El miércoles 18 de junio se realizó una movilización a Plaza de Mayo por la condena a Cristina Fernández de Kirchner (CFK). En primera instancia, la marcha iba a ser desde el domicilio de la expresidenta hasta Comodoro Py para acompañarla a entregarse a la Justicia. Ante las sospechas por parte del Poder Judicial y del oficialismo de una convocatoria masiva, se le otorgó la prisión domiciliaria y se señalaron las debidas indicaciones por formato virtual. De todas formas, se realizó la convocatoria a las 14 horas en Plaza de Mayo.
Podría pensarse, como factores aislados, que lo más llamativo de la marcha fue la cantidad de gente que se presentó en la movilización, sobre lo cual se estima que fueron más de medio millón de personas. Podría pensarse, por otro lado, que lo más interesante fue la consigna alrededor del reclamo por la condena a Cristina Kirchner o el hecho de que la expresidenta hablara para los presentes en Plaza de Mayo.
En otro orden de ideas, se podría pensar que ya hubo varias marchas en 2022 en reclamo de la condena o por la convivencia democrática luego del intento de magnicidio dejando, por lo tanto, a la marcha del 18 de junio como una más entre tantas. También se podría pensar que hubo con mayores convocatoritas, inclusive, que ya son incontables en las que habló Cristina Kirchner como dirigente política. Pero, si se pensara de esta forma, habría algo que se nos estaría escapando de las manos, algo irreductible a cada hecho en particular. Fue en la articulación de todas las partes lo que dio lugar a una nueva totalidad abierta. Lo que caracterizó la marcha del miércoles fue la potencia histórica que se halló en la articulación simbólica de una plaza y calles llenas, una consigna bandera como lo es la condena a CFK, que condensó las infinitas demandas de los sectores opositores al oficialismo, y una expresidenta presente en voz en off mediante altoparlantes que permitían escucharla en toda la Plaza de Mayo estando presa en su domicilio.
Había gente en las cercanías a la plaza que afirmaba que «esto va a salir en los libros de historia», también otros que sostenían «es el 17 de Cristina», haciendo referencia al 17 de octubre de 1945 cuando las masas obreras y populares se manifestaron en Plaza de Mayo exigiendo la liberación de Juan Domingo Perón. Hubo algo de esa potencia histórica que fue percibido por quienes se encontraban ahí. Un momento donde el espacio público se habitó de forma colectiva y se dio lugar a lo político.
En pleno gobierno de figuras de ultraderecha, que dicen odiar la política y estar en contra de figuras históricas y valores relacionados a movimientos nacionales y populares, se abrió un espacio en una de las plazas más históricamente importantes del país: Plaza de Mayo. Y ese espacio condensó una construcción, una unión simbólica de demandas y sentimientos diversos que pudieron ser puestos en palabras. Tal como dijo Cristina Kirchner a la distancia, mediante una voz en off que empapó a la plaza de manera omnipotente: «Queridos argentinos y argentinas, vamos a volver».
De tal forma, signaba un momento, reclamaba una voluntad, un querer hacer por parte de la oposición peronista. Ya no era una discursividad que narraba injusticias, reclamos, críticas al gobierno de La Libertad Avanza y el PRO, era una discursividad que ponía un sello simbólico: un grito de articulación política, de deseo de transformación y de conformación de un sector opositor. Un grito místico al calor de esa particularidad de la política argentina de que la historia esté atravesada por el peronismo. Un grito que ponía en alto «no nos han vencido» y un público convocado que escuchaba desde los mayores silencios una voz que no provenía de algún cuerpo allí presente, pero que se corporeizaba en los miles y miles en Plaza de Mayo.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Azul García.