Los caballeros las prefieren cultas

Una rubia debilidad, así se la recuerda a Marilyn Monroe. Pero detrás de la rubia, “la tonta”, la actriz…detrás estaba Norma, la mujer frágil, la ávida lectora, la escritora.
Poco se ha hablado sobre estas aristas de la actriz que se animó a cantarle el “Happy Birthday” al presidente de los norteamericanos delante de una audiencia que quedó boquiabierta ante la desfachatez de la rubia.
Pero Marilyn sufría.
A pesar de su imagen despampanante y avasalladora, los que la conocieron profundamente afirmaban que era como una niña carente, desprotegida, que solo buscaba amor y, en la mayoría de los casos, en los lugares y personas equivocadas. La lectura tal vez era un refugio, una forma de buscar respuestas ante las preguntas que le manifestaba su soledad, tan inherente a su alma y vida.
Marilyn amaba a Whitman, Joyce, Dostoievsky, Poe, Oscar Wilde, Lewis Carroll. En su biblioteca se hallaron más de 400 libros. Su exesposo, el dramaturgo Arthur Miller, la definió como “una poetisa callejera que habría querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa”.
Su hermosa imagen fue el envase que la condujo a la gloria y, al mismo tiempo, la hizo descender cual Dante por los infiernos. La imagen de rubia tonta que enamoraba a los Estados Unidos escondía a una mujer sentimental, en carne viva, que escribía poesías y exorcizaba sus demonios por medio de la escritura. En sus diarios expresaba sus miedos y frustraciones como también su dolor ante la soledad que tanto la abrumaba.
“¡¡¡Sola!!! Estoy sola -siempre estoy sola sea como sea. No hay nada que temer salvo el propio miedo”, escribía, dejando a trasluz su fragilidad y necesidad de amor evidente.
Sus amoríos con los hermanos Kennedy tal vez fueran producto de su inseguridad e incapacidad para sentirse amada y valorada por un hombre, comenzando por su padre, a quien no conoció y del que nunca quiso hablar en público.
“Ahora que lo pienso siempre he estado aterrada de llegar a ser realmente la esposa de alguien, pues la vida me ha enseñado que nadie puede amar a otro nunca realmente.”
Arthur Miller escribió para su esposa en la obra “Vidas Rebeldes”: “¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?”, frase encarnada en la voz del actor Clark Gable. El personaje de Marilyn respondía: «Pues todo el mundo piensa que soy muy alegre», ante lo cual Gable respondía: «Eso es porque cualquier hombre se siente feliz al mirarte». A pesar de la relación conflictiva que los unía, Miller pudo dejar de “mirar” a Marilyn para “ver” a Norma, para entender sus demonios y analizar las lágrimas detrás del glamoroso maquillaje que daba vida al ícono aclamado de Hollywood.
“Donde sus ojos reposan con placer -quiero seguir allí- pero el tiempo ha modificado el poder de esa mirada. Ay, cómo voy a apañármelas cuando sea menos joven. Busco la alegría pero está vestida de dolor, cobrar ánimos como en mi juventud, dormir y descansar la pesada cabeza en su pecho, pues mi amor todavía duerme junto a mí”, habría escrito Marilyn en alusión a Miller.
Buscaba la aprobación de los otros y temía que solo la amaran por su hechizante y alienante belleza física.
«Esperar la vejez para que, con los años, puedan desnudarse inteligencia y sensibilidad; para que se vea la belleza del alma cuando se vayan la del rostro y la del cuerpo».
Esta escisión nunca llegó a suceder, ya que Marilyn falleció a los 36 años, dejando un sinfín de dudas sobre la causa de su muerte.
“Socorro, socorro / socorro / Siento que la vida se me acerca / cuando lo único que quiero / es morir”.
En muchas fotografías se la puede ver posando mientras leía. Impactante es apreciar que disfrutaba de la lectura del “Ulises” de Joyce u “Hojas de Hierba” de Whitman. En su biblioteca personal los libros que fueron hallados tenían anotaciones de la actriz, lo que demuestra el interés ávido y genuino de Marilyn por la literatura.
No solo era la chica por la que suspiraron miles de soldados en su gira por Corea, sino que también era la amante de la literatura que seguía el periplo del personaje Leopold Bloom por las calles de Dublin, a pesar del descreimiento de los prejuiciosos; y la encargada de alzarse en la voz de aquellos que se sienten distintos, de la mano de Whitman y sus hojas de hierba.
“Dije que el alma no es más que el cuerpo, dije que el cuerpo no es más que el alma”, frase que seguramente marcó Marilyn en su ejemplar de «Hojas de Hierba» de Whitman. Y su cuerpo empezó a sufrir lo mismo que su alma. Los abusos sufridos en su niñez, el abandono y el desamor fueron dejando cicatrices que eran imposibles de maquillar.
«Odio ser una cosa. Nunca llegué a entenderlo muy bien. Siempre pensé que los símbolos eran cosas que se usaban para dar nombre a varias cosas. Ese es el problema… que el sex symbol se convierte en una cosa, y yo odio ser una cosa”.
Podría decirse que en el mundo de la literatura halló la forma de vivir otras realidades distintas a la suya, donde podía ser una verdadera reina y los tiempos y el amor se delineaban según su fantasía y deseo. No había allí un presidente que la utilizara, un exmarido que la celara ni un padre que la abandonara. Entre los clásicos y sus diarios podía ser Norma, y estremecerse ante los versos de Wilde o sentirse identificada con la triste niñez de Niétcochka, de Dostoievsky. No había poses, ni cámaras, ni gente a quien agradarle. Solo Norma y su alma.
Y no solo los caballeros las prefieren rubias, sino también cultas.
A esa niña dolida, abusada, convertida en una mujer adulta insegura y envuelta por el desamor le diría que los caballeros, los que realmente la amaron, no la prefirieron por rubia, sino por su alma. Y las lágrimas dejarían correr el rímel por su delicada mejilla. La más auténtica de sus fotografías, sin dudas.