¿Quiero? Que me recomienden algo para ver

Sucede algo muy particular en estos tiempos revueltos e inciertos entre tantas recomendaciones como servicio más bien moral en la mayoría de los casos, para tratar de nutrir tiempos de ocio, y es la pregunta «¿dónde se consigue?» que se puede aplicar a una película, a un libro, a una canción, a un podcast, etcétera.

Tal pregunta muchas veces llega a través de alguna red social, la cual solo puede llegar a destino gracias a una conexión a internet, y es a por ese medio que se puede alcanzar ese consumo cultural del cual se pregunta su localización. Es decir, si entraste a Twitter a preguntar «¿Dónde se consigue?» es porque podés ingresar a google.com y emprender tu propia búsqueda. La explicación más inocente sobre esta conducta podría llevarnos a pensar en que aquel que consulta pretende que le entreguen un mapa del tesoro que solo lo tiene un especialista. También hay un desprendimiento de todo esto que reside en la obnubilación, en la imposibilidad de mantener una concentración elemental para comprender o siquiera terminar de leer unos cuantos caracteres que lo lleven a descubrir que al final podría estar la respuesta sobre «dónde lo encuentro».

En «La carta robada», el cuento de Edgar Allan Poe, un personaje escondía la misiva del título a la vista de todos, sin que pudieran advertir su presencia evidente, que no es más que una idea bastante vieja y efectiva. Para el final queda la explicación más simple: la vagancia, que se asocia a lo que se expresaba al principio sobre cómo la vía que se utiliza para preguntar acerca de algo es la propia respuesta. No hay grandes misterios sobre la manera de acceder a los consumos, sí quizás en cómo descargar, pero allí la complicación (que no lo es, realmente) tiene lugar en la pericia para manejar ciertas herramientas virtuales.

La curiosidad es otra variable para pensar qué sucede cuando se formula una pregunta sobre la ubicación de una película. También se puede abarcar a la pregunta de «¿Qué puedo ver en X sistema de streaming?». ¿Acaso pasa algo terrible si elegimos una película que no nos gusta? ¿Tan poco tiempo tenemos que no podemos perder una hora y media en algo que no nos satisfaga? Es cierto que el pedido no siempre se acerca por el lado de la comodidad sino por la confianza en el criterio del otro, pero sí existe una curiosidad inversamente proporcional a la oferta existente e inconmensurable que ofrece internet. En tiempos del videoclub (ese espacio físico al que uno iba a las películas y no al revés), el criterio del videoclubista era ya el último recurso, al que se apelaba cuando ya había pasado un tiempo considerable de indecisión o simplemente habíamos visto casi todo lo que se encontraba en el lugar. El interés por dejarse llevar y explorar cualquier título nos depositaba en las tierras del descubrimiento, en conocer por primera vez mundos y abrir, quizás, compuertas de complejidades, y allí probablemente tengamos un punto para pensar lo que pasa en redes sociales con las recomendaciones.

No es ninguna novedad que el cine de entretenimiento actual ofrece una variedad limitada, que el círculo en el que mueve los temas de sus películas tenga un diámetro más corto y que el manejo sea en función de decisiones vinculadas al marketing.

Las consecuencias de esta dinámica hacen que la complejidad de las obras baje a un nivel de seguridad extremo para el espectador, que no tiene la posibilidad de moverse más allá de un pequeño terreno temático y estético. De tal manera que, cuando surge un hecho artístico que se escapa a esa norma impuesta, casi de manera invisible, la reacción primaria sea el enojo furibundo manifestado sobre el «recomendador». La palabra «complejidad» funciona, en cierto modo, como una puerta de hierro que cierra toda chance de una mínima exigencia para acceder a determinadas formas y temas nuevos. En el enojo hay un miedo escondido y subterráneo que sabotea el camino a un mundo nuevo pero también está el orco, el que solo quiere la comida procesada y que, no solo no tiene predisposición a abrirse sino que también emite juicios de valor recurrentes como «esa película es de snobs», por supuesto, sin detenerse en el significado de esa palabra.

Entre los divulgadores hay una responsabilidad: la de ofrecer esos caminos, aunque lejos de ser faros en la oscuridad, lo que se pretende es dar a conocer esos consumos con una lectura ya elaborada. Es una recurrencia actual que influencers (o agentes de las corporaciones de los sistemas de streaming, distribuidoras, exhibidoras, etcétera) recomienden solo lo que aparece en la primera fila de las ofertas, ¿qué sentido tiene que alguien diga que «La casa de papel» es una gran serie si es lo primero que se me ofrece al darle play al botón de la N roja? Puede argumentarse con lo dicho al inicio de este texto, el que acude al criterio de los influencers ya sabe la respuesta a la pregunta «¿Qué serie española de robos puedo ver?».

En los años 70′ William Friedkin era un director tan popular como lo puede ser el de «Rápido y Furioso» (por supuesto, casi nadie sabe su nombre porque no es necesario para el sistema actual de la industria) y sus películas eran producidas por los grandes estudios y hasta recibían nominaciones al Oscar. Hace unos días hice un pequeño hilo en Twitter para recomendar «Vivir y morir en Los Ángeles», una película de 1985, de género y accesible para cualquiera que haya visto, no sé, «Arma Mortal». La repercusión fue importante, muchos no sabían de su existencia, otros hace un tiempo que la habían visto por última vez y hasta algunos me escribieron para decirme que les había encantado y que buscaban más películas similares. Esta mención busca qué ilustrar como puede ser la tarea responsable de un divulgador, que es posible huirle a ese algoritmo de veinte películas o series que todos ven. En internet está todo, se suele decir, pero está todo como lo están en la Biblioteca Nacional casi todos los libros. Si yo me paro en la puerta de dicha institución sin tener idea de coordenadas, de ubicaciones y de una guía para acceder a los contenidos, es muy probable que no solo pierda muchísimo tiempo en la búsqueda sino que no sepa qué buscar e, incluso, puedo llegar a conformarme con los primeros libros que se me ofrezcan. Las películas están casi todas pero la divulgación, lamentablemente, en general se encarga de lo inmediato, de lo urgente, de lo que hay que ver sí o sí esta semana, la entrante ya será tarde y habrá algo más por lo que correr, porque no vaya a ser que no exista tema de conversación con mi compañero/a de trabajo. Procuremos exigir y exigirnos un consumo cultural responsable.