Sobre el deseo

¿Qué es el deseo, propiamente dicho? ¿Es el deseo sinónimo de hacer lo que se nos venga en ganas? ¿Tiene un propósito en nuestras vidas?

Desde lo más profundo de nuestro ser, su búsqueda apunta a la cura. El problema subyace cuando se lo confunde con hacer lo que nos place, cuando y como «se nos dé la gana». Pues bien, el deseo nada tiene que ver con esto sino que, en realidad, remite a la falta (psicoanálisis). Lo que nos causa. Requiere un trabajo de descubrimiento y decisión, de voluntad y trabajo para llevarlo a la conciencia. Otorga sentido y propósito a nuestra vida.

Una de sus características más notables es su imprevisibilidad: el deseo no puede anticiparse. Adviene, y como no avisa, muchas veces es re estructurante. Es un punto de inflexión. Remite a una acción, por tal es opuesto al reposo, a la comodidad.

El deseo está, entonces, cegado a nuestra consciencia por medio de la represión, y es la apertura de ese dique lo que permitirá su aceptación.

¿Y cómo compatibilizar esto con la filosofía budista, por ejemplo, que contradictoriamente busca la anulación del deseo para alcanzar la plenitud? Pues bien, en este sentido, debemos entender el deseo budista como apego y, más concretamente, apego a lo mundano, a lo efímero. De allí que se desprenden «las cuatro verdades».

Lo efímero causa sufrimiento. Por cuanto no hablamos del mismo deseo, desde el psicoanálisis nos referimos más bien a develar aquello que el sujeto sabe, pero no quiere saber que sabe, aquello que decide ignorar y callar en su inconsciente. Y desde el budismo, a las ilusiones falsas del materialismo. De manera que ambas, en realidad, intentan llegar a descubrir aquello realmente profundo y significante para el sujeto, desde distintas miradas, pero no antagónicas. El punto en común es que ambas reconocen la imposibilidad de saciar esa insatisfacción propia del deseo.

Según Epicuro (filósofo de la antigua Grecia), el placer coincide con la satisfacción de los deseos. Los divide de la siguiente manera: deseos naturales y necesarios, deseos naturales no necesarios y deseos ni naturales ni necesarios.

Los naturales y necesarios están asociados a las necesidades primarias, esto sería comer cuando se tiene hambre, beber cuando se tiene sed o dormir cuando se está cansada o cansado. Como están ligados a la conservación de la vida de cada individuo, deberían estar siempre satisfechos.

Los naturales no necesarios son los deseos que, aún siendo conformes a los instintos naturales, pueden ser eliminados de la vida cotidiana sin sufrir por ello. Ejemplo: preferir comidas sabrosas y dormir cómodamente es natural, pero no es necesario. Aquí se incluye el sexo, que Epicuro no condena, pero no considera necesario excepto para fines reproductivos.

Hay más ejemplos sobre este tipo de deseos, como gula de comer alimentos refinados, tener instintos sexuales o no poder dormir si no es una cama cómoda. Estos últimos ejemplos están destinados a crear una forma de dependencia en las personas que, si no logran procesar aceptación y posibilidad de cambio/alternativa, obtendrán un fuerte sufrimiento.

Los deseos que no son ni naturales ni necesarios, son los que define Epicuro como placenteros, pero no son más que falsas necesidades inducidas por las convenciones sociales. Por ejemplo, el poder, la riqueza, el lujo, prestigio social.

Más allá del deseo

Querer no es poder, necesariamente. Lo que no quita que a veces con nuestro deseo seamos capaces de conseguir un efecto Pigmalión o una profecía auto cumplida. Si tenemos una enfermedad y pensamos que nos vamos a curar, seamos más fieles al tratamiento que nos plantearon. En este sentido, la imposibilidad amerita la posibilidad. Y se pone en valor la inteligencia en la toma de decisiones, nuestro lado humano para superar la desconfianza y apostar por la honestidad o la generosidad frente al egoísmo, que no deja de ser una respuesta fácil ante el miedo. Querer no es poder, a cambio, querer sí es signo de vida. Si la esperanza es nuestra última piel, el deseo es lo que nos hace ser.