Los mitos son para el adulto lo que el cuento a los niños

Los dioses griegos no son meras imágenes para ser intercambiadas en un álbum de figuritas, ni tampoco la mitología griega es un cuentito para que los niños se vayan a dormir con su dios preferido, si bien es cierto que todo mito o leyenda es contada para una humanidad niña y, muy por el contrario, entender e interpretar los Arquetipos Olímpicos es toda una tarea titánica y cautivante.
El Olimpo y el Hades moran en nuestro ser… dicho de otra manera, el cielo y el infierno habitan dentro de nosotros, por lo tanto, los dioses que gobiernan esas regiones también están en nuestra psiquis.
Los cuentos para niños tienen una razón de ser, donde comúnmente se inculcan valores morales, se aprende a distinguir entre el bien y el mal, se activa de manera positiva la fantasía, se desarrolla la confianza y la autoestima, se despierta la curiosidad y, por lo general, se identifican con el héroe o protagonista de la historia. Por ejemplo, las niñas con Blancanieves o la Cenicienta en sus historias homónimas. No es en vano que los cuentos sean relatados por los padres o el tutor cuando el niño se va a dormir, ya que la imaginación de un niño es muy frondosa y está bueno activarla en las horas de sueño, que el último sonido y la última imagen que el niño capta en ese día sea la de un cuento, ya que activa habilidades intelectuales como la memoria y el lenguaje, contribuye a descubrir el universo simbólico y algo muy importante: el niño puede elaborar en parte sus conflictos por no tener la madurez intelectual para afrontarlos.
La mitología griega hace exactamente lo mismo en el Hombre: los dioses se activan de acuerdo a la característica y naturaleza que tengamos más dominantes, ellos actúan en gran escala, tienen furias, explosiones, iras, deseos incontrolables, sentido de justicia, alegrías desbordantes y virtudes ilimitadas, ellos simplemente nos muestran todo lo que nosotros somos sin poder verlo en nosotros. Por eso los dioses eran antropomórficos; la verdad debía ser dada, velada por el mito y develada por el símbolo.
La mitología es aplicable en la vida diaria aunque no estemos enterados de ello. Cada dios despierta en nosotros una habilidad y cada «olímpico» nos da un instrumento para que podamos luchar en el día a día.
Por mencionar un ejemplo, Apolo (que representa al sol), es Dios de la luz y de la vida, se lo asocia con el arquetipo solar del liderazgo, el reinado, símbolo de vida y de verdad, donde entra la luz la oscuridad no tiene espacio. Todo se revela ante su presencia y antiguamente se decía que «donde entra el sol en una casa no entra la enfermedad».
En definitiva, muchas veces me preguntaron para qué sirve la mitología. Esta es más importante de lo que uno cree, ella despierta nuestros símbolos internos. Por medio de la mitología podemos ordenar el caos, que no es otra cosa que conocer el universo, es una herramienta psicológica y tiene todo un contenido sociológico exquisito. La mitología es para el adulto lo que es el cuento para el niño: deja moralejas, enseñanzas, explica los eventos naturales del mundo, da consejos sin darlos y te muestra las pasiones del hombre a través de los dioses. Siempre estas cosas es mejor verlas en los otros que en uno mismo. Freud pudo entrar en ese mundo y, con la sabiduría de lo que era el hombre y su aparato psíquico, puso a muchos de sus estudios nombres mitológicos como “el complejo de Edipo”, «el complejo de Electra”, Tanatos (muerte), Fobos y Deimos -miedo y terror, los dos hijos del dios Marte, el dios de la guerra-.
Así, la simbología nos enriquece, nos prepara y nos muestra a través de sus protagonistas los diferentes mundos, los diversos seres, los distintos escenarios, para que en un estado de imaginación y al cerrar los ojos podamos verlo en nuestro mundo interior.