Se acerca el momento en que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dejará la presidencia de México, tras su sexenio iniciado en 2018, con la continuidad de la fuerza política oficialista asegurada. Su sucesora, Claudia Sheinbaum, triunfó con un aplastante 59,7% en las elecciones de junio pasado, y prepara su asunción para el próximo 1° de octubre.
Este periodo de transición entre la culminación de mandato del presidente saliente y la preparación del nuevo gobierno es una buena ocasión para hacer un repaso del enfoque en materia de política internacional que tuvo la presidencia obradorista que cambió la historia de México.
Para octubre de 2019, el gobierno de AMLO llevaba 10 meses de gestión. Era un escenario convulso y complejo, con Donald Trump al frente de Estados Unidos, con la retirada del macrismo en Argentina, con el gobierno “postdemocrático” del excapitán Jair Bolsonaro en Brasil. Por otra parte, Ecuador y Chile transitaban rebeliones populares masivas, en Uruguay culminaba la experiencia del Frente Amplio y Venezuela atravesaba un colapso institucional con el “presidente encargado” Juan Guaidó. En ese contexto, la región latinoamericana vivió uno de los momentos más graves de su historia política contemporánea. El Golpe de Estado que derrocó al presidente Evo Morales en Bolivia, tras el cual las Fuerzas Armadas designaron a la ilegítima Jeanine Áñez en su reemplazo (convalidada a sangre y fuego tras las masacres de Senkata y Sacaba), fue un hecho que conmovió profundamente a la comunidad internacional.
En ese contexto dramático, López Obrador tomó la decisión de involucrarse de lleno para evitar una tragedia aún mayor, a sabiendas de que estaba en riesgo físico la propia vida de los líderes del proceso popular boliviano. Por tal motivo, un avión de la Fuerza Aérea Mexicana le posibilitó nada menos que al presidente Evo Morales y al vicepresidente Álvaro García Linera poder escapar a salvo de la turba golpista que, tras el derrocamiento, se encontraba persiguiendo oficialistas por las calles. Una vez en México, el gobierno obradorista les otorgó asilo a ambas figuras y otros exfuncionarios. Se trató de una participación absolutamente decisiva, en conjunto con el gobierno de Alberto Fernández en Argentina, para que al año siguiente, en 2020, torciendo el rumbo de la historia, el Movimiento al Socialismo (MAS) pudiera lograr una convocatoria a elecciones e imponerse en comicios realizados bajo dictadura, con la fórmula Luis Arce-David Choquehuanca. La complicidad en el Golpe en Bolivia por parte de la Organización de Estados Americanos (OEA) que conducía Luis Almagro no fue olvidada por AMLO. El jefe de Estado mexicano insistió con la necesidad de disolverla, para crear en su reemplazo un mecanismo de integración regional inspirado en la Unión Europea.
Alberto Fernández fue uno de los principales aliados regionales de AMLO, desde la llegada del Frente de Todos a la Casa Rosada argentina en diciembre de 2019. Poco después, la pandemia de COVID-19 sacudiría los cimientos del planeta en general y de América Latina en particular, y generaba un escenario sanitario, social, político y económico inédito a nivel internacional. En ese marco dramático, desarrollar vacunas contra este virus letal y desconocido se volvió un objetivo de importancia prioritaria, a medida que el aumento de los fallecimientos y la saturación de las instalaciones sanitarias provocaban estragos en incontable cantidad de países. Una muestra de este vínculo estrecho fue la visita a México de Alberto Fernández en febrero de 2021, en ocasión de la firma entre ambos gobiernos y la Fundación Slim para distribuir 200 millones de dosis de la vacuna AstraZeneca, al tiempo que denunciaban el “acaparamiento” de las vacunas por parte de los países ricos, tal como lo denunció el canciller mexicano, Marcelo Ebrard.
Por otra parte, la relación de AMLO con Estados Unidos fue zigzagueante. Persistió una marcada sintonía en relación a la agenda migratoria (tal como durante los años de Trump en la Casa Blanca), aunque en términos geopolíticos no faltaron las rispideces. La administración de Joe Biden buscó aumentar su área de influencia en América Latina con la organización de la llamada Cumbre de las Américas, realizada en junio de 2022 en Los Ángeles. Sin embargo, tuvo un dolor de cabeza: al decidir excluir de la invitación a Cuba, Venezuela y Nicaragua, el presidente mexicano decidió rebelarse e intentar boicotear la organización de la cumbre. «Si se excluye, si no se invita a todos, va a ir una representación del gobierno de México, pero no iría yo», sostuvo AMLO en aquella ocasión.
