No son noticia. No venden. No les importa a nadie. Pero hay algo peor: son discriminados. Para el «blanco» representan lo peor de nuestra sociedad civilizada, ese pasado que todos quieren olvidar, ese error genético o cultural (lo mismo da en la descripción) que las campañas del general Roca no supieron o no pudieron desterrar. Pero durante un rato, unos días, fueron apenas un separador en los noticieros, entre los hechos «que importan» a los argentinos. Se trata de los qom, una comunidad originaria reconocida oficialmente y que alguna vez denominamos sencillamente como tobas.
El ultraje a los protectores y trabajadores de nuestras tierras desde siglos antes que pisen el continente nuestros antepasados europeos (tal es mi caso) no deja de sorprender, y lo ocurrido días atrás en un pueblito chaqueño, perdido en el norte argentino, conmueve y estremece, en el orden que quieras. «Los accidentes ocurren», dice una trillada frase que no casualmente está relacionada con la amenaza y el consecuente suceso, la tragedia sin testigos, sin sospechosos, sin nada. «Sin nada». Esa es una muy buena descripción de lo que les queda a estas culturas.
Quién mejor que Pérez para contar lo que pasó. «El asesinato de Imer Flores no es el primer crimen contra los qom en el lugar. A Alberto Galván le dispararon, lo mutilaron y lo arrojaron al río para que lo coman las pirañas, pero los acusados y la policía dicen que se ahogó solito, intentando escapar después de robar una billetera. A Alberto Montenegro lo ahorcaron en el monte con los cordones de sus zapatillas y el único detenido salió libre al día siguiente. A Juan Aguirre lo interceptaron en la ruta cuando llevaba dinero para las cooperativas, lo mataron a golpes y se llevaron los tres mil pesos. A Claudio Alvino lo acuchillaron en una fiesta a la que sus propios asesinos lo habían invitado. A Noelia Pérez, de quince años, la violaron tres criollos y no lograron matarla, pero eso no la salvó de ser humillada por la policía y el médico cuando fue a hacer la denuncia. Aunque las víctimas siempre son las mismas, para el gobierno son delitos comunes y no crímenes de odio.»
Los qom no hablan de los suyos en pasado. Por eso cuando tienen que hablar de los que entierran lo hacen en presente. Y como todos nosotros, no conocen el futuro, pero a pesar de todo lo que les pasa, no pierden la esperanza. Porque alguna vez, las cosas cambian, y los que quedan en el camino tal vez tienen la misión de encauzar la historia que se escribe.
Otro detalle interesante es que todos los qom tratan a los chicos como sus hijos, todos se llaman hermanos y a todos los padres se los trata como padres. Por eso, para finalizar, es apropiado reproducir el final de la carta que el hermano Lenguaraz Pablo le envió a la Presidente.
«Llegará el tiempo en que el río no nos traiga más dolor. Llegará el color del monte a florecer nuevamente. Le escribe quien rodeado de muertes, persigue la esperanza de hacer renacer la vida. Lo más terrible se aprende enseguida, lo hermoso nos cuesta la vida.»