El Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) brindó herramientas y consejos para detectar este síndrome.
El síndrome de burnout, traducido al español como «síndrome de desgaste profesional» o, de forma más coloquial, «síndrome del trabajador quemado», aparece cuando una persona sostiene durante mucho tiempo niveles altos de estrés sin descansos reales. Se da mucho en trabajos muy demandantes, en estudiantes con presión constante o en personas que cargan responsabilidades intensas todos los días.
El término surgió en la década de 1970 y es acuñado por el psicólogo estadounidense Herbert Freudenberger. El mismo utilizó el concepto para describir un estado de agotamiento severo que observó en profesionales que trabajaban con sobrecarga y altos ideales, especialmente en profesiones de cuidado y servicios humanos, como en la clínica para toxicómanos donde trabajaba en New York. Es así como en 1974 publicó la primera descripción formal del fenómeno.
Posteriormente, el término adquirió tanta relevancia que terminó por ser reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un factor de riesgo laboral que afecta la salud mental y la calidad de vida de los individuos.
Las principales causas suelen ser la sobrecarga de tareas, los horarios extensos, la falta de pausas, la sensación de no poder equivocarse y el desgaste emocional que generan ciertas actividades. También influye cuando el entorno no ofrece apoyo, cuando no hay reconocimiento o las demandas superan lo que una persona puede manejar a largo plazo.
La pandemia trajo consigo un gran registro de ello. En 2020 se registraron muchos casos, sobre todo en profesionales de la salud, docentes y estudiantes. En hospitales, por ejemplo, se observó que gran cantidad de médicos y enfermeros trabajaban con jornadas extendidas, poco sueño y situaciones emocionalmente duras. En estudios realizados se detectaron niveles altos de cortisol, la hormona que responde al estrés. Algo similar pasó con alumnos que cursaban virtualmente y sentían que nunca podían desconectarse, lo que derivaba en cansancio extremo y sensación de frustración.
Evitar el burnout no depende solo de la voluntad individual, aunque sí hay acciones personales que ayudan. Hacer pausas reales, dormir lo suficiente, hablar con alguien de confianza, aprender a decir que no cuando algo supera los límites y buscar actividades que corten la rutina son estrategias útiles. También sirve identificar señales tempranas como irritabilidad, apatía, falta de concentración o agotamiento permanente.
Pero la prevención también necesita cambios en el entorno. Reducir cargas excesivas, respetar los tiempos de descanso, organizar mejor las responsabilidades, evitar exigir respuestas inmediatas todo el tiempo y promover espacios de apoyo puede marcar la diferencia. En algunos hospitales, por ejemplo, se implementaron programas cortos de manejo del estrés que incluían técnicas de respiración, ejercicios de pausa activa y espacios de descarga emocional. En universidades, ciertos grupos armaron redes entre estudiantes para compartir apuntes y acompañarse en épocas de parciales para sobrellevarlo lo mejor posible.
Es clave tener en cuenta este síndrome en un contexto donde se habla mucho de la productividad y de la sobreexplotación laboral y académica. La idea de que siempre hay que rendir más, estar disponibles todo el día o cumplir con todas las expectativas sin pausa termina generándonos cansancio excesivo y menos fuerzas para rendir cuando realmente lo necesitamos.
Saber parar y establecer límites personales no es sinónimo de vagancia, es una gran muestra de amor propio que a largo plazo muestra sus resultados.
Artículo elaborado para puntocero por Sol Morucci.