IA: entre innovación y amenaza

¿Cómo una herramienta contemporánea puede generar daños en lugar de ayudar?

Toda persona inmersa en el mundo de las nuevas tecnologías, o simplemente en la actualidad, escuchó alguna vez acerca de la Inteligencia Artificial (IA) que, en definitiva, llegó para quedarse. Observamos que cada día aparece una inteligencia específica capaz de satisfacer nuestras necesidades o pedidos, aquellos que no creíamos capaces de ser reemplazados por la mano humana, pero nos equivocábamos.

Son diversas las personas que utilizan diariamente estas herramientas accesibles para optimizar los tiempos, actualmente más del 80% de los usuarios diarios de internet. ¿Quién hace una tarea manual, que requiere tiempo y conocimiento, cuando un chat puede hacerla mejor y más rápido con solo un mensaje? Así funciona la mente humana este último tiempo, y no la juzgo.

La realidad es que, gracias a los tiempos que vivimos, se hace cada vez más difícil poder focalizar la atención y concentración en algo por mucho tiempo. Esto es gracias a la cantidad de estímulos constantes que recibimos de nuestro entorno y, en especial, de la tecnología. Nuestra relación con los estímulos digitales es intensa y constante. Cada notificación, like o mensaje activa nuestro cerebro liberando dopamina, lo que genera placer y hace que queramos seguir conectados. Es de saber común que nuestros algoritmos se ajustan a diario para atraparnos cada vez más y así lograr nuestra dependencia.

Sin embargo, no termina de ser algo novedoso para nosotros, que lo vivenciamos con el nacimiento de internet, y mucho antes con la llegada de la globalización a las comunicaciones y formas de relacionarnos. En esos tiempos se creía físicamente imposible el poder estar en contacto en simultáneo con alguien que se encuentre en otra parte del mundo y por un medio que no sea una carta, la cual tardaba meses en llegar a destino y otros más en volver la respuesta, actualmente es lo normal y nos acostumbramos a eso.

Tanto es así, que las generaciones contemporáneas a estos cambios desarrollaron fenómenos psicológicos como la ansiedad, estrés o dependencia que, con el paso del tiempo, se acrecientan, porque los tiempos de espera se acortaron al punto de resultar desesperantes.

Acostumbrados y hasta quizá sin darnos cuenta, formamos parte de una aldea global que necesita de la hiperconectividad y la necesidad de respuestas instantáneas constantes para poder sentirse bien, para no sentir que nos quedamos por fuera de las noticias de último momento, para no sentir que un otro no sabe lo que estamos haciendo y yo no sé lo que hace un otro, para evadir nuestros conflictos con esos clics constantes que mantienen nuestro cuerpo activo y alejado de la realidad, entre otras cosas.

Sin embargo, no voy a sugerir que internet nos perjudicó la vida, porque estaría siendo egoísta con esos grandes avances que permitieron conseguir la cura para enfermedades mortales o aquellos que permitieron nuevas formas de trabajo, socialización y comunicación.

Así como sucedió en la antigüedad con los grandes hitos o descubrimientos, no se puede ir en contra de los avances, porque es negar la evolución. Si en la época de las cavernas las primeras especies humanas hubiesen rechazado las pinturas rupestres, nada de lo que sucedió después hubiera tenido lugar, y nosotros no estaríamos acá o sería todo muy diferente y los procesos no hubiesen sido los mismos.

La IA forma parte esos avances que, aunque generan debate, marcan un antes y un después en la historia. Hoy, esta herramienta se presenta como una aliada en muchos ámbitos, incluida la educación. Dicho esto, al mismo tiempo que ofrece soluciones, también despierta preocupaciones. ¿Hasta qué punto puede ser beneficiosa y cuándo empieza a representar una amenaza? ¿Estamos realmente preparados para incorporarla de manera consciente y crítica?

Pero, antes de responder estas preguntas, en definitiva, ¿de qué sirve la IA o en qué nos facilita? La Inteligencia Artificial es capaz de ayudarnos en tareas diarias, hacer procesos más rápidos y tomar decisiones con mejor información. Nos facilita muchos ámbitos, siempre y cuando logremos un uso y no abuso.

Como todos los avances tecnológicos de estos tiempos, empezó como algo innovador que no presentaba preocupaciones. Pocos imaginaron que una herramienta diseñada para ayudar también podría perjudicarnos, y aún así, hoy más que nunca, podemos observar las consecuencias de su uso desmedido.

Gracias a esta herramienta que tenemos al alcance de la mano, muchas personas se volvieron dependientes de su uso, perjudicándose a sí mismas. La IA tiene su componente adictivo, porque brinda soluciones inmediatas, claras y adaptadas a lo que buscamos.

