Y la culpa no era mía

Se están poniendo de acuerdo acá dentro. Cada parte quiere decir lo que siente. Siento mi pecho caliente. Mis ojos van para todos lados como buscando un pensamiento. Mis dedos tomaron la palabra.

Ambiente previo al relato

La Majo impostora quiere salir, lo siento. Quiere decir que no leas lo que estoy por contar con drama ni como víctima, entonces viene la Majo filosófica y le dice: ¿qué te hacés? Porque sí, hay una voz dentro de mí que procesa en porteño perfecto. La filosófica dialoga con la impostora para que salga lo que es.

Hagamos de esto un relato. Las palabras brotan pero no para que se lo quede el otro. Me quiero consultar más tarde y transmitirme lo que sentí escribiendo. ¿Por qué tanto preámbulo? ¿Por qué no? Creo que toda la norma está yéndose al carajo en 2019. Y no sé dónde queda el Carajo pero le pongo mayúscula por si en verdad existe y yo no lo conozco. Por respeto. Respeto a lo desconocido. Mira la imaginación cómo pone capas y capas para que no entremos en contacto con el dolor. Pero, ¿qué pasa cuando sí conocés algo y no querés contar que es así?

Negar de dónde venís, quién sos y, por tanto, lo que querés hacer, ¿qué pasa allí? Creo en lo humano. Las variables con las que nos cruzamos en la vida son diferentes pero, a veces, nos sorprende la misma ola de una marea que levanta y mueve aunque no quieras. Pero, ¿en verdad no quiero? Lo que me parece bello de lo humano es que creo que todos tenemos las mismas capacidades y mientras desarrollo algunas de estas facultades, como aprender a respirar bajo el agua, otras personas ya son mar. Quiero darme este espacio para fluir y llegar a ser mar.

El otro

Mi cuerpo tiene la capacidad de auto regenerarse. De defenderse, inclusive. Con la data que guarda, el cuerpo va creando mecanismos que, cuando no está en comunicación con las otras partes del ser no sabés por qué reacciona como reacciona. Pero ahora voy sintiendo diferente. Mis dedos están en un momento muy placentero sobre el teclado. Mi espalda está erguida sin que yo haya lanzado una alerta desde el cerebro para corregirme la postura. En este momento soy seguridad toda.

Antes de empezar a escribir mi primer blog en 2010, mi cuerpo era mi parte más expuesta a lo social. No a cualquier sociedad, una hostil que lo que quiere compartir es el daño que sufrió e incorporarlo en otro. Creo y siento que esto está cambiando. Lo creo y lo practico. Este cuerpo mío vivió un abuso sexual cuando era niña. Este cuerpo vivió un episodio de violencia que identifico como abuso ya de adulta. Este cuerpo mío que hoy está en comunicación con el resto de mi ser quiere sanar y decidí moverme y contar que la culpa no era mía como creí durante muchos años. Un tiempo que quedó dividido en dos partes: una en la que creí que el abuso estaba normalizado y otra, en la que al darme cuenta de que no era algo normal sentí vergüenza muy profunda para hablar.

La mente sufrió abuso psicológico también y eso no pasó años atrás. Pasó hasta una última vez a principios de 2019.

Huir de mí

Me está pasando incluso en este momento. Siento suma incomodidad al escribir esto que quiero dejar aquí. Es incómodo porque sé que no quedará aquí. Ya creí y dejé de creer y volví a creer como si mi vida fuera una canción del Cuarteto de Nos, pero si somos en común las variables que nos atraviesan, puedo ser un poco todas las canciones.

