Consumos argentinos

El pasado fin de semana apareció en HBO Max la película argentina -hasta el momento- más taquillera del año: “La extorsión” de Mariano Zaidelis. Podría pensarse que la migración a un servicio de streaming haría que la oferta en salas de cine de la película desapareciera inmediatamente, pues no. Un par de días después de integrar un catálogo digital hogareño, “La extorsión” aduce un corte de 4.916 entradas (entre el viernes y el sábado) y un acumulado de 501.994 en el total desde su estreno, según el sitio Ultracine.

El número de los dos días le sirve, en primer lugar, para superar el medio millón de espectadores, un objetivo que pocas películas pueden cumplir y, menos aún, producciones nacionales. Despejado el análisis individual de “La extorsión”, se puede reflexionar sobre el consumo de la misma película en diferentes formatos, espacios y calidades en simultáneo. Por supuesto, existe una merma en la cantidad de salas disponibles para ver “La extorsión”, sin embargo, que casi 5.000 espectadores eligieran ir a un cine a ver la película que está disponible a un clic de distancia nos permite pensar que existen dos públicos bien opuestos.

El espectador de cine que busca la experiencia de una sala acondicionada para ver una película en pantalla grande con sonido envolvente dentro de un espacio oscuro, que promueve -además- una sensación inmersiva no va a conmoverse por tener al mismo tiempo esa película a disposición en su televisor o dispositivo. En el dorso tenemos a un tipo de espectador que se terminó de configurar con la pandemia de COVID-19, mucho más adepto a visualizar películas desde la comodidad del hogar, lo que también condujo a un crecimiento en el consumo de series y miniseries. Una gran incógnita era pensar qué sucedería cuando los cines regresaran a la normalidad, y es recién este año en el que quizá pueda empezar a responderse tal pregunta.

Ley de alquileres

En gran parte del mundo, el sistema de alquileres de películas se encuentra establecido desde hace tiempo. Claro que se trata de casos en los que existe una conveniencia económica de estrenar en pocas salas y, al mismo tiempo, para un alquiler por un módico precio, ajustable a películas pequeñas que, por cierto, hace no muchos años tenían un lugar en el circuito comercial. Aquí en Argentina la oferta de alquileres digitales es mínimo, solo algunos sistemas de servicio de cable lo ofrecen como Flow o Telecentro. Incluso en ambos, las películas disponibles para alquiler no son estrenos semanales, sino que se trata de títulos de los últimos años que, en su mayoría, no están accesibles en otras plataformas.

Más allá de la crisis que están afrontando por estas semanas los servicios de streaming, en términos económicos, los últimos años se vieron fortalecidos -en gran parte- por tener en su poder producciones originales. En el caso de producciones argentinas Netflix tanto como Amazon acapararon los títulos, aunque Star+ con series y documentales también se sumó a la lista. La diferencia entre Amazon y Netflix es que la primera permite los estrenos en sala, es así que el ejemplo más apabullante lo dio “Argentina, 1985”, estrenada en cines unas tres semanas antes de su salida en Amazon, estudio que la produjo en asociación con otras compañías. La película de Santiago Mitre superó los 2 millones de espectadores en salas y fue un éxito en Amazon. Sucede lo mismo con “Blondi”, ópera prima de Dolores Fonzi, de inminente estreno que tendrá el mismo destino: salas de cine y plataforma en una segunda instancia, ambas distribuciones en algún punto temporal convivirán.

Generación VHS

El término “ventana” para definir la brecha entre el estreno en sala y las siguientes vidas de la película en formatos hogareños no nació con la llegada del streaming, existe desde la aparición del VHS. En los tiempos de ese primer formato hogareño de reproducción audiovisual, la distancia entre la versión theatrical y el video era enorme para los parámetros actuales, pero normales en aquellos tiempos. Sin viajar tan lejos, podemos tomar el caso de “Titanic”, que se estrenó en febrero de 1998 y tuvo su salida en VHS para finales de ese mismo año. Hoy, una ventana estándar entre la pantalla grande y el acceso digital no supera los 45 días para los casos de una película argentina distribuida por un streaming. Hay que citar los casos de Warner, Disney y Paramount, a los que puede incluirse Netflix, pero como distribuidora que compra un producto ya terminado, un ejemplo de eso es “El suplente” de Diego Lerman del año pasado.

