Educar varones

En esta nota, nos unimos varias profesionales de nuestra red para reflexionar acerca de la crianza, de los varones, de nuestros hijos.

Vivimos en una sociedad en la que muchas veces sentimos que no terminamos de deglutir y asimilar los cambios que se producen frente a nuestros ojos. Muchos como padres, tenemos en claro (por nuestra experiencia como hijos) de las cosas que no queremos repetir o perpetuar en nuestra propia función paternal/maternal. Pero no tenemos muy en claro todo lo que comprende el universo de la crianza respetuosa.

Parte de esa crianza es también tener la posibilidad de mejorar la transmisión de ciertas herencias culturales de una manera renovada a nuestros retoños.

¿A qué me refiero con esto? A las reglas tácitas y obsoletas de la masculinidad ruda que hoy, nosotros los adultos, tenemos en claro que solo son estereotipos y maneras de socavar la humanidad en los hombres. Hoy en día decirle a un niño pequeño “no llores, porque llorar no es de hombres” nos causaría horror a más de uno.

Criar respetuosamente a un varón significa enseñarle que es una persona igual en dignidad que una mujer. Y que las diferencias entre ambos nos complementan, no nos enfrentan. Criar respetuosamente es enseñarle, por ejemplo, desde pequeñitos, a hacer los quehaceres de la casa, no porque “algún día se casará y tiene que ayudar a su esposa”. No. Tiene que aprenderlas para sí mismo, para mantener hábitos saludables de higiene y salud.

Soñamos y luchamos por un mundo con igualdad de oportunidades. Pero eso comienza en el hogar, en donde podemos enseñar a nuestros hijos que pueden ser felices con lo que elijan, respetando a los demás, sean hombre o mujeres, porque en esencia somos todos iguales.

Hay que tener en cuenta esto: los hombres que hicieron sentir menos a una mujer también fueron criados por una mujer. Mujeres que no tuvieron esta herramienta en sus manos.

«Dejemos de empoderar niñas y empecemos a educar varones». Leí esa frase y me gustó. Es claro que seguiremos empoderando niñas, pero la clave está en poner el foco en otro lado también: en educar varones.

Ya me parece un lugar común, un cliché. Evidentemente no lo es, porque si lo fuera no habría grupos de hombres de 20 años, no de 70, que violan una piba en un auto o matan a patadas a un pibe en el suelo de un boliche. Mientras siga pasando, seguiremos hablando, gritando y pataleando todo lo que aún falta cambiar.

Como madres, pediatras, maestras, amigas, debemos pensar la manera de que esto no suceda más. Además de empoderar niñas para defenderse y valorarse, debemos educar varones para que algún día nuestras niñas no tengan que defenderse más, ni vivir con miedo, desconfianza, vivir en alerta. Porque las mujeres vivimos “en alerta”, siempre. Porque hemos vivido, todas, alguna situación de abuso, y deseamos que nuestras niñas no las vivan jamás.

Educar desde el respeto, la igualdad de derechos, la no discriminación, la sensibilidad por el otro, la empatía, la no violencia, el no abuso, la Educación Sexual Integral (ESI). Desde la familia, desde el consultorio de pediatría, desde la escuela, desde el Estado y la sociedad. Eduquemos a nuestros varones, para salvarlas a ellas, y a ellos también.

Frases como “no llores, no seas maricón”, o “dale una buena paliza para demostrar quién sos” o “no lo dejé hacer baile, tiene que ser machito” se siguen escuchando. Y somos nosotras las que tenemos que enfrentarnos a esos hombres que fueron víctimas de una educación patriarcal, machista.

Ponerles un freno, explicarles que no es por ahí, que el camino es otro. Se pueden deconstruir si quieren, muchos ya lo han hecho. Y si no quieren, tendremos que trabajar el doble para que eso no afecte a nuestros hijos, que estoy segura nos van a escuchar, y por qué no, enseñarles ellos mismos a sus propios padres.

Relaciones de adultos con aroma a niñez

Cuando somos bebés, les comunicamos a nuestros adultos educadores a través del llanto, de las risas, o con gritos, que hay una necesidad fisiológica o emocional que atender. El cómo fueron resueltos estos “llamados” es lo que marcará la calidad de las relaciones de adultos.

En la infancia, las neuronas espejo estás muy activas, lo que permite al niño aprender sobre la vida observando, repitiendo, imitando e, incluso, aprenden más por el tono de la voz con que les hablamos que por las palabras que decimos. Este núcleo de crianza puede ser un espacio seguro, amable, confortable o, por el contrario, peligroso, inseguro y hostil. Estas experiencias serán una guía de “qué hacer para conseguir algo”, “cómo decirlo si es urgente” o “si tendrán que insistir o luchar”, cimentando de este modo, las bases que forjarán el modelo de comunicación con un otro.

No creo que sea útil hoy en día hablar de hombres duros y mujeres sensibles, de varones dominantes y mujeres débiles. No es cuestión de géneros. En cada uno de nosotros, en la infancia, se habrá generado un tipo de apego que condicionará nuestros vínculos futuros.

Detrás de relaciones caóticos y muy dependientes puede haber un niño con miedo al abandono, real o no, pero es lo que percibió de su núcleo familiar inestable, con poca contención del cuidador, que hizo que se gravara en él ese temor. Detrás de alguien que pone distancia o genera rechazo o frialdad, puede haber un niño que teme que lo hagan sufrir.

Cuando mires a los niños, donde estés, asegurate que su infancia sea memorable, porque las relaciones de adultos, muchas veces, huelen a niñez.

Artículo elaborado por Lucila Bucich, Milagros Ramírez y Mónica Salvaneschi.