«La hospitalidad argentina debería ser bastión»

Conversamos con el ingeniero agrónomo Marcos Villamil quien, con sus 28 años, se propuso recorrer el país a caballo: su idea es transitar más de 9.000 kilómetros y 300 pueblos.

Desde pequeño tuvo un vínculo muy cercano con los «pingos», tal como los llama, porque su familia, más allá de ser porteña, tiene un campo en General Alvear, provincia de Buenos Aires, donde pasó gran parte de su vida, cerca de un paisaje sumamente distinto a los edificios y el tráfico donde nació. «A los 18 empecé domar y a los 20 tuve mi primera cabalgata en San Antonio de Areco, en la que no me fue muy bien, era muy inexperto. Tenía coraje y ganas de hacerlo y lo hice», confiesa el joven.

Su vida antes del 7 de septiembre de 2020 era bastante distante de su presente, trabajaba en un banco en el Microcentro como ingeniero agrónomo y tenia dos emprendimientos que aún conserva: catering de asados con amigos y otro que está vinculado con la educación en el agro, que tiene como objetivo disminuir la brecha entre la facultad y el mundo laboral. «Siempre me dediqué a mí, de todas maneras, medito desde que tengo 17 años, buscando una conexión entre el donde estoy, el por qué y dónde me gustaría estar. Alos 19 me di cuenta que si no hacía la primera cabalgata en ese momento no la hacía más en mi vida», agrega Villamil.

Mora, Huayra y Tordo son sus compañeros de ruta con los que realiza 35 kilómetros por día, y los describe como su familia, sus hijos: «A Morita la compré hace once años, Huayra tiene 3 y el Tordo que tiene 6 nacieron en el campo de mi familia y los crié y domé yo, así que el vínculo y el cariño es total, nos cuidamos mutuamente hace 8 meses y 4.800 kilometros», describe orgulloso Marcos.

Por otro lado, en cuanto a la opinión de sus padres, fue muy positiva cuando les contó de su sueño pero lo fue adelantando de a poco, porque en principio iba a hacer la travesía en 2017 y, por temas laborales, pasó a 2019. Por ende, en el 2020 quería sí o sí cumplir su anhelo. «Lo primero que hice fue visualizarme como abuelo: está ese abuelo negado que no le salieron varias, que le quedaron muchas en el tintero y está el otro que tiene una profundidad en la mirada porque el tipo las hizo todas, las disfrutó, las vivió y es un libro abierto. Yo quería y quiero ser ese tipo. Y ahí me pregunté, ¿qué me acerca más a ser ese abuelo? Ahi tomé las riendas y arranqué la travesía».

«Los primeros diez días fueron los más difíciles, 15 meses andando a caballo es un contrato a largo plazo complejo. Al principio me costó, pero me tranquilicé y me di cuenta que me estaba adelantando a los hechos, y por eso la sensación de miedo. Yo me decía: ‘¿cómo voy a hacer en Santa Cruz?’ ¡Y estaba en Buenos Aires! Si estoy pensando en eso, me voy a perder de disfrutar el presente y el viaje. Y ahí cuando me cayó la ficha, quise estar en donde estaba, que es la clave. Dejar de gastar ‘pólvora en chimango’ y encargarse de disfrutar el camino y optimizar la energía», relata Villamil.

La gente siempre lo recibió bien, aunque las primeras veces un poco distante: «Hubo muchas veces que dormí a la intemperie en la carpa, otras en casas, pero tuve muy buenos recibimientos en todos lados. Tierra adentro no hay grietas, los medios quieren mostrar cosas negativas cuando tenemos muchas cosas positivas en el país: la hospitalidad del argentino no tiene comparación, por ejemplo. Eso debería ser un bastión», asegura Marcos.

En cuanto al lado negativo de su travesía, Marcos relata que «el peor momento hasta hoy fue un cruce de Cordillera en Santa Cruz, entre el valle de Tucu Tucu y el lado de San Martín. Fue un día de 10 o 12 horas andando muy áspero, muy duro. Nunca había experimentado una naturaleza tan rústica, con pantanos, atento a no caer en uno, con vientos de 180 kilómetros, muy fuertes, tanto que nos teníamos que quedar frenados. Son cosas que pasan, estaba concentrado en sobrellevar la situación. Nunca pensé en retroceder más allá de eso, porque si no no llegaría ni a la esquina de mi casa. Muchas veces te va a apretar el zapato, pero ahí depende mucho de cuán convencido estés de lo que estás haciendo».

Finalmente, comparte que «hay muchos momentos que quedan añejados en la retina. Me acuerdo de una noche que estaba en el medio de la Cordillera de los Andes, tenía atada la yegua a la mano y como me tironeó a las 3 de la mañana, me desperté y tenía un cielo inundado de estrellas y un silencio que era música, el ruido de un arroyo que se escuchaba de lejos y eso es algo imborrable. Como la gente que uno va conociendo en el camino».