El Esequibo, donde el aire se corta con cuchillo

En el norte del territorio sudamericano se percibe una tensión indisimulable. Pese a no ser un tema conocido o incorporado por el conjunto de la opinión pública regional, desde hace meses que viene incrementándose la hostilidad entre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y su par guyanés, Irfaan Ali, por la disputa en torno al control territorial de la denominada región del Esequibo, que controla la República de Guyana pero que es reclamada por la nación venezolana.

La principal noticia de los últimos días en torno al tema fue el referéndum celebrado en Venezuela el domingo 3 de diciembre, en el cual la opción impulsada por el Gobierno recibió más de un 95% de respaldo en el voto por el Sí a las cinco preguntas incorporadas a la consulta, cuyo porcentaje de afluencia comunicado por el oficialismo fue puesto en duda, especialmente desde los sectores opositores a Maduro y a la realización del referéndum.

Sin embargo, para comprender las raíces de este conflicto entre Venezuela y Guyana, que llevó nada menos que al presidente brasileño Lula da Silva a declarar días atrás que no cabe espacio para “la guerra y el conflicto” en América del Sur, hay que remontarse a principios del Siglo XIX.

En el año 1821, luego de las guerras de independencia, se constituyó la República de la Gran Colombia de la que Venezuela, junto con Colombia, Ecuador y Panamá formaban parte. La Gran Colombia incluía también un territorio poco conocido: el Esequibo o Guayana Esequiba, el cual limitaba al este con las Guyanas, cuyos territorios estaban siendo disputados por las grandes potencias europeas como Reino Unido, Francia y Holanda (no confundir Guyana con Guayana: este último término refiere a la región geográfica comprendida por Guyana, Surinam, la Guayana Francesa y algunas zonas del norte de Brasil y el este de Venezuela).

Apenas constituida, la diplomacia de la nueva República de la Gran Colombia informó a los británicos que la línea divisoria entre la Gran Colombia y la colonia británica vecina sería demarcada por el río Esequibo, tal como se correspondía con los territorios españoles de lo que había sido la Capitanía General de Venezuela antes de la independencia.

Si bien la diplomacia británica aceptó esa definición fronteriza, ocurrió algo muy frecuente en la historia de la política universal: la letra muerta del papel firmado no tuvo nada que ver con el devenir concreto de los acontecimientos que sobrevinieron posteriormente. Tras la muerte de Simón Bolívar en 1830, la disolución al año siguiente de la República de la Gran Colombia y las guerras internas, los colonos británicos con el tiempo traspasaron la frontera acordada y ocuparon tierras al oeste del río Esequibo: con el tiempo, en total, la cifra rondaría los 160.000 kilómetros cuadrados. En 1895, el presidente estadounidense Grover Cleveland instó a venezolanos y británicos a dirimir el conflicto mediante un arbitraje internacional, que en 1899 se concretaría: el Laudo Arbitral de París. Su singularidad fue que, de los cinco jueces, ninguno provenía de Venezuela: se trataba de dos norteamericanos, dos ingleses y un ruso. El vencedor del laudo, como era de imaginar, fue Gran Bretaña.

Recién en 1962, Venezuela decidió protestar ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por la inmensa usurpación territorial de la cual había sido objeto décadas atrás. Cuatro años después, llegaría el Acuerdo de Ginebra, aún vigente, cuyo objetivo es mantener el statu quo favorable al Reino Unido, pero a la vez reconocer los derechos de soberanía correspondientes a Venezuela, de lo cual deriva una exhortación al arribo de una solución pacífica y concluyente.

Hecho este recorrido histórico, se pueden comprender mejor las preguntas del referéndum. Una de ellas rezaba: “¿Está usted de acuerdo en rechazar, por todos los medios, conforme a derecho, la línea impuesta fraudulentamente por el Laudo Arbitral de París de 1899, que pretende despojarnos de nuestra Guayana Esequiba?”, seguida de otra referida al Acuerdo de Ginebra, sobre el cual se consultaba su apoyo en tanto constituía “el único instrumento jurídico válido para alcanzar una solución práctica y satisfactoria para Venezuela y Guyana, en torno a la controversia sobre el territorio de la Guayana Esequiba”.

La importancia de los recursos naturales del Esequibo está a la vista. Según cifras del Banco Mundial, el Producto Bruto Interno (PBI) de Guyana creció en forma interanual, respecto a 2021, en un 57,8%. Para dimensionar, basta decir que el segundo ubicado en esa lista, Panamá, creció un 10,5%, es decir, cerca de 50 puntos porcentuales por debajo.

Si bien el petróleo y el gas se llevan todas las miradas (especialmente el bloque de 26.000 kilómetros cuadrados denominado Stabroek, ubicado frente a la costa atlántica), también hay otros rasgos destacados de la potencialidad de esa región. Se encuentra, por ejemplo, la importante mina de oro Omai, así como una extensa red fluvial, con potencial para generar energía hidroeléctrica y con variedad de recursos ictícolas, en ríos como el Potaro. No se quedan atrás cataratas como Kaieteur, de más de 200 metros, que son de hasta cinco veces más grandes que las del Niágara.

El viernes 8 se trató el conflicto en el Consejo de Seguridad de la ONU, actualmente presidido por el mandatario de Brasil, Lula da Silva, quien previamente había declarado: “En caso de ser considerado útil, Brasil e Itamaraty estará a disposición para dar sede a cualquier y cuantas reuniones fueran necesarias. Dicho esto, quisiera decir que nosotros lo vamos a tratar con mucho cariño, porque si hay una cosa que nosotros no queremos aquí en América del Sur es guerra. No necesitamos guerra, no necesitamos conflicto”.

Sin embargo, el aire se corta con cuchillo. Si bien nadie cree realmente en la posibilidad de que Venezuela decida una incursión militar sobre Guyana (que sería la única forma en la que podría hacerse del control efectivo del territorio, más allá de simbolismos anunciados por Maduro como la modificación de los mapas oficiales de Venezuela o la creación de PDVSA Esequibo), Estados Unidos y Guyana anunciaron el jueves ejercicios militares conjuntos. «En colaboración con la Fuerza de Defensa de Guyana, el Comando Sur de los Estados Unidos llevará a cabo operaciones de vuelo dentro de Guyana el 7 de diciembre», afirmó la diplomacia del gobierno de Ali, al señalar “compromisos y operaciones de rutina para mejorar la asociación de seguridad entre los Estados Unidos y Guyana, y fortalecer la cooperación regional».

Por su parte, Anthony Blinken, secretario de Estado norteamericano, dialogó con el mandatario guyanés para “reafirmar el inquebrantable apoyo de Estados Unidos a la soberanía de Guyana», según expresó el vocero Matthew Miller.

La noticia de última hora el domingo 10, es la confirmación de parte del gobierno venezolano de “una reunión de alto nivel con Guyana” que tendrá lugar en los próximos días, en medio de un clima enrarecido por el accidente sufrido por un helicóptero del ejército guyanés.

Si bien el recurso nacionalista es tentador para recuperar vigor en la narrativa política, especialmente de cara al electoral año 2024 que asoma en el horizonte, Nicolás Maduro no parece tener más posibilidades de seguir exprimiendo el tema (otros asuntos lo aquejarán con seguridad en los próximos tiempos, comenzando por el interrogante acerca de si se habilitará o no la candidatura de la principal figura opositora, María Corina Machado). Está por verse. La política, sabemos, es dinámica y usualmente impredecible.