Simbolizar crea efectos visibles en la vida

La capacidad de simbolizar la realidad es inherente al ser humano. Frente a lo que nos sucede, en mayor o menor medida, todos intentamos encontrar algún sentido más allá de lo obvio y, evidente, algo oculto que nos muestre una faceta diferente y nos expliqué el «para qué» de lo que acontece.
Algunos simbolizamos en referencia a contenidos y filosofías místicas, otros en relación a formas de pensamiento científico-racionales, otros en relación a contenidos psicológicos. Pero todos interpretamos el mundo desde algún marco simbólico que nos es propio.
A menudo esa estructura simbólica subyacente a nuestra manera de mirar el mundo nos queda invisible. Perdemos entonces noción de que interpretamos los fenómenos desde cierto lugar y que, por lo tanto, no vemos «la cosa en sí» sino que vemos «la cosa para mí», parafraseando a Kant.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el uso adecuado de los sistemas de símbolos en la vida. Por un lado es absolutamente necesario poder interpretar y descifrar los mensajes que nos trae la realidad; entendiendo que la misma suele ser la mejor maestra en el camino evolutivo. Pero, por otro lado, es importante trazar el límite donde la interpretación es eso: una interpretación, una manera de ver qué me resuena y me ayuda a transitar la experiencia, pero nunca una verdad absoluta y condicionante. En todo caso, mi forma peculiar de simbolizar la realidad tiene verdad psicológica para mí y debo hacerme responsable de interpretar la vida desde determinado ángulo y de las consecuencias que ello tiene.
Simbolizar, adscribir sentido, genera efectos visibles en la vida. Nos lleva a tomar determinadas decisiones y no otras, a recorrer algunos caminos y otros no. El poder de la interpretación simbólica es muy grande y lo más peligroso suele ser creer que no estamos interpretando. Muchas veces las posturas racionalistas suelen nublarse detrás de la idea de que aprecian el fenómeno en sí, sin colorearlo personalmente. Adscribir a un discurso racional (que nada tiene de objetable) es justamente eso: adscribir a una manera de mirar el mundo y por lo tanto de simbolizar. El discurso científico, por ejemplo, es tan simbólico como el discurso religioso o mítico. Y si adscribo, frente a lo que me pasa, a una descripción científica de la realidad, posiblemente tome decisiones diferentes que si adscribo a un discurso místico o psicológico.
Nuestra manera de simbolizar produce efectos. Y simbolizamos todo el tiempo aunque creamos que no lo hacemos, aunque no seamos conscientes de ello. Es por esta razón que los cuerpos simbólicos estructurados que ha generado por milenios y milenios la humanidad tienen una utilidad particular. Por ejemplo la astrología, el I ching, el tarot, las runas o las viejas y arcaicas mitologías.
Se trata de sistemas sólidos, profundos y estructurados de símbolos. Son cristales a través de los cuales podemos mirar la realidad, son puentes entre el significado inconsciente de una experiencia y su significado consciente. Aprender a utilizar estos sistemas de símbolos tiene varios beneficios.
Por un lado, cuando nos valemos de un sistema de pensamiento como la astrología, por ejemplo, sabemos con mucha más consciencia que estamos leyendo la realidad desde cierto ángulo: estamos más despiertos respecto de nuestra forma de interpretar el mundo. Utilizar un cuerpo simbólico que es tan abarcativo y holístico como la astrología me ayuda a entender que estoy apropiándome de una filosofía de vida, de una manera de ver las cosas que va a generar efectos en mi historia y en mis decisiones.
Por otra parte, estar en contacto con estas producciones arcaicas de la psiqué colectiva, nos pone en referencia a una dimensión mucho más grande que nosotros mismos. La sensación es la de sentir que yo, al igual que todos mis hermanos humanos, pasamos por la etapa de «El Loco» del Tarot, por ejemplo. Mi individualidad se funde con el devenir colectivo de la especie y puedo relativizar ese lugar único y cerrado que tiende a tomar el ego.
Además, poder encontrarle sentido simbólico a la experiencia me ayuda a estar más sano, como dice Carl Gustav Jung. No podemos ahorrarnos el dolor y el trauma que a veces trae la vida, pero sí podemos encontrarle un sentido. No podemos evitar que la marea vaya para cierto lado, pero podemos volvernos buenos lectores de esa marea y aprender a seguir el curso de los acontecimientos con confianza y, a la vez, con determinación. Difícilmente exista algo más desahuciante que transitar experiencia y sentir que no tiene sentido, que no tiene un para qué. O sentir que no hay ninguna dimensión sanadora o de aprendizaje en lo que se vive, sino simplemente una pura inercia o una pura pérdida.
El equilibrio que debemos lograr es delicado: interpretar con riqueza simbólica sin por eso perder consciencia de que estamos interpretando, adscribiendo un sentido que puede cambiar o que puede mutar a lo largo del tiempo. Si rigidizamos nuestra capacidad simbólica convirtiéndola en verdad declarada, la interpretación obtura en vez de sanar. Y si nos negamos a desarrollar más nuestra riqueza simbólica, la vida se achata y entramos en una especie de anemia psíquica.
Como decía Jung, los símbolos del Self se alojan en lo profundo del cuerpo, es decir, la sabiduría más profunda y arcaica está escrita en este maravilloso diseño que es nuestro cuerpo. Solo conectando con él lograremos la transformación profunda y la verdadera sabiduría. Dando por cierto esto, la formación incluye talleres vivenciales de danza-terapia con arquetipos, de trabajo arte-terapeútico con símbolos, de interpretación y bajada a tierra constante de los contenidos, meditación, cine debate y una amplia propuesta de actividades donde se comparte la aplicación y el contacto directo con el símbolo.
Buscamos generar ese ida y vuelta entre la consciencia y el inconsciente que tan necesario es, fortaleciendo el diálogo entre ambas partes y logrando una transformación dialéctica.