Indudablemente, uno de los acontecimientos más trascendentes en materia de política exterior durante la gestión de AMLO fue la violenta e ilegal invasión que sufrió la Embajada de México en Ecuador, en abril de este año, para secuestrar al exvicepresidente ecuatoriano durante la presidencia de Rafael Correa, Jorge Glas. Las imágenes de la irrupción de fuerzas policiales en la sede diplomática ubicada en Quito, ordenadas por el gobierno de Daniel Noboa en abierta violación del derecho internacional, recorrieron el mundo en cuestión de minutos y generaron un escándalo sin precedentes. Posteriormente al asalto de la embajada, los líderes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) mantuvieron una reunión virtual en la cual expresaron su condena a Noboa por lo acontecido. Fue una oportunidad que el mandatario mexicano, quien posteriormente denunció a Ecuador ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), aprovechó para volver a criticar la debilidad de la organización madre de la arquitectura internacional, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al señalar que en caso de no actuar, quedaría como «un florero, un adorno».
Los intentos de integración regional impulsados por AMLO en su sexenio no estuvieron exentos de complejidades. Su conflicto con España o la crisis bilateral con el Perú de Dina Boluarte, tras la remoción de Pedro Castillo -a quien el mandatario mexicano defendió a ultranza-, fueron algunos de los obstáculos que enfrentó. No obstante, un punto de quiebre es la irrupción de una figura radicalmente enemiga de cualquier noción vinculada a la integración latinoamericana: Javier Milei. El presidente ultraderechista argentino, en el cargo desde diciembre pasado, se destaca por una política exterior férreamente alineada a Estados Unidos -especialmente al trumpismo- y a Israel, por un vínculo aceitado con las formaciones de extrema derecha a nivel internacional, y por insultar abiertamente a líderes con los que no comulga. Uno de ellos fue precisamente López Obrador, quien experimentó en persona los agravios del libertario. “Ignorante, patético, lamentable, repugnante”, fueron los que Milei tuvo para el jefe de Estado del país norteamericano.
El comienzo de la tensa relación, podría decirse, ocurre pocos días después del impactante triunfo de Milei en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto de 2023, se «viralizó» la imagen de López Obrador transmitiendo, en sus habituales conferencias de prensa matutinas (llamadas “mañaneras”), la imagen de Milei años atrás insultando de arriba a abajo al Papa Francisco y llamándolo “representante del maligno en la tierra”, ante la formidable cara atónita del mandatario mexicano.
Meses después, en marzo de este año, ya con Milei sentado en la Casa Rosada, la degradada relación bilateral volvió a sumar un nuevo capítulo. El presidente argentino calificó de “ignorante” a López Obrador, un agravio que se sumó a la lista de los que le dispensó tiempo antes de su triunfo electoral (lo había llamado “patético, lamentable, repugnante”). Al mismo tiempo, agredió gravemente al jefe de Estado colombiano, Gustavo Petro, al cual acusó de “terrorista”. Se trata de una característica pocas veces vista en la historia de la política argentina, por no decir universal: un presidente que, sin ponerse colorado, insulta de pies a cabeza a sus pares, de países enormemente importantes como Brasil, México, Colombia o España.
Está por verse si la política exterior que tendrá Claudia Sheinbaum ofrecerá una continuidad nítida o variaciones con respecto a la de AMLO. Por lo pronto, la presidenta electa designó como futuro canciller a Juan Ramón De la Fuente, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que se desempeñó como representante de México ante la ONU, cuyo principal pergamino es mantener estrechas relaciones tanto al interior del Partido Demócrata como del Partido Republicano. México se encamina a una continuidad política en un contexto de mejora de las condiciones de vida de las mayorías y de robustecimiento de su posicionamiento en el tablero internacional.
Los años de López Obrador, si bien no estuvieron exentos de dificultades (la educación y la seguridad pública son algunos de los pendientes que deja el líder de Morena), cambiaron para siempre la historia del país. La incógnita está puesta en cómo será la convivencia entre la nueva presidenta y el viejo líder del partido que ya no puede presentarse por un nuevo turno como mandatario. El libro abierto de la historia dirá.