El pasado 24 de febrero se cumplieron dos años del inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, cuando en aquel día de 2022, el presidente Vladimir Putin ordenó el comienzo de lo que denominó “operación militar especial” e invadió territorio ucraniano para “desmilitarizar y desnazificar” del país.
Indudablemente, se trata de un parteaguas en la historia reciente de la política internacional, al ser el peor conflicto bélico en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Según la Misión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instalada en Ucrania, se llevan contabilizadas 30.457 víctimas civiles, de las cuales 10.582 murieron y 19.875 resultaron heridas, además de la masa gigantesca de desplazados: casi un tercio de la población del país. Un acontecimiento que marca a fuego la época actual.
“La era del orden mundial unipolar se terminó”, sentenció Putin en junio de 2022 en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, a pocos meses de iniciada la guerra. Menos de un año después, en marzo de 2023, en una visita a Moscú, el presidente chino, Xi Jinping, afirmó: “Se están produciendo cambios nunca vistos en 100 años y nosotros los estamos liderando”. Es bajo esta óptica que puede comprenderse qué representa no solamente la guerra en Ucrania sino el devenir de los principales movimientos tectónicos de la política internacional: el declive del “mundo unipolar” que Estados Unidos supo liderar desde la caída del Muro de Berlín en 1989, y la configuración de un orden tumultuoso y sobrecargado de tensiones y conflictos, en la cual la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping exhiben un poderío militar y económico de primer nivel, a la vez que surgen con fuerza otros actores, como la India de Narendra Modi o la Turquía de Recep Tayyip Erdogan.
El conflicto bélico en suelo ucraniano es una proxy war, o “guerra por encargo”, entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como suele decir Juan Gabriel Tokatlian, director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. Este es uno de los conceptos clave para entender su magnitud y sus características. En mayo de 2022, en una de sus columnas, Tokatlian señalaba que estábamos ante “una modalidad de guerra distinta a las del pasado remoto y reciente”, ya que se trataba de “un conflicto entre dos partes instigado por una tercera que no participa directamente de las hostilidades”.
Allí, Tokatlian agregaba que “el lanzamiento de la proxy war ocurrió en abril, cuando el presidente Joe Biden hizo un llamado al cambio de régimen en Moscú. A partir de allí, el monto y la calidad de la ayuda militar a Ucrania por parte de Estados Unidos y Europa se han incrementado notablemente”, y destacaba que, desde entonces, “se modificó el lenguaje de los principales líderes, que apuntaron menos a salvaguardar a los ucranianos que a debilitar -algunos usaron el término destruir- a los rusos”.
Dos años después, la posibilidad de un triunfo ucraniano, en la cual por aquel entonces muchos actores creían (o querían creer), aparece cada vez más difuminada. Por el contrario, es Rusia quien lleva la delantera en el plano militar. Sin embargo, este no fue el único cambio en el escenario internacional que provocó el estallido bélico.
La principal transformación en el tablero geopolítico es “lo que formalmente se denomina como alteración del diseño de arquitectura de seguridad en Europa, es decir, cómo los Estados resuelven los conflictos dentro del continente europeo”, afirmó en diálogo con puntocero Martín Rodríguez Ossés, licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad del Salvador (USAL) y miembro de la fundación Globalizar. Dicha estructura “comenzó a tener una modificación con la guerra en Yugoslavia, pero finalmente se rompe con este conflicto”, agregó.
“Los países europeos que guardaban confianza en la institucionalidad de la OTAN ahora deben debatir en las agendas políticas domésticas (es decir, cómo convencer a sus votantes) la forma de modificar sus presupuestos contemplando un rearme, que hasta el día de hoy es sumamente impopular, considerando que tendremos una recesión económica durante los próximos años”, explicó Rodríguez Ossés. “Eso profundiza una situación en la que Estados Unidos realiza algo que se llama buck passing, esto quiere decir que busca trasladar los costos del conflicto a Europa. Para ello utiliza como alfil a Polonia. Y trata de conservar bajo su ala a la élite política alemana, a la que no puede permitirle acercarse a Rusia”.
