Matar y morir, constante de la globalización

Rosliakov, de 18 años, llegó al centro con dos mochilas y pertrechado de una escopeta de repetición. Se desplazaba de sala en sala y, como un combatiente experimentado de las fuerzas especiales, lanzó primero una granada casera para entrar luego disparando con su fusil sobre la gente: mató a 20 personas, dejó 50 heridos y después se suicidó. Según el periódico Kommersant, el joven «creció en una familia bastante pobre»: su padre, discapacitado, no vivía con su madre que trabaja en una clínica y es miembro de los Testigos de Jehová, una organización considerada como «extremista» y prohibida en Rusia.
Sin dudas, el crimen del miércoles 17 de octubre en Crimea no tiene precedentes en Rusia, donde existe un control estricto sobre las armas de fuego.
Al respecto, el presidente Vladimir Putin expresó sus condolencias a los familiares de las víctimas y señaló a la «globalización» como la responsable de la matanza. «Es el resultado de la globalización. En las redes sociales, en internet. Vemos que se creó una comunidad. Todo empezó con los acontecimientos trágicos en las escuelas de Estados Unidos», declaró durante un foro en Sochi.
Asimismo, manifestó que «no estamos creando un contenido sano (en internet) para la gente joven, lo que lleva a tragedias de este tipo».

Moldes

Somos arte y parte del control social, como figura de imposición y autoridad y, asimismo, como receptores de prejuicios y mandatos. Nos señala, nos culpa, nos muestra con testimonios de otros que a nuestro modo de ver el mundo es errado y absurdo, como si todos fuéramos un mismo molde, una misma materia.
Si nos detenemos en el análisis de la vida diaria y las relaciones entre los distintos espacios de poder, podemos darnos cuenta que, de forma ineludible, estamos sumergidos en espacios de poder que se entretejen y no dejan salir al hombre del modelo social. Se nos limita con las reglas establecidas, se nos dice con los medios masivos de comunicación en qué pensar, y con la publicidad qué comprar. El Estado nos limita las fronteras con peticiones y requisitos bancarios, como si el mundo fuera de ellos y no nuestro. Los entes represivos fusilan nuestros sueños, masacran nuestra imaginación y decapitan cada razonamiento lógico con el que queramos escapar de la realidad de prohibición.

Panóptico

Somos entes que deambulan siguiendo un montón de ideales que, sin ser propios, queremos alcanzar. Lo material rige la vida y las apariencias dominan los sentidos. Bien dicho por Michel Foucault, el ojo se convierte en el depositario y en la fuente de la claridad, por eso el hombre suele dejarse llevar por la primera impresión.
Es en esta instancia donde entra en acción nuestro ente regulador: el ojo que vigila y castiga. Es así como la modernidad se hizo cargo del espacio: lo diseñó, lo ocupó, lo cercó y puso límites y fronteras sobre un lugar y otro para evitar mezclas y confusiones. Además, implantó a los seres humanos en su interior obligándolos a la permanencia, les asignó lugares y les distribuyó funciones y, además, los coaccionó a ritmos precisos, a la repetición regulada de sus gestos. En conclusión, se nos modeló a la necesidad del poder de la sociedad.

Juzgados y castigados

Somos tomados como cifras, como solo un engranaje en el enorme ciclo de la infame sociedad y, con esto, referido a la educación que busca homogeneizar y es así como también durante este proceso aflora el inconsciente racial y lo heterogéneo se hunde en lo homogéneo, ya desde estructuras sociales como la escuela, en donde ser diferente será tomado como anormalidad y como señal de rebeldía. Esta rebeldía juzgada y castigada.
Este poder no solo se encuentra en las instancias superiores de censura sino en toda la sociedad. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos, quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder como, en este caso, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión. El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos.