Más corazón que odio

Dentro de un mundo completamente revestido por el cinismo, llega “The Holdovers”, una nueva maravilla narrativa de Alexander Payne, en forma de pequeño molde de una bondad maltrecha, pero todavía con vida. La aventura, para él, significa atravesar un proceso de cambios drásticos en un periodo corto de tiempo; puede tratarse de un verano (“Los descendientes”), un semestre escolar (“Election”), un último fin de semana de solteros (“Entre copas”) o los preparativos de una boda -sin ganas- (“Las confesiones del Sr. Schmidt”). Algunas de ellas implican movimiento, en un sentido obligatorio desde lo físico para emprender un quiebre.

En “The Holdovers”, la imposibilidad de salir es la ruptura, porque une a un docente de Historia -perdón, de Civilización Antigua- y a un estudiante secundario. El receso escolar de invierno en el que todos (personal docente y alumnos) se reúnen con su familia, lejos de este estricto colegio de caballeros llamado Barton. Mientras todos preparan sus valijas, Paul Hunham (el enorme Paul Giamatti) recibe la noticia de ser el docente a cargo de un grupo de estudiantes, quienes permanecerán en la institución durante las vacaciones. Angus (el debutante Dominic Sessa) también es informado de un último cambio de planes, más bien un abandono por parte de su madre, a quien no se le podrá unir en unas playas caribeñas. De salir de un espacio de restricción a un ticket en el paraíso, a pasar las fiestas con un docente al que todos odian y unos compañeros “perdedores”. Al séquito se le suma la cocinera Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph, otro prodigio) en una fase de duelo, tras la muerte de su joven hijo en la Guerra de Vietnam. Sí, todo transcurre a las puertas de 1971 y no es una simpleza nostálgica por parte de Payne.

El celofán de rigidez expuesto por Paul es una capa de protección contra todas sus inseguridades y frustraciones acumuladas. Algunos defectos físicos como el estrabismo en uno de sus ojos y un porte de celibato muy pronunciado lo debilitan, por momentos, ante la presencia de Angus, un joven con las mismas promesas de un futuro promisorio que de una paternidad ausente por la fuerza, y la completa desatención de su madre. Entre ellos Mary, un personaje mediador, aunque igual de roto. Un abismo separa la descripción de los personajes de un drama tejido con la lana del golpe bajo, hay en Payne más ternura que filos cortantes sobre los pesares y, especialmente, se difumina un espíritu recuperador de ciertos valores de pureza humana.

En el cine americano de los 70 hubo una vertiente menos luminosa, y más agridulce todavía, ubicada en ciertos directores ávidos de contar historias muchas de ellas difíciles de enroscarles un cascabel, nacido desde la teoría de los géneros. Entre esos realizadores estaban Hal Hashby y Bob Rafelson, cuyas obras “El último deber” (1973) y “Mi vida es mi vida” (1970), respectivamente, podrían fundar la idea de una comedia mezclada entre el drama inesperado y la vida atravesada sobre personajes, en apariencia felices. Allí se inscribe esta película, desde la formalidad apunta a una secuencia de títulos acompañada por “Silver Joy” de Damien Jurado, un coro y una composición original de Mark Orton, entre esas tres partes se divide la presentación que podría tratarse del inicio de una de Hashby. Nada es casual. Tampoco el uso de esos zooms in y out mecánicos, ni el uso narrativo de los fundidos encadenados para meterse aún más en la cabeza de Paul.

“The Holdovers” es la respuesta americana al cine de Aki Kaurismäki, en la creación de personajes nobles y unidos por tragedias, en búsqueda de una salida de un entumecimiento que, al menos, les arroje un mínimo haz de luz en sus vidas. Vivimos tiempos de turbulencia, donde todo parece pender de un hilo, y allí que el cine de Payne brote en el medio de la aridez hollywoodense -más preocupada por las planillas de cálculo con números que cierren- podría ser el barrunto del otro lado de la esperanza.

“The Holdovers” es dirigida por Alexander Payne y cuenta con las actuaciones de Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da’Vine Joy Randolph, Carrie Preston y Brady Hepner.