Este miércoles 29 de mayo tuvo lugar, en Francia (precisamente en la ciudad de Montpellier), un suceso muy real y a la vez simbólico. Se celebró el primer matrimonio homosexual en el país, lo que inaugura un nuevo contexto en el que la reciente e iluminada ley de matrimonio igualitario, implementada por el gobierno de François Hollande, tiene el papel principal. Esta ley, cuyo proyecto fue aprobado a finales del año pasado y entró en vigencia en este 2013, le abre paso a un proceso de integración y reconocimiento. Se trata de un gran avance en materia de derechos humanos.
En medio de un operativo de seguridad, consecuencia de las violentas repercusiones que tuvo en la sociedad francesa la noticia, Vincent Autin (presidente de Lesbian & Gay Pride de Languedoc-Rousillon) y Bruno Boileau, dieron el sí y estrenaron esta legislación que permite, además de contraer matrimonio, la posibilidad de adoptar. Como punto neurálgico dentro de la ola de manifestaciones, el conservadurismo y el sector católico se movilizaron el domingo previo a la celebración. Según estima la prefectura de París, 150.000 personas concurrieron a la “Manifestación para todos” en el centro de la capital. A su vez, el suicidio de un hombre el martes 21 de mayo en la catedral de Notre Dame, que se disparó delante del altar, nos hace comprender el nivel de violencia extremo con el que ha tenido resonancia la medida. Entre tanto exabrupto, cabe resaltar que, en contraposición, en el festival de Cannes premiaron una película que relata un amor homosexual («La vie d’Adèle»).
Tanto en Bélgica, España, Portugal, Noruega, Suecia, Argentina, Brasil y Uruguay, entre otros (son 15 países en total), Francia inició con esta medida un camino esencial para la aceptación y la identidad de género. Un camino por el cual los derechos comienzan, en cierto modo, a ser derechos para todos.
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