Una vez naturalizada la existencia del VHS, hubo un público que incorporó este formato como el único para acceder a las películas, sin importarle qué tiempo podía demorarse en su llegada desde el cine hasta el videoclub. El DVD propició el fetiche del físico, y con ello la posibilidad de coleccionar de la misma manera que se pueden adquirir hoy vinilos en un precio razonable. El abaratamiento del costo del servicio de cable también colaboró a la formación de un público que podía acercarse a las películas primero a través del televisor, mucho antes que el de la pantalla grande. El cable y el VHS presentaban diferencias muy sustanciales, el primero ofrecía (y milagrosamente todavía lo hace) canales con películas las 24 horas, en ese aspecto el cable revolucionó la manera de consumir porque proveía contenidos el día completo contra una programación de un canal de aire que durante la madrugada y en gran parte de la mañana obligaba a tener el televisor apagado. Mientras que el VHS entregaba el control al espectador, podía ver ese casete en cualquier momento, pausarlo, adelantarlo o rebobinarlo… todas acciones que la televisión no presentaba. Si te perdías la emisión de una película pactada en un día y horario, no quedaba otra que esperar a una repetición. El control era del programador del canal.

El streaming fusiona ambas cualidades distintivas: por un lado, propone la posibilidad de ver en el momento que sea, lo que sea y, además, da un abanico de ofertas similares al de una góndola de videoclub. Aquello que brotó en forma de milagro cinéfilo, pronto devino en una atmosfera de incompletitud porque ningún servicio puede darles a todos los espectadores lo que quieren, ni siquiera en una gran proporción. Como tampoco existía el videoclub capaz de concentrar cada uno de los tipos de gustos, es que el catálogo digital también resulta limitado. Para poder ver “todo” es necesario estar suscripto a dos o tres servicios, incluso, así siempre puede faltar algo.

Lo que nunca previó el streaming, como concepto, es la obnubilación ante la pasmosa facilidad de acceso. Para poder ver una película en VHS debíamos tomar la decisión de alzar la cajita, trasladarla hasta el mostrador de nuestro amigovideoclubista” y entregársela para que nos diera el cassette antes de regresar al hogar, las dos acciones del medio se simplificaron con la llegada de la entrega a domicilio, aún así se exigía que tuviéramos el poder de decisión.

Hoy en día, es muy sencillo darle “aceptar” a la función play como así también darle al “regresar”, para elegir otra película. Esta facilidad no es más que un problema: se anula el compromiso con la elección, convierte a la película en descartable si no nos gustan los primeros cinco minutos o si me aburrí a la media hora, chequee el celular o si me quedé dormido para olvidarme al otro día que dejé un contenido por la mitad. Tener todo a disposición a veces es no tener nada, que en cierta forma lo es porque el formato digital tiñe de efímero un lenguaje que no debe serlo, el cine se filma (o se graba, ahora) para el futuro, es un documento para ser apreciado no solo en la instantaneidad y en la urgencia sino en las épocas venideras. Cuando la película descansaba en las cintas, ya sean de un rollo fímico o de un cassette, se poseía la película físicamente, hoy es todo lo mismo. La película está, pero no está.

¿Pueden convivir el cine y el streaming?

Como se señaló al principio, algunos números dejan entrever que la existencia de dos públicos definidos (el que va a la sala y el que espera a la oferta digital) permiten que una misma película tenga en simultáneo proyecciones en salas y una oferta hogareña. El principal escollo está en los que toman las decisiones, quienes no parecen entender que es potable una coexistencia de formatos de una misma obra, menos aún que se trate de una posibilidad para películas más pequeñas, lejos de los eventos que pueden resultar de un contenido popular. El devenir del streaming y el cambio en la dinámica de las salas dirá que es lo que le depara a nuestro consumo de películas en el futuro. Por ahora, la responsabilidad del espectador con sus consumos audiovisuales es menester que esté activa.