Esa sensación de placer, de conseguir rápido lo que uno quiere sin mero esfuerzo, es la que al fin y al cabo experimentamos a diario con las interacciones digitales en las redes sociales. Por eso, la IA se vuelve atractiva: cumple con esa lógica de inmediatez.

Visto de manera rápida, quizás no es tan malo, son los tiempos que se viven y nada podemos hacer para deshacernos de él, pero el problema surge ahora: sin darnos cuenta, empezamos a reemplazar nuestras ideas, decisiones o, incluso, conversaciones reales por lo que la IA nos devuelve. Lo cómodo y lo rápido termina ganando espacio, y ahí es donde aparece el riesgo de la adicción.

Muchas veces, con el afán de querer resolver algo rápido como una simple tarea o consigna, dejamos de pensar por cuenta propia, de ejercitar la creatividad o de equivocarnos, que también es parte del aprendizaje.

Al final, quienes salimos perjudicados somos nosotros mismos si elegimos resolver todo con ayuda de la IA. En contextos académicos o laborales, cuando haya que demostrar lo que sabemos y no podamos aplicarlo por cuenta propia, seremos los primeros en quedar en evidencia. Si todos respondiéramos de la misma manera, con el paso del tiempo, se extinguirían las profesiones, ya que un robot sabe hacer lo mismo que un médico, un abogado o un psicólogo, aunque no presente un título habilitante, y así sucesivamente.

No todo es negativo

La realidad es que la Inteligencia Artificial, bien utilizada, puede convertirse en una herramienta muy poderosa. Su capacidad para procesar información en segundos, generar ideas, organizar contenidos y facilitar el acceso al conocimiento la convierte en un gran recurso, especialmente en contextos educativos. Si logramos usarla con criterio y responsabilidad, podremos potenciar nuestras habilidades en lugar de reemplazarlas, y eso es lo que busco transmitir en este artículo.

La IA debe ser utilizada como complemento o ayudante de nuestras producciones, conclusiones o ideas. No puede ser la única fuente de ellas. Es una gran herramienta de resumen, síntesis o compresión.

Académicamente, la Inteligencia Artificial permite extender o resumir textos, corregir errores ortográficos y gramaticales, mejorar la redacción y proponer ideas nuevas o enfoques alternativos. También ayuda a organizar la información mediante esquemas, resúmenes o mapas conceptuales, y facilita la comprensión de contenidos complejos con explicaciones claras.

Además, puede generar preguntas para estudiar, traducir textos con más precisión, sugerir modelos de ensayos bien estructurados y armar citas o referencias en diversos formatos. Incluso, es capaz de comparar teorías, autores o corrientes de pensamiento, y simular distintas posturas frente a un tema, lo que resulta útil en trabajos argumentativos o de análisis crítico. Es toda una ciencia saber utilizarla correctamente, la IA no se va a equivocar, pero nosotros sí, y somos responsables de las preguntas y respuestas que obtenemos.

Todo usuario de IA o, al menos el frecuente, conoce algo llamado prompts, que son las instrucciones o indicaciones que le damos a la Inteligencia Artificial para que nos devuelva una respuesta. Un prompt es lo que escribimos o pedimos, y la calidad de esa respuesta depende mucho de cómo formulamos la consigna. Por eso, aprender a hacer buenos prompts es fundamental para obtener resultados útiles, claros y precisos. Es como hacer una buena pregunta: si esta es confusa, la respuesta también lo será.

Consta saber que, la IA no es 100% verídica, puede presentar márgenes de error o malas interpretaciones, somos responsables de la información que utilizamos y chequear previamente su veracidad para no desinformar. Estas y muchas otras instrucciones no son una simple ocurrencia, nos ayuda a entenderla mejor y a sacarle el mayor provecho posible.

La IA no es un enemigo sino una nueva oportunidad de estos tiempos. Como toda herramienta poderosa e influyente, su impacto va a depender del uso que hagamos de ella. Si la incorporamos con responsabilidad, pensamiento crítico y formación, puede enriquecer el aprendizaje, potenciar habilidades y abrir nuevas formas de pensar y crear. Pero si la usamos como atajo constante, sin involucrarnos ni reflexionar, corremos el riesgo de empobrecer nuestra propia formación.

El desafío no es evitar la Inteligencia Artificial sino aprender a convivir con ella, entenderla y enseñarla. Solo así vamos a lograr que esté a nuestro servicio, y no al revés.

Si queremos que la IA sea una verdadera aliada, necesitamos formar a estudiantes y docentes en su uso. Incluir capacitaciones sobre esta tecnología como una oportunidad para enriquecer la forma en la que aprendemos y enseñamos. La clave no es temerle a la Inteligencia Artificial sino aprender a usarla sin dejar de ser humanos.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Sol Morucci.