Mentime que me gusta

Todos la tienen en su repertorio. The Doors, Los Fabulosos Cadillacs, The Police, Credence, The Beatles. «Vive en el aire, la luna de abril, ella brilla y brilla, y no sabe dormir», recita Luis Alberto Spinetta junto a los Socios del Desierto.

La luna despierta innumerables sentimientos, poemas, observaciones e ilusiones, que pueden ser interesantes preguntas científicas. Es parte del ideario popular, de conocimientos relacionados con la agricultura, pesca, reproducción, entre tantos.

Desde tiempos aristotélicos (Siglo IV antes de Cristo), se observaba que era más grande cuando se encontraba cerca del horizonte al atardecer, en comparación con la noche. Sin embargo, al hacer experimentos se pudo notar que era una alteración en la percepción. La luna no cambia de tamaño. Hablemos de ilusiones y resolvamos el misterio (o no). Resulta que somos víctimas de la picardía de nuestro cerebro, de una ilusión.

La ilusión lunar es un fenómeno por el que la luna (también el Sol), dependiendo de su posición cercana al cenit (ubicación más alta en el cielo) o del horizonte, parece de distinto tamaño. Este curioso efecto fue explotado por Edgar Allan Poe en su cuento «La Esfinge. Allí, el protagonista mirando desde su habitación, cree ver en la montaña lejana un monstruo alado de enormes proporciones, pero en realidad se trata de un insecto que camina por el cristal de la ventana.

De la misma manera, creemos ver una luna gigante en el horizonte que nuestro cerebro juzga como “lejano” o una pequeña en el cenit que creemos “cercano”.

El engaño mental es inducido por la percepción de objetos corrientes en el cielo, como las aves o las nubes, que están más cerca cuando las vemos sobre la cabeza que en el horizonte. Aunque se investiga desde la antigüedad, este cambio aparente sigue en discusión entre causas físicas, astronómicas y ópticas que están lejos de explicar con exactitud el fenómeno.

Hagamos experimentos

Sostengamos un objeto pequeño, como una moneda o uno de los dedos de la mano, por ejemplo, con el brazo completamente extendido y posicionémoslo junto a la luna cercana al horizonte. Repitamos la acción cuando la Luna se encuentre en el punto más alto en el cielo. Confirmaremos la ausencia de un cambio de tamaño.

También podemos tomar una foto a la luna cuando está en el horizonte, y un buen rato después (¡como seis horas!) cuando llegó al cenit. Comprobaremos que tampoco hay variaciones.

Al mirar el horizonte el ángulo de la mirada es plano, y al mirar hacia arriba (cenit) podría ser que la percepción sea diferente porque cambia el ángulo, pero al acostarse en el piso y hacer la observación (generando un ángulo plano), se ve igual de pequeña. Mientras tanto, la súper luna está en la cabeza, nuestro cerebro se las arregla para que apreciemos como extraordinario un fenómeno trivial y cotidiano. Como la describiera Jorge Luis Borges: «bruñido disco en el aire», testigo de impensados momentos, fuente infinita de preguntas que incluso exceden a la ciencia.

Foto: Miguel Greiner.