Venezuela en Argentina

Desde hace bastante tiempo es muy común, casi a diario, encontrarse con algún venezolano en Buenos Aires, en Argentina. En el rubro gastronómico es casi una fija encontrase con alguien que te habla en esa tonada tan característica. Aunque, claro está, hay quienes trabajan en otros rubros de mayor especialización pero, como dice esa frase clásica argentina, en «el ingeniero o arquitecto que manejan un taxi» hay algunos caribeños que sobrellevan el desarraigo en la labor que pueden encontrar, así sea muy lejano de su profesión o vocación. El trato casi diario despertó mi curiosidad por conocer sus historias, su pasado y su visión a futuro.

La travesía continental

Las emigraciones forzadas, de un día para el otro, no son idílicas travesías continentales. Para Anny, quien tiene a toda su familia en Venezuela, «a excepción de algunos primos lejanos y el único familiar directo que tengo en Argentina es un tío». Y al igual que ese pariente, quien primero probó suerte en Francia, Anny anduvo por otros lugares del continente antes de radicarse en Buenos Aires. Y la partida fue difícil. «Me costó tomar la decisión, no fue para nada fácil» y tras dejar Venezuela en octubre de 2017 estuvo un año en Quito y, finalmente, enfiló para el extremo sur del continente. Y ese trayecto fue el más complicado. «El viaje a Ecuador en el 2016 fue un vuelo directo y bastante tranquilo, pero el viaje a Argentina fue complicado, ya que el primer viaje desde Ecuador se demoró y perdimos la conexión en Panamá, al llegar a Panamá a todos los pasajeros los alojaron en un hotel hasta el siguiente día, pero a mi esposo y a mí por ser venezolanos nos negaron el acceso al país». Las penurias incluyeron pasar 14 horas en el aeropuerto, maltrato en Migraciones y por «primera vez donde sentí dolor profundo por mi nacionalidad, antes éramos recibidos con las puertas abiertas en la época de bonanza venezolana, ese día ni siquiera pude ir a un hotel a dormir tranquila, eso dolió mucho», rememora Anny.

Por su parte, Andrea es una periodista que está en nuestro país con su primo, la esposa y sus hijos, mientras que sus tíos y padres quedaron en Venezuela. Tras unos seis meses en convivencia con su primo pudo irse a vivir sola mientras trabaja en un local de comidas rápidas en la Zona Oeste del Conurbano. Su viaje alternó etapas fáciles y complicadas. «Salí de Maracay antes de las elecciones en las que Maduro fue electo (en 2018) el 15 de mayo y tenía pasaje para Buenos Aires para el 18». El viaje fue vía Cúcuta, Colombia, hasta donde la acompañó la madre «que se tuvo que volver porque no tenía dinero para seguir el viaje conmigo». En esa etapa del viaje «caí en cuenta que me venía a vivir a Buenos Aires y empecé a llorar y a llorar», cuenta Andrea. «Fue una decisión que pensé que no me iba a pegar, pero cuando llegué a Argentina me quería volver. No tenía la plata y no le iba a pedir a mis padres. Me toca trabajar y echarle piernas. Pero hay días que me agarran ganas de volver a mi país, de verdad es difícil».

A Anny también le costó tomar la decisión, «no fue para nada fácil, soy hija única y mi mamá es diabética. Siempre fue muy independiente pero ya salir del país era un gran paso, no me arrepiento de ello porque he sido el sustento de mis padres desde entonces, qué sería de ellos si no hubiese tomado esta decisión, solo Dios lo sabe».

En muchas oportunidades tener un trabajo estable no fue escollo para salir de una situación que en otros aspectos resultaba intolerable. Por ejemplo, Ketsy, que trabaja como secretaría en un consultorio odontológico, «vivía con mis padres, tenía un trabajo estable pero el sueldo no alcanzaba para costear mis gastos, tanto en el hogar como los personales», ya hace tres años dejó Venezuela «por la situación del país y para tener una mejor calidad de vida. La verdad no me costó adaptarme, pensé que sería más difícil, pero la mayoría de los argentinos me ha recibido muy bien».

