Ambición estudiantil

En el marco de la Competencia Argentina de la 36° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se estrena “Reloj, soledad” de César González con Nadine Cifre, Edgardo Castro y Érica Rivas.

Como sucede con la mayoría de los exponentes del terror local, el cine de González es tan solo una “lista de deseos” que nunca llega a materializarse. Por más empeño que haya en cierta crítica local, incluso en su variante como programadora de festivales, las películas de este director deudor del cine de Raúl Perrone y José Celestino Campusano se estanca en las nubes de unas ideas muy ambiciosas.

“Reloj, soledad” es su película más narrativa, a pesar de las costuras que se advierten sobre la independencia de su cine con respecto a los organismos de créditos para hacer películas. La presentación de su protagonista, interpretada por Nadine Cifre (quien es coguionista, comontajista y alguna otra cosa más), está extendida a lo largo de la cotidianeidad de su día laboral: despertarse muy temprano, tomarse el bondi, ponerse un mameluco y limpiar las instalaciones de una fábrica hasta que el sol caiga. La noche, ese final de jornada para la joven sin nombre, no aparenta un peligro y desde esa idea se puede establecer una hipótesis sobre cómo González construye una lectura acerca del Conurbano bonaerense. Un escenario que es fuente del nacimiento de la delincuencia y de muchos males para el cine, la televisión y hasta la opinión pública, en cierta forma, el director multi instrumentista prefiere desligar a sus locaciones y a sus personajes de esa mirada sesgada y casi morbosa sobre la provincia de Buenos Aires.

La protagonista ve una oportunidad de robarse el reloj de su jefe, lo que trae una consecuencia directa sobre su compañera de trabajo a la que despiden casi sin pruebas contra ella. La culpa, la traición y el destierro catastral se envuelven para asfixiar a la joven. En efecto, González se preocupa más por la carga poética de un tiempo detenido en la simbología del reloj que aparece como material, que por el devenir de su criatura.

Las torpezas de guion en los quiebres narrativos, los ralentís arbitrarios y las marcas de un cine estudiantil tampoco colaboran a ese espíritu metafórico que se entremezcla con lo realista. Si bien no cae en el subrayado tóxico de otras películas presentadas en esta edición del festival, “Reloj, soledad” es un intento local por retratar un espacio, sus personajes y sus circunstancias a través de los ojos de un personaje alienado por un cine que no es viable, no en estos tiempos ni en estos lares. Que el cine de los hermanos Dardenne se preocupe por las miserias de la clase media-baja de una sociedad, en teoría, considerada de “primer mundo” es posible, primero, por una estrategia estética básica sobre la fotografía y el sonido, segundo porque sus personajes por más terrenales, crudos y reactivos sean al mundo desesperanzador que les toca vivir tienen un anclaje artístico y circunscripto dentro de una ficción a la que no se le notan los hilos. En “Reloj, soledad” no se distinguen gran parte de los diálogos (se escucha una parte, se pierde otra), los actores y actrices de tan naturalistas parecen artificiales, la cámara es invasiva como si se tratara de un reality y ver la escena con Érica Rivas, quien en la historia parece ser la madre de la protagonista pero en los créditos figura como “amiga”. Incluso, hasta en ese punto la linealidad y la austeridad buscada tiene un bucle de confusión. Una película que de tener otro nombre, probablemente, no hubiera trepado hasta ubicar un lugar en una competencia oficial de un festival “clase A”.