En una sociedad patriarcal, reconozco varias formas en las que una mujer puede entrar en el juego social. Como víctima y no pasé por ahí incluso cuando lo fui. Como poder, y entonces te disfrazás del entorno de poder para entrar en el patio y ser aceptada. Como combatiente, y entonces te los echás todos en contra de entrada. Hay más pero, ¿acaso no podemos ser todas? Sin disfraces, solo ejerciendo lo que somos, ¿se puede? ¿A quién le pido permiso? ¿Quiero pedir permiso? La marea no pide permiso. La marea irrumpe, te envuelve, es el encuentro de Yo y el poder -y sí, en este momento me cago en la convención de poner al otro primero-. Yo y el poder nos hemos hecho guiño por años pero todos me hicieron creer que no era posible, que siempre estaba para secundar al otro. Y pregunto, ¿se pueden ser ambas? ¿Se puede ser una con el poder desde la no imposición de un «deber ser» que, hasta ahora, cataloga según su conveniencia? ¿Me volví combativa? ¿Combativa o cuestionadora del poder? Y bueno, parece lo último y no gusta quien cuestiona. Entonces, dejé de hacerlo afuera y empecé a hacerlo dentro. Me movió la marea. Me movió de donde estaba puesta en mi situación de poder ilusoria. En mi construcción de lo que yo creía. Llegó el momento de enfrentarme a mí misma. Dejé de huir de mí.

La marea

La ola me abrazó completa. Me revolcó. No quedó rastro del sillón de pensamiento en el que estaba sentada cuando el testimonio de Thelma Fardim fue público en 2018. Vinieron más testimonios y llegaron a mi trabajo. Un día tuve que transcribir el testimonio en vivo para la televisión, de una actriz que en toda su vida no había hablado del abuso físico que había padecido. Fue un despertar de consciencia colectiva pero yo aún no me podía subir a la ola. Aún no había sanado. Estaba revuelta por la ola y el impacto en mí tomó forma de esta reacción de lo oculto que quiere salir: ataques de pánico. No era la primera vez que tenía que reabrir una experiencia que prefería quedara confinada en un baúl dentro de mí. Hasta imaginaba el baúl: era de terciopelo vinotinto.

En 2017, abrí en terapia psicoanalítica el tema de los 90′ y de 2016, los dos abusos físicos que recuerdo.

Ni dónde estaba ni cómo vestía

El primer abuso fue una persona del entorno de confianza. Hoy, 3 de diciembre de 2019, estoy entendiendo y sintiendo y aceptando un mecanismo de defensa que ejerce mi cuerpo con esa data que almacenó. Tengo 30 años de edad y sigo asimilando rastros de un suceso que me ocurrió a los 5 años.

Cuando fui abusada físicamente en mayo 2016 fue dentro de la Universidad Central de Venezuela, mi alma mater. Me violentaron el espacio de confianza. Fueron dos delincuentes. Evité entrevistas, no quise exposición. No había reunido el coraje que hoy siento. Por eso estoy acá afrontando esta situación que ya no es mía, a la que no me aferro pero que a ratos me nubla. Hay cosas que no se pueden olvidar porque te acontecieron, se instalaron e hicieron memoria. Es parte de mí este relato, parte de mi vida y yo decido qué hacer para honrarme y cuidarme como nadie más lo hará.

Crecí con dos hermanas, dos madres, en un colegio de mujeres, tuve amigas a lo largo de mi vida y tengo sobrinas. Nunca había asimilado un concepto de hermandad como el que siento ahora, con el que siento a cada una de las personas que fueron abusadas, con el que entiendo su silencio y con el que siento sus ganas de hablar, de gritar, de llorar. Crezcamos unidas, reales, sin pretensiones. Quiero que mis sobrinas crezcan en confianza de expresar lo que sienten, lo que viven. Que se acabe el silencio impuesto por el poder patriarcal en el que caemos todos. No más.

Este texto sale como salió para que sientas al leerme que fui soltándome hasta entrar en comunicación consciente con lo que tengo para decir. Gracias a las mujeres que decidieron hablar y me impulsaron a contar parte de lo que sigue saliendo incontenible. Y para quien no sienta y no entienda esta variable de una circunstancia que nos atraviesa a muchas, le digo que cuestione, que pregunte, porque todavía queda mucho para contar.

Mujeres, gracias por este canto.