El Eternauta: viajero de la resistencia

En la Buenos Aires de 1957, una nevada letal comenzó a caer sobre el Conurbano. Esto no pasó en la realidad, pero sí en las páginas de «Hora Cero Semanal», la revista de Editorial Frontera, y surgió de la pluma de Héctor Germán Oesterheld y el trazo minucioso de Francisco Solano López en «El Eternauta», una de las obras más importantes de la historieta argentina y latinoamericana. El héroe no era un superhombre: era Juan Salvo, un hombre común, un vecino, un sobreviviente. Su lucha era colectiva, su enemigo venía de fuera, pero también de dentro.

Editorial Frontera fue fundada en 1956 por Oesterheld junto a su hermano Jorge, en un país que venía de experimentar un terremoto institucional: el Golpe de Estado de 1955, autodenominado Revolución Libertadora, había derrocado a Juan Domingo Perón e inaugurado una etapa de represión política, censura cultural y persecución ideológica. En ese clima enrarecido y con una industria cultural parcialmente desmantelada, los Oesterheld apostaron a una renovación radical del lenguaje de la historieta. Hasta entonces, el género era percibido como entretenimiento infantil o de evasión, dominado por superhéroes norteamericanos o relatos planos de aventuras. Frontera se propuso otra cosa: hacer historietas para adultos, con profundidad psicológica, carga ideológica y sensibilidad latinoamericana. En ese sentido, fue una verdadera editorial de autor, adelantada a su tiempo.

Allí se publicaron «Sargento Kirk», «Ernie Pike» y, por supuesto, «El Eternauta». Oesterheld creía en un tipo de héroe distinto: el solidario, el «héroe colectivo», en contraste con la figura mesiánica típica del relato heroico clásico. Frontera fue también un espacio de experimentación narrativa y estética, con artistas como Hugo Pratt, Alberto Breccia y el propio Solano López. Sus revistas, «Frontera», «Hora Cero» y sus versiones semanales, fueron verdaderos laboratorios de lenguaje visual. Pero también fue un proyecto que duró poco: para 1962, había desaparecido en medio de la crisis del papel, la competencia de revistas extranjeras que ingresaban sin regulación y la falta de apoyo institucional a una industria nacional de la historieta. Como tantos otros proyectos culturales independientes de la época, Frontera fue víctima de un país que expulsaba sus mejores ideas.

«El Eternauta» comienza en una casa cualquiera de Vicente López, cuando una extraña nevada mortal cae sobre la ciudad. Pronto se revela una invasión alienígena, pero más que una historia de ciencia ficción, la obra es una metáfora densa sobre la amenaza invisible que se cierne sobre una sociedad desprevenida. No se puede leer sin tener en cuenta el contexto: dos años antes, en 1955, la Revolución Libertadora había inaugurado una dictadura militar que intervenía sindicatos, universidades, prohibía libros y censuraba el arte. La nevada letal puede verse como esa violencia silenciosa, como ese terror que se instala sin anunciarse, que obliga a resistir desde el hogar y entre vecinos. Pero hay algo más profundo aún: el verdadero poder que asedia a los personajes no tiene rostro. Ni siquiera los invasores lo tienen. Lo que vemos en la historieta -los Manos, los Gurbos, los Cascarudos- son apenas eslabones de una cadena de dominación. Ellos también están sometidos, esclavizados por una entidad que nunca aparece: «los Ellos», un poder sin cara, sin forma, sin voz, que opera desde las sombras. Esa construcción alegórica remite de manera clara al poder económico concentrado, al imperialismo global, a las clases dominantes que no se exponen, pero que ejercen control sobre todas las demás.

Oesterheld plantea así una cadena de mandos que refleja la estructura de clases de nuestras sociedades: los de abajo combaten y mueren sin conocer al verdadero enemigo, mientras los de arriba -los Ellos, los que detentan el capital y las armas- deciden el destino de millones. En ese sentido, «El Eternauta» es también una advertencia sobre cómo se naturaliza la obediencia y se invisibiliza la opresión. La red de solidaridad que se teje entre los personajes es la clave: sobrevivir es una acción colectiva. Resistir, en cambio, es una toma de conciencia política.

En 1969, la revista «Gente» -propiedad de Editorial Atlántida, mayormente dedicada al entretenimiento y la farándula- decidió incursionar en las historietas con ambiciones mayores. Carlos Fontanarrosa, su director, contactó a Héctor Germán Oesterheld para relanzar «El Eternauta», pero con una propuesta novedosa: encargarle al vanguardista Alberto Breccia el dibujo de una nueva versión más audaz y estéticamente distinta. La motivación fue clara: aprovechar la creciente trayectoria de Oesterheld, ya comprometido con causas populares, y ofrecer a los lectores una reinterpretación que combinara ciencia ficción y crítica sociopolítica. La historieta comenzó a publicarse el 29 de mayo de 1969 -la misma semana del Cordobazo- uniendo ficciones distópicas y hechos reales.

Oesterheld aceptó, no para repetir un relato sino para resignificarlo: quería reflejar una Argentina cada vez más polarizada, donde los grandes poderes económicos y políticos operaban bajo acuerdos invisibles, dejando al sur convertido en moneda de cambio con la tecnocracia global. El guion tanto como el estilo expresionista de Breccia (herramientas narrativas y visuales arriesgadas para la revista) evidenciaron esta clara intencionalidad política: exponer las complicidades entre el poder corporativo y la represión, y advertir sobre la colonización cultural y económica.