Al puntualizar en la relación existente entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE) tras el inicio de la guerra, el analista afirmó que existen “al menos tres desafíos” para la potencia norteamericana. “El primero es la autonomía francesa, que es un comportamiento histórico que tiene Francia respecto de cuál es su papel dentro de la OTAN y para con su propio continente. El segundo es la incertidumbre que trae a la mesa la Turquía de Erdogan, que es un país con la capacidad de pivotar para defender sus intereses nacionales. Y el tercero son los intereses de países como Hungría, que es sumamente dependiente de la energía rusa, y que a la vez debe defender a su diáspora que se encuentra en territorio ucraniano, en lo que se llama Transcarpatia”. Para el analista, “Europa no tiene cómo llevar adelante en solitario un conflicto de esta magnitud, entonces queda atrapada en un dilema, porque tiene la necesidad de conservar el flujo comercial con China y, a su vez, necesita el paraguas militar estadounidense”.
En cuanto a Rusia, Rodríguez Ossés afirmó que “al menos hasta hoy pudo sortear las sanciones y conservar varias rutas de sus recursos energéticos con países que paradójicamente lo sancionan. No solo eso, sino que incentivó la compra de su gas y su petróleo a socios enormes, como China y la India. India, por ejemplo, tuvo la oportunidad de hacer negocios enormes: hizo lo que se llama un rulo de divisas, porque compraba y sigue comprando gas y petróleo de Rusia al costo, y lo logra vender a precio de mercado, que son más altos producto de las sanciones”.
Acerca de los denominados «países emergentes», el analista consideró que “el conflicto nunca logró hacer mella en la opinión pública ni en África ni en América Latina, por ejemplo, al menos en la medida de lo que se esperaba para Estados Unidos y lo que se denomina el bloque occidental. Eso no quita que las relaciones diplomáticas queden presas de los habituales péndulos electorales que tienen países como el nuestro”.
Uno de los aspectos más resonantes del estallido bélico y sus consecuencias posteriores fue el intento occidental de marginar a Rusia. Dicho accionar no solamente se reflejó en el terreno político y económico sino, también, cultural: desde la eliminación del equipo ruso -clasificado- para la Copa Mundial de Fútbol Qatar 2022, hasta la cancelación de un concierto en la Ópera de New York de la estrella Anna Netrebko, o la suspensión de una proyección de la película «Solaris» de Andrei Tarkovsky en la Filmoteca de Andalucía, por mencionar algunos de los casos que se dieron a nivel mundial desde el inicio de la guerra.
En ese sentido, para Rodríguez Ossés el intento de marginar a Rusia “políticamente fue exitoso, porque unió a los liderazgos políticos europeos detrás de la causa del apoyo a Ucrania, pero no pudo trasladar ese deseo a las sociedades”. Sostuvo que “el conflicto ucraniano es un problema que nunca lograron ‘venderlo’ como existencial para el continente europeo, mucho menos para el resto del mundo”, y añadió: “El ejercicio de propaganda bélica en el mundo de las redes sociales es mucho más difícil, porque una sociedad digitalizada logra contrastar casi al instante los acontecimientos en los paises que estan envueltos en esta guerra. A favor, tiene la dinámica propia de los algoritmos, que permite que uno lea o consuma siempre en una misma dirección, pero uno puede encontrar, ya sea en Twitter, Facebook o YouTube, toda la actividad de lo que se denomina NAFO (North Atlantic Fella Organization), un grupo de usuarios de Twitter que terminó por complotar contra la narrativa ucraniana, porque vendieron una guerra que era ganable, y eso no se sostuvo en el tiempo”.
Al ser consultado por la posibilidad de que Ucrania acepte un armisticio que implique la cesión del territorio perdido, el analista no la considera hoy una opción posible, “primero porque no depende solamente de Ucrania”, y remarcó que “la integridad territorial ucraniana es una inversión de muchos países, no solo Estados Unidos, sino que Polonia, Estonia, Moldavia también están muy involucrados. Es decir, no solo primero debería existir una recomposición del liderazgo político ucraniano, un reemplazo a Zelenski, que es algo que no deberíamos descartar. Sino que la mesa de negociación doméstica incluye socios que no están dispuestos a perder su capital político. Eso es lo peligroso de la situación: estamos en lo que se denomina un catch-22, que consiste en una situación de la que no se puede escapar. Mientras más cerca esté Rusia de conseguir una posición favorable para someter a Ucrania a una mesa de negociación, más incentivos tienen sus socios para intervenir. El problema es visualizar cómo ellos eligen intervenir sin que eso signifique que países europeos pongan tropas en Ucrania y terminen por formalizar una guerra con Rusia, y abran una caja de Pandora”, completó.