INCAA: la maldad no acecha, gobierna

El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) forma parte de los organismos que este gobierno sostiene que hay que cerrar. El discurso oficial es que se trata de un agujero negro de corrupción que le quita la comida de la boca a los niños hambrientos para guardarla en los bolsillos de cineastas kirchneristas. Desde la campaña, Javier Milei promete que va a terminar con «el curro del INCAA». En las últimas semanas se tomaron decisiones que cambian definitivamente el cine argentino como lo conocemos.

Esto, para mucha gente, quizás no significa nada, y eso probablemente haya que entenderlo como una deficiencia de las políticas públicas hasta el momento sobre el sector audiovisual. La relación del público con la cultura nacional se estimula, se educa, se impulsa y no hubo hasta el momento un plan serio y a largo plazo para consolidarlo.

Las personas que sí dedicaron su tiempo y pasión a hacer cine y a tender puentes con el público son expulsados por esta gestión. La última noticia es la renuncia de Pablo Conde a la dirección artística del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Pablo integró el equipo de trabajo del festival desde 2009, en sus años de programador se destacó por su dedicación incansable: desde la mañana hasta la trasnoche se lo podía ver de un lado a otro presentando películas con palabras precisas y amorosas para que el público supiera por qué cada uno de esos títulos ocupaba un lugar en la programación. Si lo encontrabas con un minuto libre, te preguntaba qué habías visto y te dejaba alguna recomendación: «Esta es la que no se tienen que perder» decía, y te hacía sentir especial por haber accedido a semejante dato (que, en realidad, ya se lo había dicho a todo el mundo).

Esta cercanía lo hizo querido, y cuando se anunció que iba a ser Director Artístico hace dos años generó alegría. Pablo defendió desde ese lugar al festival de los fuertes ajustes de gestiones anteriores y logró, junto a todo el equipo de trabajo, dos ediciones memorables con invitados internacionales, títulos que desembarcaron directo de otros grandes festivales, descubrimientos y mucha identidad dentro y fuera de las salas.

Todo esto sin mencionar «Hora Cero», que hacía de las funciones una fiesta, que tuvo su pequeño apéndice en el Cine Gaumont durante el último tiempo y que burdamente ahora se llamará «Kilómetro Cero», ya sin Pablo en el ciclo. Un intento penoso propio de gente que no sabe hacer cosas buenas e imita lo que otros hicieron a ver si así alguien los quiere alguna vez.

Este gobierno que llegó haciendo alarde de sus capacidades para gestionar eficientemente, pierde a uno de los mejores y con mayor experiencia en pos de caprichos que le pueden costar, incluso, tener que posponer la edición hasta marzo de 2025, cancelarla o hacerla a los tumbos.

La producción y la comunicación oficial

Dicho lo de Pablo Conde, el Decreto 662/2024 deja a muchas productoras pymes sin poder solicitar más de un subsidio por año y esas productoras son las que nos dieron valioso cine en los últimos tiempos. También se eliminó la cuota de pantalla que buscaba garantizar un lugar para esas películas en la cartelera. Pero hay que decir que la cuota ya no se estaba cumpliendo sin ningún tipo de perjuicio y volvemos a preguntarnos lo mismo: cómo una persona va a defender algo que ni sabe que existe, porque las grandes cadenas no se lo ofrecen y el Estado ni se preocupa en hacer cumplir el acceso de la población a estas películas.

A esto se le suma que en las últimas horas, el vocero presidencial Manuel Adorni publicó en X: «Durante el año 2023 el INCAA ha financiado más de 100 películas que tuvieron menos de 1.000 espectadores: hubo 12 películas que tuvieron menos de 100 espectadores, una que tuvo 5 espectadores y otra que solo la vieron 4 personas. Se ha decidido terminar con este delirio. Fin.».

Los comentarios vienen a colación de algo que repiten mucho, que es que la promoción de la industria del cine nacional debe «apuntar a producciones que sean exitosas en taquilla y bien recibidas por el público general», como si existiera una fórmula para hacer películas exitosas y hubiera un sector empeñado en no hacerlas así a propósito.

Adorni se refiere a los números publicados en la solapa de fiscalización del INCAA, allí se pueden ver todos los datos sobre cantidad de espectadores y recaudación. Es importante saber también que no todas las películas reciben los mismos montos en subsidios y que, por lo tanto, las expectativas de audiencia son variadas, una película puede hacer diez mil espectadores y ser un éxito y otra hacer quinientos mil y fracasar. Y los datos sobre las liquidaciones de subsidios también son públicos y se pueden ver acá para hacer análisis más serios y precisos, y aún así incompleto, porque hay títulos que tuvieron una circulación amplia en festivales, estrenos internacionales y también algunas pasaron por plataformas, datos que no son contabilizados allí.

Por último, está la pregunta sobre qué hacemos con esos datos, qué significan. Muchas de esas películas cumplen con estándares altos de calidad, fueron reconocidas por la prensa local e internacional, por pares de la industria y muchos otros implicados en la puesta en valor. Su aporte a la cultura no las puede determinar un número fortuito y cargado de subjetividades sino un trabajo integral en el que el Estado tiene que ser aliado estratégico y promotor, no un enemigo que se comporta como un niño jugando con una lupa y el sol.