«La decisión de emigrar la tomé por el mismo tema de la situación del país, era complicado comprar comida tardabas horas en filas para poder comprar, todo estaba muy caro, no hay seguridad, el transporte no funciona como debería, falta de los servicios básicos, en fin, muchas cosas en las que te preocupabas todos los días y no tenías paz mental», precisa Ketsy. Más escueta, pero con una firmeza que trasluce los sentimientos se pronuncia Kimberly, una camarera quien, si bien tenía «una vida estable feliz y tenía seguridad social», hace poco más de dos años emigró a Argentina tras los pasos de su esposo, quien se vino primero y luego la mandó a buscar con sus hijas y su hermana. Los motivos fueron cuestiones laborales y sociales y «no tenía opción», sentencia.

Su madre, Mayermina Franco, una abogada también emigrada, expresa que «fue repentino el viaje, mis hijas compraron los pasajes y fue una decisión de media hora para dar la respuesta y viajar en 5 días. Pero había factores de riesgo tanto en lo social como en lo económico que podrían afectar la integridad de mis hijos si no traía a los varones, por la falta de seguridad en mi país. Motivo por el cual me tocó decidir de inmediato, dada a la oportunidad que se presentó».

Familias desarmadas, clima y comida

Una de las cuestiones que más duelen en las migraciones forzadas son las separaciones familiares que conllevan un doble dolor, la separación y la preocupación por los familiares que quedan en un lugar peligroso y por aquellos que se aventuran, a veces de forma desesperada, en un lugar nuevo y extraño.

En el caso de Kimberly, la familia está dividida en dos. Ella vive en Buenos Aires «con hijas, dos de mis hermanos y con mi mamá» y su hermana gemela con su sobrina viven cerca. La distancia con las hijas y «razones familiares» hicieron que su madre viniera a nuestro país. «Vine a visitar a mis hijas y a traer a mis dos hijos menores de edad ya que, por razones de índole social, consideré pertinente que se quedarán en este país por la seguridad social y por las posibilidades de crecimiento y desarrollo personal», cuenta esta señora y añade que, aunque nunca pensó en emigrar, «me gustó esta nación por su tranquilidad y las posibilidades de crecimiento y desarrollo, aunado de que los argentinos son personas muy amables y proactivos. Esta nación es la Venezuela que tuvimos hace años».

En el caso de Ketsy, «toda mi familia está en Venezuela, excepto mi hermano que se había venido un año antes que yo. Él se vino con su novia, se casaron aquí y tuvieron a mi sobrino». «A mi mamá fue a la que le costó más que yo me viniera porque solo tiene dos hijos y los dos estamos fuera de Venezuela. No me costó tomar la decisión de venirme porque yo estaba cansada de todo lo que se está viviendo en mi país», explica Ketsy.

De la misma forma, relata Asdrúbal (llegado hace un par de meses) que «en parte llegué por la situación de Venezuela, pero también quería ver mundo» y empujado por una vida «bastante solitaria, ya muchos amigos se habían ido del país». Curiosamente, pese a tener familia en Venezuela y parientes «en Estados Unidos, Perú, Chile y Europa» y no tener familia en Argentina se decidió por nuestro país y le costó un poco adaptarse ya que, aunque ambos países «comparten el mismo idioma, son culturas muy distintas». Este aspecto cultural también es mencionado por Kimberly y su madre que mencionan los diferentes modos de vida y de ámbitos culturales como motivos que dificultan la adaptación.

Y si hablamos de cultura no podemos dejar de mencionar la gastronomía, algo que hace a la identidad cultural de un país de una forma muy clara. A eso se le suma, en el caso de los venezolanos, la cuestión climática en la añoranza por su tierra. No por nada las playas están entre las primeras cosas que se mencionan al consultar lo que extrañan de su país. A eso Ketsy le suma «la familia, la comida, amistades y que cuando quería iba a la playa y llegaba en 30 minutos». «Mi familia, mi casa, el clima y sus playas», coincide Kimberly.

