La primera vez que leí el libro “Shamballa, las energías de Dios y del Hombre” de María Teresa Bastías, allá por mayo del 92, quedé atónita por la ambivalencia que produjo en mí. Primero lo leí de corrido y lo entendí por completo, y cuando quise focalizar en partes especificas, en lugar de entender, menos podía percibir. Con los años comprendí que hay libros que hay que leerlos con el alma, porque ella todo lo sabe y nada hay que explicarle. El alma solo viene a “recordar” aquello que quedó suspendido en la memoria.
El alma es un todo, si te ponés en sintonía con ese todo, “todo” se te revela, captás, entendés, percibís, intuís y, lo más fascinante para mí, es que comenzás a hacer ley de analogía y todo te cierra.
Cuando fraccionás no es el alma la que lee, es el cuerpo mental con tus preconceptos, dogmas, enseñanzas establecidas por el terruño, juzgamientos. En definitiva, la personalidad interpreta.
En el primer capítulo del libro explica espléndidamente la diferencia entre un maestro, un discípulo y un hombre común. Y me quedé leyendo y releyendo este capítulo porque, no hace mucho, una persona me preguntó: «¿Qué son los Maestros? ¿Dónde se encuentran? ¿Qué hacen?
Ante tamaña pregunta, lo primero que se me vino a la mente es la frase de un avatar como el Cristo, que dijo: «Por sus frutos los conoceréis» y segundos después se me presentó este hermoso libro, de apenas 41 hojas pero tan abundante como un tratado de filosofía.
Extraigo algunos típs para diferenciar a un maestro, de un discípulo y un hombre común:
Los maestros trabajan con las semillas. El discípulo con las raíces. El hombre común con las ramas.
Un maestro no conoce de separatividad, solo de propósito, se dedica y esfuerza en poner en practica el Plan de Dios en la Tierra. Un discípulo desea conocer el Plan de Dios, estudia y trabaja. El hombre común ignora que existe el plan. No cree, no acciona.
Un maestro conoce el origen de la energía y la manipula. Un discípulo la percibe y trata de codificarla. El hombre común es manejado y destruido por ella (la energía).
El maestro responde y acciona según la voluntad de dios. Un discípulo intenta no enfrentarla o cambiarla, acepta, comprende. El hombre común combate, se enfrenta y la desconoce. No la acepta, no cree.
El maestro actúa por ley: Dharma y Karma. El discípulo por deber. El hombre común actúa manejado por el deseo-emoción.
El maestro tiene en cuenta la necesidad de la raza y valora la naturaleza del objetivo. Un discípulo procura tener en cuenta al grupo, intenta ver el valor del objetivo. El hombre común solo ve su necesidad, no tiene objetivos trascendentes.
Y para finalizar con la nota, en una parte del libro (en el capítulo VII, donde habla de Wesak: lunación planetaria establecida siempre cuando el Sol se encuentra en Tauro y la Luna en Escorpio) los maestros que vigilan en forma silenciosa a la humanidad desarrollaron un plan de personas de buena voluntad, llamados “grupos de servidores” que se encuentran en todas partes y uno debe tener la capacidad de reconocerlos y ayudarlos, cada uno desde su humilde lugar.
Y ante la pregunta: «¿Yo qué puedo hacer?», el maestro contestaría: “Esforzarte por concienciar tu realidad, abandonar todo temor y sectarismo, romper con toda dependencia, ser leal a tus principios. Colaborar con tus gobernantes, amar a tu familia y a tu país, perfeccionar tu conducta, ser responsable, desapegarte de las formas, no anhelar el poder. Vivir tu vida lo mejor que puedas. Llevar bienestar y armonía a todos los que te rodean, concienciar que en lo bello y en el amor se expresa Dios, ser sencillo, modesto en tus actos, aprender a pensar, ser reflexivo, controlar la impulsividad y carecer de prejuicios.
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