Hay que dejar de robarle a Hitchcock por dos años

Los augurios que surgieron a partir del tráiler promocional de «La mujer en la ventana» fueron comprobados. Las pocas imágenes remitían inevitablemente a «La ventana indiscreta» y anticiparon una desconfianza que, hay que reconocer, no fue injusta sino posiblemente fundada en el reciente intento fallido que fue la remake de «Rebecca«. Hay que dejar de robarle a Alfred Hitchcock por dos años.

Anna Fox (Amy Adams) es una psicóloga que padece agorafobia, ese trastorno de ansiedad que puede provocar un miedo obsesivo a salir del hogar. Su mundo, por lo tanto el de la película, está construido enteramente en su casa. Desde allí adentro se asoma a las ventanas para observar el exterior, los balcones y la cotidianidad, hasta que un día sus ojos, a través de la lente de una cámara de fotos, se cruzan con lo que cree que es el crimen de una vecina. Todo así tal como le sucedía al fotógrafo interpretado por James Stewart en la memorable película de Hitchcock, aunque en su caso lo que le impedía salir del departamento era la lesión en una pierna. Más adelante en la historia también vamos a encontrar reminiscencias de «Vértigo».

Vale recordar que no es una remake, por lo que todas las similitudes con otras obras solo pueden ser entendidas como referencias o inspiraciones más o menos honestas.

En «La mujer en la ventana» la configuración del espacio es fundamental y esto constituye el primero de los problemas: la arquitectura es confusa. En una mirada bienintencionada podríamos suponer la construcción narrativa de una estructura laberíntica, pero este argumento se cae cuando concluimos que lo confuso no se debe a un efecto visual sino a una continuidad descuidada, observable en que la lógica de los espacios se modifica arbitrariamente o según la necesidad del encuadre, cuando debería ser al revés. Nunca queda claro cuántos pisos tiene la casa, cómo se accede a la terraza, al sótano y demás. Pero lo más grave es la desidia con la que se trata al elemento ventana y su funcionalidad.

El suspenso que manejaba con maestría Hitchcock sufre el peor de los homenajes en manos de Joe Wright («Orgullo y prejuicio», «Las horas más oscuras»), que parece superado por los propios elementos imposibles que ubicó en la trama y se vuelve incapaz de resolverlos, lo que lo lleva a dar manotazos de ahogado hacia flashbacks y diálogos alevosamente explicativos. Además de una cuestión de indecisión, ya que la historia tiene dos resoluciones (o hasta tres) seguidas una de otra, e imposibles de coexistir en el verosímil que el mismo propone. La oscuridad de la narración también se contradice con los rasgos caricaturescos de algunas escenas y personajes, las intromisiones oníricas y la torpeza en la dirección de las escenas más violentas. El elenco fantástico, que se completa con Gary Oldman y Julianne Moore, entre otros, hace lo que puede.