La violencia estilística y política generó rechazo en buena parte del público, acostumbrado a un contenido más liviano. La revista suspendió la publicación tras solo unas pocas entregas y Fontanarrosa debió emitir una carta de disculpas al lector. Oesterheld, por su parte, recordaría más tarde: «‘El Eternauta’ en ‘Gente’ fue un fracaso. Y fracasó porque no era para esa revista. Yo era otro: no podía hacer lo mismo».

Entre 1975 y 1976, la historia de «El Eternauta» fue reeditada por Editorial Récord y Oesterheld emprendió la revisión y expansión de la historia, motivado por su compromiso político creciente y su pertenencia activa a Montoneros. Se le propuso escribir una segunda parte, que él aceptó ya desde una posición ideológica distinta y más comprometida. Esta nueva versión, publicada en 1976 con dibujo nuevamente a cargo de Francisco Solano López, amplió su perspectiva: Juan Salvo dejó de ser un simple sobreviviente para asumir el rol de caudillo popular que guía la resistencia frente a invasores y opresores, reflejando la lucha armada y la confrontación política. Se trataba de adaptar el relato original a la realidad del país en vísperas del Golpe de 1976, dando a la historieta una impronta explícitamente política y revolucionaria. Solano López recuerda la oferta original que lo sedujo: «Quería hacer ciencia ficción, pero con un enfoque más comprometido, más cercano al lector»; Oesterheld compartía esa mirada: transformar la historieta en «un instrumento educativo popular» que llegara a todos con un mensaje de conciencia y resistencia.

Este giro narrativo no fue casual ni literario: responde a un momento histórico de creciente violencia estatal, represión y un país al borde de un nuevo régimen militar. Oesterheld sintió en la historieta el medio para dar voz a esa lucha -política, social, ideológica- y convertir a su héroe en un símbolo de una nación en resistencia, incluso, sabiendo que estaba escribiendo la historia bajo amenaza y en la clandestinidad.

En 1977, en plena dictadura cívico militar, Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado junto a sus cuatro hijas. Dos de sus hijas, Estela y Marina, permanecen desaparecidas; Elsa y Diana fueron asesinadas en cautiverio. Oesterheld y sus hijas fueron llevados a centros clandestinos de detención como El Vesubio y El Atlético, donde fueron torturados antes de ser asesinados. Martín Oesterheld, uno de sus dos nietos, relató en entrevistas que el silencio y la ausencia de su familia marcaron profundamente su vida, y que para él la memoria de su abuelo es una guía constante en la lucha por la justicia y la defensa de los derechos humanos. Martín también señaló que el compromiso político y cultural de su abuelo fue fundamental para que la dictadura lo considerara un enemigo a eliminar, y que preservar su obra es un acto de resistencia contra el olvido y la impunidad. Los testimonios oficiales y judiciales confirman que Oesterheld fue víctima de un plan sistemático para eliminar a intelectuales y militantes de Izquierda, y que su legado cultural y político fue un objetivo deliberado de la represión.

Tras la vuelta de la democracia en 1983, «El Eternauta» fue reeditado en múltiples ocasiones, lo que ayudó a mantener viva la memoria de su autor y su mensaje. Sin embargo, la explotación comercial de la obra estuvo marcada por una compleja disputa legal entre la familia Oesterheld y distintas editoriales. En particular, Editorial Colihue y Editorial Récord protagonizaron litigios por los derechos de publicación y reproducción del material original, con reclamos por parte de los herederos que buscaban preservar la integridad del legado de Héctor Germán Oesterheld y evitar ediciones que consideraban irregulares o poco respetuosas con la obra y su contexto histórico. Este conflicto reflejó una problemática frecuente en la industria editorial argentina, donde los derechos de autores y herederos fueron vulnerados en muchas ocasiones.

En cuanto al proceso judicial por la desaparición de Oesterheld y sus hijas, el caso está incluido dentro de la causa conocida como «Megacausa ESMA», que reúne delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y otros lugares de detención, como El Vesubio y El Atlético. Entre los represores condenados por su participación en la desaparición y asesinato de Héctor Germán Oesterheld y su familia se encuentra el capitán Alfredo Astiz, conocido como «El ángel de la muerte», condenado a prisión perpetua en 2011 por crímenes de lesa humanidad. También fue condenado Hugo Miguel Vaca Narvaja, quien estuvo involucrado en secuestros y torturas de militantes de Izquierda, incluido Oesterheld. A pesar de estas condenas, la causa sigue abierta en algunos aspectos, con investigaciones pendientes y múltiples imputados aún sin sentencia firme. La Justicia argentina continúa enfrentando la dificultad de reconstruir hechos ocurridos hace más de cuatro décadas, en medio de la sistemática destrucción de pruebas y testimonios.

Este proceso judicial no solo busca justicia para la familia Oesterheld sino que, también, simboliza la lucha de un país por reconocer y reparar las heridas de su pasado, y preservar la memoria de aquellos que resistieron a la dictadura a través del arte, la cultura y la militancia.

Sin embargo, el verdadero juicio está en la memoria colectiva. «El Eternauta» es mucho más que una historieta: es un relato sobre la dignidad, la solidaridad, la lucha contra lo invisible. Es un espejo en el que Argentina se mira una y otra vez, y una advertencia sobre los peligros de olvidar. Porque, como dice Juan Salvo, ya convertido en viajero del tiempo: «(…) todos eran esclavos, mandados. Había otros más arriba. Los verdaderos enemigos. A esos no se los veía nunca». Y si hay algo que «El Eternauta» enseña es que no hay salvación individual. Que toda resistencia verdadera es un gesto colectivo. Que el héroe no lleva capa ni espada: lleva al otro de la mano.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Martín Suviela.