez Alexandre de Moraes por la investigación que se inició y que tiene al presidente brasilero como principal sospechoso de corrupción, conspirar contra su principal contendiente en la carrera presidencial de cara a las elecciones en 2022 y por cómo gestionó la pandemia y las políticas públicas llevadas a cabo bajo su administración.

Al respecto de este presente crítico, conversamos en el Noticero con el periodista Pablo Giuliano, corresponsal de la Agencia Nacional de Noticias Télam en Brasil. «Hubo un intento golpista el pasado martes, a 199 años de la Declaración de Independencia, el día 7 de septiembre, con manifestaciones que durante 2 meses fueron convocadas por Bolsonaro, para exigir la salida o combatir o cerrar la Corte Suprema y, sobre todo, apuntar a las investigaciones contra el Presidente y varios de sus aliados que son investigados por llevar adelante movimientos conspiratorios contra el Estado de Derecho, es decir, amenazar de muerte a jueces, pedir el cierre del Congreso, reivindicar los actos de la dictadura militar para aplicarlos ahora», detalla Giuliano. «Bolsonaro dijo que no iba a respetar los fallos de la Corte Suprema y dejó al país en un precipicio institucional, y después de dos días de negociaciones, retrocedió de sus pasos», aunque sostuvo: «Yo puedo ir preso, muerto o victorioso… la primera opción la rechazo».

Además, aclara que «los militares, que son aliados del Gobierno, no embarcaron en esta aventura y, por el momento, el intento de Golpe fracasó. Ahora sí, hoy es una de las figuras más débiles de las que se tenga memoria».

Finalmente, sobre Jair Bolsonaro, Giuliano analiza que «siempre existió, hace 30 años que es parlamentario y, a partir del caso Lava Jato y movimientos globales que hizo Estados Unidos (la ‘Guerra Híbrida’, la ‘Primavera Árabe’ en el norte de África), en 2013 comenzó en Brasil un movimiento supuestamente cívico reclamando más derechos, que era de la vieja Derecha derrotada, que después de Lava Jato que tenía como blanco principal a Lula Da Silva y destruir la industria nacional del petróleo, que es lo que finalmente terminó ocurriendo con Bolsonaro y Michel Temer. Ese contexto fue propicio para el crecimiento de una ultra Derecha, que la tradicional tenía vergüenza: es decir, que los salarios impiden el desarrollo del país, que las políticas de igualdad son privilegios, que lo políticamente correcto altera la vida de las familias, que hay una dictadura gay y que en Brasil hay un racismo institucionalizado. La gente empezó a agarrar algunas de esas banderas y también se vinculó a las políticas de la Izquierda del PT con la corrupción. La Izquierda terminó siendo la corrupción, esta serie de imaginarios que tenían discursos de odio llevaron a mucha gente a creer en Bolsonaro y abandonar a la Derecha clásica. Aparentemente, ese movimiento se está revirtiendo, pero queda una gran fuerza del ‘bolsonarismo’, sobre todo en movilización. Es la Derecha que no tiene vergüenza de decir las cosas que siempre tuvo vergüenza la Derecha: ampliar la brecha de la desigualdad, concentrar la riqueza y mantener el poder en las manos del establishment y, sobre todo, el poder económico», repasa el periodista desde Sao Paulo.

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