El cine, esa hermosa expresión de arte que ponía en un film el imaginario colectivo de infinitas culturas y formó a muchas generaciones, no siempre fue una industria mágica y noble.
Desde sus inicios fue un monopolio en el cual, si hacías algo que no estaba bajo las normas establecidas por una minoría de oligarcas, te mataban o golpeaban, amenazaban e, incluso, prendían fuego tu estudio.
¿Quiénes son estos oligarcas?
Muchos, aunque hoy vamos a hablar de Thomas Edison. Un personaje polémico en la historia debido a la incontable cantidad de anécdotas históricas, pero que logró varios avances para el desarrollo humano. El hombre tenía tal ambición, que cuando se enteró sobre el cine (allá por principios de los 1900) creó dos aparatos para poder lograrlo de una forma más eficiente: el kinetoscopio y el kinetógrafo. Uno para reproducir y el otro para grabar.
Llegaba cierta ola artística y revolucionaria de Europa, principalmente en Italia y Francia, pero en Norteamérica es donde se comienza a plantear una primitiva idea de industria.
Una de las primeras cosas que grabó Thomas fue la ejecución, porque eso fue, de un elefante mediante un shock de 66.000 voltios. Lo grabaron y reprodujeron por todo el país. Según las fuentes de esa época: “Fue una búsqueda para matar animales de una forma más humana”. En esos tiempos se mataban a los animales ahorcándolos o ahogándolos. Esto también sirvió como propaganda para el mismo Edison, que presentaba este lamentable experimento como una muestra de lo mala que era la corriente alterna de Nikola Tesla. Esto último fue desmentido. Lo de los animales no.
Lo único que hacía era grabar bailarinas, boxeadores y demás cosas que hoy son comunes verlas en video pero que en esa época era una revolución total el ver en una pared a un caballo galopar.
¿Qué tiene que ver con la historia del cine?
Edison era dueño de la mayor parte de las patentes de esa naciente industria. Él amenazaba a las personas con demandas legales si no usaban sus máquinas o no proyectaban sus películas. Para quienes no podían competir económicamente con un estudio de cine era peor. No podían utilizar el equipamiento sin permiso o sin pagar. Esto derivó en amenazas y acciones dignas de la mafia. Hartos de todo esto, muchos se fueron a la costa Oeste de Estados Unidos.
El destino era California, un lugar agradable y con un clima óptimo para las largas jornadas de trabajo. En 1910, el director D.W. Griffith grabó algunas escenas en el centro de Los Angeles y un ciudadano le recomendó que vaya a un pueblo fuera de esta ciudad. Convencido (o no), Griffith y todo su equipo fueron a este lugar cercano, donde fueron tratados muy bien y pudieron grabar todo de manera más que óptima. ¿El pueblito? Hollywood.
Esto le encantó al director y «corrió la bola» de que en ese lugar era mejor porque el clima era espectacular: 320 días de sol asegurado, lluvias casi mínimas, paisajes de desierto, bosque, playa, océano, montañas, todo. Además, era mucho más barato el costo de mano de obra. Dato no menor, esta es la razón de por qué los estudios se encuentran en ese Estado. Lo más importante: no estaba Edison y sus matones. No le tenían respeto ni a sus denuncias por patentes. Muchas de esas amenazas de juicio eran pura charla y las que llegaban a corte eran destruidas por los implacables abogados californianos.
Edison no ganó. Dijo que los valores se perdieron y que «ese grupo de judíos le robaron el invento y ahora esparcen malos pensamientos en América». Un delirante.
Algunos de los emprendedores que escaparon del tormento del señor inventor fueron Carl Laemmle; Adolf Zukor; William Fox; y los hermanos Harry, Albert, Sam y Jack Warner, aunque son más conocidos por ser los creadores de Universal Pictures, Paramount Pictures, 20 Century Fox y Warner Brothers, respectivamente.
¿Aprendieron algo estos supervivientes?
Evidentemente no, ya que también cayeron en el tentativo placer del poder y el dinero. Este grupo supo hacer lo que Edison no pudo. Se convirtieron en una mega Industria que marcó las pautas sociales, políticas y raciales de un negocio por más de 50 años.
Para no depender de la fuerza bruta o la burocracia que impone la corte legal, decidieron comprar a la policía. Pudieron tapar todos los casos de abusos, escándalos sexuales, muertes y drogadicción por muchísimos años y ellos, a modo de pago, crearon la figura del «policía correcto», ese hombre blanco que odia a la injusticia, ama el orden y con una voluntad inquebrantable para la seguridad del pueblo americano.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Augusto Rodríguez.