De mano en mano pasaban las donaciones de miles de personas durante los días posteriores a la tragedia del pasado 2 de abril, cuando un fuerte temporal de lluvias envestía contra algunos puntos del norte de la ciudad porteña y La Plata, la capital de la provincia. Una catástrofe natural que acabó con la vida de 54 personas (cifra oficial confirmada hasta este momento) y que causó cuantiosos daños materiales.
Una semana después, y todavía con el miedo metido en los huesos, los habitantes de La Plata hicieron un balance de sus pérdidas. Los más afortunados vieron cómo “solamente” se echaban a perder sus objetos personales. Una señora de 60 años, vecina de la calle 34, contaba: “He perdido todos mis muebles y electrodomésticos, pero lo que más me duele son los objetos y fotos de la infancia de mis hijos y familiares”.
Otra vecina, con el rostro ojeroso y las piernas temblando, hacía recuento de los destrozos y relataba que lo mejor había sido la rápida actuación de los vecinos que, codo con codo, colaboraron en las tareas de limpieza de su hogar porque ella no tenía fuerzas para hacer frente a tan desolador panorama. Casa por casa, el grupo de voluntarios de la Iglesia Evangélica Centro de Capital Federal mostraba su mejor sonrisa a los platenses e informaba de las donaciones que llegaban de todos los rincones de la ciudad porteña. Ya en el punto de ayuda de la calle 34, entre la 21 y la 22, decenas de personas se esforzaban en atender a los afectados que, como hormiguitas, aguardaban su turno. Entre los objetos más demandados por las víctimas se encontraban colchones, agua mineral, productos de botiquín y artículos de limpieza. En las calles los vecinos sacaban bolsas de recuerdos que no podían salvar, objetos conservados en el tiempo, algunos de ellos por varias generaciones, devorados ahora por el camión de la basura.
En el centro de ayuda de La Plata las donaciones se amontonaban. Por grupos, los voluntarios clasificaban la mercancía, registraban a las personas que se acercaban hasta allí y distribuían al resto del equipo para hacer el trabajo de censo de los alrededores. La ropa era separada por edades, sexo y estación del año, los pañales por talla y los productos de botiquín, como los medicamentos, se trasladaban al centro de salud para después ser revisados por los especialistas, para garantizar así su buen uso. Otro grupo de cooperantes se encargaba de llevar víveres a las personas de movilidad reducida, ancianos, enfermos o mujeres embarazadas, aunque estos casos fueron los mínimos, porque los familiares y vecinos ya se habían hecho cargo de ellos. La solidaridad no solo alcanzaba a las personas, también los animales eran atendidos: de hecho, se podían leer anuncios de veterinarios que ofrecían sus servicios a las mascotas afectadas. Otra vecina nos contó que tenía acogida en casa una perrita perdida, que buscaba a sus dueños.
El agua llegó hasta casi los dos metros de altura, las familias que contaban con casas de dos plantas se trasladaron hacia la parte más alta y fueron testigos de cómo sus calles se convertían en ríos. En minutos la bravura del agua arrastró con furia muebles, árboles, vehículos, animales y personas. Un mismo paisaje se repetía en las zonas inundadas: camiones de recolección de basura que no daban abasto, ciudadanos limpiando los autos, puertas y ventanas de las casas abiertas de par en par para ventilar el olor a humedad. Veredas cubiertas de muebles carcomidos, y un ir y venir de personas que se dirigían a los centros de salud para ser vacunados y evitar posibles infecciones.
Los platenses afirman estar muy agradecidos por la gran ayuda prestada desde los distintos rincones del país. Según asociaciones civiles y sociales de la ciudad de La Plata, solo en las puertas de la catedral, bajo la colecta de las organizaciones de Cáritas, Banco Alimentario y Techo se recaudaron más de 250 toneladas de donaciones.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Lourdes Fajardo Aguado.