Dos años de la salvación del alma

El 5 y 6 de abril de 2019, la banda de culto por excelencia del rock argentino, Cienfuegos, volvió al vivo por tan solo dos noches para seguir regalándonos ilusiones desde aquí a la eternidad.

«Cienfuegos es una mierda». «La banda que no existe». «¿Dónde está la felicidad?». «Nos vemos en el siglo treinta y siete». Son todas frases que el cantante y frontman Sergio Rotman dijo durante los tantos años de subsistencia de Cienfuegos, en los que padeció y disfrutó al máximo de una de las mejores bandas no masivas que dio la escena nacional.

No es casual la palabra subsistencia

Desde aquellos comienzos a principios de los 80′ bajo el nombre de Día D, la agrupación traspasó constantes idas y vueltas, viajes, portazos y renovaciones, para en 1995 consolidarse como Cienfuegos, sacar tres discos y mantenerse viva el mayor tiempo posible aprovechando la salida de Rotman de Los Fabulosos Cadillacs.

Pero la calidad de los conciertos y la explosión en vivo se codeaba con shows inundados por la policía haciendo razzia o cortes de luz insospechados. La maldición obligó a un parate, que un par de años después los haría volver con más fuerza y disfrutar de su mejor momento: shows inolvidables y encendidos en lugares como Niceto, La Trastienda o el Planetario. Era tan buen momento para afuera, que adentro no podría soportarse. La implosión llegó luego de dos conciertos en el Salón Pueyrredón (uno con un Rotman llegando en la segunda parte por haber tenido el mismo día show con Mimi Maura). El fin estaba entre nosotros.

Y entonces, luego de tanto silencio, peleas irreconciliables y amagues casi inexistentes, llegó por fin la salvación del alma. El anuncio para el 6 de abril de 2019 desde el propio Instagram de Rotman hizo que las entradas se agotaran en cuestión de horas, por lo que se agregó una función más para el día anterior, también agotada en los días siguientes.

Rotman en voz, Diego Aloé, «Gigio» González y Hernán Bazzano en guitarras, Martín Aloé en bajo y Fernando Ricciardi en batería. Paraíso para treintañeros que tanto habían disfrutado en los reductos menos agradables posibles a fines del milenio anterior o principios del actual. Poguearon, cantaron, saltaron y festejaron. Se sintieron adolescentes por una (o dos) veces más. Abajo del escenario y arriba también. Y así, como si la vida durara solo un instante, medio segundo después todo volvía de nuevo a la insulsa y aburrida normalidad.

“Nos vemos en el siglo treinta y siete”, dijo Rotman luego de la última función. Y aquí esperaremos. No es tanto tiempo. Esperaremos una vez a que llegue el dolor.

Foto: Agustín Duserre.