¿Qué será del cine feminista?

Este nuevo Día Internacional de la Mujer nos encuentra en medio de un mundo alborotado, en el que las derechas reaccionarias ya no son incipientes sino que se encuentran instaladas y representando una acumulación de consignas complejas. Una de ellas es la intención de dar una «batalla cultural» contra cualquier propuesta que apunte a la igualdad de género e inclusión de diversidades sexuales a todos los ámbitos de la vida social.

El cine, a lo largo de su historia, fue objetivo de censura y de moldeo de ideas e ideales. Se reconoce en las artes en general un poder de expresión y de representación que puede ser problemático para gobiernos autoritarios. No es novedad que en nuestro país desde el año pasado se prepara un proyecto de cine distinto, la intervención del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) es una parte importante a la hora de acotar la financiación de proyectos con la excusa del equilibrio fiscal.

Las maniobras que ahogan la producción o la exhibición lo que hacen es impedir deliberadamente el desarrollo de una actividad y, por consecuencia, debilitan voces que no cuentan con poder económico para imponerse ante las nuevas «leyes del mercado». Y detrás de las discusiones que podemos tener sobre los modos de impulsar una industria, subyacen las historias que no podremos contar o que no podremos ver.

Hace solo unos pocos años ser feminista era importante, hacer una película feminista era valioso, combatir los estereotipos era imperante. Bien, mal o más o menos. El cine mainstream, de repente, se ocupó de tener historias y protagonistas a la moda: mujeres hartas y gritonas, con los puños llenos de consignas: «No soy tu mami», «No me rompan», «Re loca»…

Pero mientras esto sucedía también tomaron importancia historias destacadas por su singularidad para componer personajes femeninos, se valoró la figura de la directora/autora y las protagonistas fuera de lugares comunes: «Husek», «Los que vuelven», «Las buenas intenciones», «Blondi», «Trenque Lauquen», «La botera», «Amplificadas», «Canela» y tantísimas otras…

Pero los tiempos cambiaron rápido, mucho antes de terminar de dar cualquier discusión se impuso una protesta de hartazgo. Luego de toda una historia cinematográfica fuertemente masculinizada, apenas un puñadito de años de intentar contar otras historias generó frustración, ya no divierten las protagonistas, ni hablar si además no son heterosexuales, ¿por qué siempre tiene que haber algún gay? ¿Por qué tantas heroínas? ¿Ahora siempre hay un negro en la historia? ¿Acaso esto es un matriarcado? Definitivamente, se pasaron de rosca, se quisieron imponer y eso no nos gusta. ¿Dónde estábamos más cómodos? Antes.

Y si estábamos más cómodos volvamos todo atrás. La respuesta rápida a todas esas preguntas es que toda esa gente existe y no son minorías, y por eso sería bastante lógico que en una historia aparezcan muchos tipos de personajes. Pero admitir su existencia y una reparación de su subrepresentación en pantalla en más de cien años de historia implica también hacerse cargo del por qué de esa invisibilización.

Admitir por qué existen los estereotipos y cuáles fueron más privilegiados en la repartija de representación es renunciar a ese acto de injusticia y abrirse de forma genuina a nuevas historias. Pero como eso no generó comodidad, se vuelve agresivamente hacia atrás y eso dará como resultado una restauración de estos valores que se añoran.

En este 2025 probablemente veamos los últimos coletazos del cine que saben llamar «woke» y los primeros embates de esta era reaccionaria que se hizo lugar.

Deja una respuesta