La intervención extranjera

Un tema de discusión en el transcurrir de la crisis venezolana es la intervención de potencias extranjeras como Estados Unidos, Rusia y China en la solución de la misma y qué intereses motivan a esos países a involucrarse. ¿Qué piensan los emigrados, con una mirada desde la lejanía? En palabras de ellos, pasamos del breve «deberían hacerlo» de Kimberly sobre la intervención de esos países a una más justificada negativa de Mayermina: «No estoy de acuerdo… sería el sacrificio de vida de muchos venezolanos inocentes de ese problema político que nos afecta notablemente. Ya que se apropiarán de los recursos naturales de nuestro país y sería un control absoluto del territorio venezolano del que nunca saldría nuestro país, el dominio de nuestras riquezas y el abrupto control laboral y legislativo de nuestro país. Sería, en otras palabras, un macro dominio y una dictadura internacional, en lo político, económico, social y de intereses». En lo que sí coinciden madre e hija es en lo difícil que ven una salida a la crisis actual. Kimberly, como siempre, lo define en dos palabras: «Ni cerca», mientras que Mayermina, más locuaz, se explaya: «No, los problemas de mi país, no solo son gubernamentales y de económicos, son también de seguridad social y una profunda crisis moral y social».

Andrea, por su parte, considera que la solución no está en manos de los venezolanos, «más de lo que hemos hecho, la gente que se ha sacrificado, que ha muerto, que está presa en las cárceles, en el SEBIN. No entiendo qué le pasa a la ONU, la OEA, porque no han entrado en Venezuela y sacado a esta gente. Son capaces de hacer cualquier cosa con tal de seguir en el poder. Hay jóvenes que han truncado su vida y eso es algo que no se olvida. Hace falta un organismo que de verdad defienda a Venezuela porque sola no puede. Estados Unidos debería un día agarrar sus aviones, invadir y chau, prefiero ser una colonia americana que seguir para donde está orientada ahora Venezuela», manifiesta expresiva la periodista. Y el cierre tiene un tono de queja: «Rusia está con Nicolás Maduro. Nosotros necesitamos ayuda, pero los países se hacen los sordos y ciegos, no les interesa. Venezuela antes recibía gente y ayudaba a todos los países, pero ahora la gallina de los huevos de oro está quebrada y nadie le quiere meter la mano».

Volver a su tierra

¿Qué harían los venezolanos si algún día la situación en su país fuera otra? Kimberly no lo duda, regresaría y asegura que «la mayoría de mis compatriotas volverían a nuestro país de mejorar la situación». Su madre, si bien cree que «para que Venezuela mejore su situación pasaran muchos años por los enfoques políticos, económicos y sociales… sin embargo, me gustaría volver a mi tierra, porque son nuestras raíces» y sus compatriotas también lo harían, ya que «la gran mayoría salió solo por razones laborales y económicas con la fiel convicción de volver a nuestra tierra».

Una cuestión material y económica, además de la añoranza, haría que Andrea regresara a Venezuela, «acá es difícil alquilar una vivienda comprar un auto. Allá no. La mayoría de las personas que yo conozco volverían. Aunque nos reciben bien uno siempre es extranjero. Hay días que me levanto y no quiero escuchar nada, ni que me ofrezcan mate. Y quiero mi arepa, mi playa y mi café. La situación es complicada y uno no está acostumbrada al carácter y la cultura de ustedes y eso choca. Uno no puede opinar porque es extranjera y a veces te lo dicen. No son xenófobos, pero a veces hacen comentarios despectivos y te dan ganas de pegarle».

La voz discordante la pone Ketsy, que argumenta que «la única solución que hay es que haya una intervención militar para salir del régimen dictatorial de Nicolás Maduro. Pasará mucho tiempo para que el país mejore y de seguro yo ya he hecho una vida aquí, la mayoría quisiera volver, pero a la Venezuela que conocíamos, pero esa ya no existe. La Venezuela que nosotros los inmigrantes extrañamos, la destruyeron Chávez, Maduro y todos los que conforman el régimen».

Así entre recuerdos, adaptaciones y esperanzas a futuro transcurre la vida de estos venezolanos en nuestro país, mientras afrontan con la mayor dignidad posible las complicaciones que esta les ocasiona con la esperanza de, tal vez, algún día volver a su tierra porque, como decía Soda Stereo, «no hay nada mejor que casa».