Cine en clandestinidad

«¿Es tan importante que nos elogien los buenos amigos, las revistas, que nos lea toda esa burguesía, o pequeña burguesía, pero que de nosotros no llegue nada realmente al pueblo?» se preguntaba Rodolfo Walsh y problematizaba el sitio que ocupaban los escritores como canal de comunicación.

Jorge Cedrón le propone llevar «Operación Masacre» a la pantalla, como una película concebida para filmar en la clandestinidad, en propias palabras de Walsh. «Una película así, con la censura que hay, ni siquiera da para hacer la prueba de pasarla en los cines. Tendrá el mismo destino que ‘La hora de los hornos’, se exhibirá en los sindicatos y en los barrios. Y si la policía se entera se lleva la película y la gente». En este contexto se gesta la dinámica cinematográfica de la clandestinidad, en este caso durante la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse entre 1971 y 1973.

«Los traidores» de Raymundo Gleyzer fue otro de los íconos de la cinematografía clandestina. Esta vez su trama, encarnada en un líder sindical peronista que, habiendo tenido un combativo protagonismo tras el derrocamiento de Perón en 1955, claudica y se corrompe en las prácticas de la burocracia sindical. Finaliza el rodaje de esta película en paralelo al ascenso del peronismo con una actualidad abrumante. Aún así se autoriza su exhibición, pero Gleyzer elige un circuito centrado en unidades básicas y sociedades barriales y villeras.

Raymundo Gleyzer fue desaparecido en mayo de 1976 durante la última dictadura cívico militar en el centro de detención conocido como «el Vesubio». Se cree que su asesinato fue en junio de 1976. Jorge Cedrón fue asesinado en París. Rodolfo Walsh en marzo de 1977 es acribillado y desaparecido horas después de enviar su último escrito a los medios: «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar».

La participación de la última dictadura cívico militar en el ejercicio cinematográfico significó lo que ya conocemos como censura y recortes a las obras con la firme decisión de delinear el perfil de entretenimiento y delimitar la capacidad del arte de interpelar al espectador a la reflexión. Con los íconos asesinados y desaparecidos, queda por transformar qué es lo que sí se ve en la pantalla.

Las comedias familiares vacías y el patetismo se apoderaba de las temáticas que aparentaban livianas pero que, de alguna manera, fundamentaban la dictadura y sus «valores».

«Vivir con alegría», «Qué linda es mi familia» y «El rey de los exhortos» con nombres detrás como Palito Ortega o Hugo Sofovich, fueron de los principales distractores profesionales que podían producir sin problemas durante esta década.

El caso de «Los muchachos de antes no usaban arsénico» es quizás una de las excepciones más maravillosas, camuflada en una de las mejores comedias negras de nuestra historia, a manos del director José Martínez Suárez. Película del año 1976 cargada de referencias, las más fuertes tenían que ver con que los personajes desaparecían y se menciona la palabra «desaparecer» de múltiples formas, además de un versículo bíblico que figura en la placa final con un mensaje arrollador: «No tengais envidia de los que hacen inequidad, porque como hierba serán pronto cortados».

El lujo de esta película yace en que no sufrió censura y hasta fue la elegida para representar a Argentina en los Premios Oscar, como si toda esa provocación no hubiera sido percibida y hubiera bailado delante de las narices de la última dictadura cívico militar argentina.