Muchas personas piensan que «deben» perdonar porque eso es lo que hacen la gente buena. Analicemos un poco esta cuestión del perdón.
El origen de la palabra nos remite al acto de dar, de ofrendar algo. Aquí una primera observación: no estamos obligados a dar nuestro perdón, las ofrendas surgen del corazón. Entonces, llegamos a un punto importante al comprender por qué estaríamos ofrendando con nuestro perdón.
Porque perdonar no significa olvidar y hacer como que no pasó nada. Esa situación vivida que nos provocó dolor o sentimos como ofensa necesita ser sanada, procesada en nuestro interior. En muchas ocasiones lleva su tiempo. Y ya no somos los mismos. Algo cambia en nosotros.
Tampoco significa justificar el acto o minimizarlo. La importancia que tuvo en nuestra vida no lo vuelve insignificante. Y si debiera haber una restitución por parte de la justicia humana, esa instancia seguirá su camino. Lo mas importante aquí es sincerarnos con nosotros mismos.
¿Qué esperamos, buscamos o nos gustaría que suceda?
No podemos volver atrás lo sucedido, con lo cual tenemos que lidiar con eso en el aquí y ahora. Seguramente, si nos sumergimos en la mansedumbre de la meditación, encontremos cómo ensamblar ese pedacito del rompecabezas en el tablero de nuestra vida. Quizás pudiera pasar que esa persona sea castigada o sufra por lo que nos provocó.
¿Eso aliviaría nuestra pena o sentir? Lo más probable es que esa persona no lo comprenda, o que ya no esté en nuestras vidas o tantos quizás…
Volvamos a nosotros. Seguimos frustrados con una situación que quisiéramos no haber transitado y sin poder descargar nuestras emociones. Mientras tanto, nos cuesta reír, disfrutar con amigos o generar un proyecto, porque nuestro cerebro reproduce una y otra vez lo que solo fue una sola situación. Sería como mantener viva y abierta una herida que solo nosotros podemos decidir cerrar. Se detiene el tiempo y termina convirtiéndose en una obsesión que alimentamos cada día. Si decidiésemos cerrar la herida quedará una cicatriz, pero ya no habrá dolor, ni peligro de que la infección nos termine matando.
Soltar no es olvidar, es pasar a ser un observador. Soltar no es justificar, pero comprender nos libera y nos sentimos poderosos porque tomamos las riendas de la situación. Abre camino a la resiliencia para hacer de ese dolor o cólera algo productivo que pueda ayudar a otros, haciendo que nuestra vida tome un rumbo más elevado y sanador.
También, nos permite mirar a los ojos a las sombras del miedo y la frustración, convirtiéndolos en fortaleza. No estamos obligados a perdonar por vaya a saber qué mandatos o creencia impuesta. Perdonar es una decisión por la que ofrendamos algo a nosotros mismos y nos regala la paz.
Artículo elaborado por María Finn.