Lo último que se pierde

¿Cómo va la vida, querido lector? Pensando en qué escribir esta semana para mi columna en puntocero, recordé lo que significaban estas fechas para mí, y decidí que voy a hablar de fe.

Pero… ¿qué es la fe?

Según el diccionario, la definición de fe es la creencia y esperanza personal en la existencia de un ser superior (un dios o varios dioses) que, generalmente, implica el seguimiento de un conjunto de principios religiosos, de normas de comportamiento social e individual y una determinada actitud vital, puesto que la persona considera esa creencia como un aspecto importante o esencial de la vida: «tener fe». También se define como la virtud teologal del cristianismo que consiste en creer en la palabra de Dios y en la doctrina de la Iglesia. «Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad».

Este feriado es Semana Santa y también Pesaj. Ambas celebraciones tienen su fundamento principal en la fe.

Para los católicos, en Semana Santa se conmemoran los últimos días de vida de Jesús entre los hombres. Comienza el Domingo de Ramos, día que se recuerda la llegada de Jesús a Jerusalén, y finaliza con el Domingo de Resurrección.

Pesaj es una festividad del pueblo judío en la que se recuerda la liberación del pueblo hebreo de Egipto tras 210 años de esclavitud. Se festeja cada año el 15 de Nisan, de acuerdo al calendario hebreo. Esto aproximadamente ocurre entre fines de marzo y mediados de abril en el calendario gregoriano.

Si estas dos festividades concuerdan, es por el simple hecho de que Jesús nació, vivió y murió siendo judío, y la Última Cena ocurre justamente en Pesaj. Es acá donde siento que la fe es una. Que no importa mucho de qué religión seas, hay un famoso hilo rojo que nos termina uniendo a todos.

Recuerdo con mucho cariño cómo vivía la Semana Santa en mis últimos años del secundario. En esa etapa, mi fe era pura y fuerte como roca, la vida aún no me había pasado por encima. Desde el lunes, primer día de retiro, vivía intensamente un periodo de fe que luego no volví a sentir. El espacio duraba tres jornadas y no era obligatorio. Recreábamos lo que ocurría en esa semana, según la Biblia, y teníamos distintos espacios para entrar en diálogo con Dios. Al volver, participábamos de las cuatro misas que formaban parte del ritual católico. Aún conservo todos los escritos y los símbolos que nos llevábamos de aquellos días en una caja de zapatos.

Después, la vida adulta me fue quitando esos espacios tan necesarios. Hoy pasados unos cuantos años y ciertos eventos difíciles, no puedo asegurar que mi fe sea la misma que en la adolescencia.

¿Qué nos pasa? ¿Qué perdemos en el proceso de crecer?

Es cierto que el entusiasmo ya no es el mismo, tal vez por el cansancio y el agobio, pero siento que algo comenzó a erosionar esa roca fuerte que era mi fe.

El miércoles, en uno de los colegios en donde trabajo, nos regalaron un pequeño espacio para la oración. Los chicos y chicas salieron una hora antes e invitaban a los profes a vivir una experiencia diferente para palpitar la Pascua. Me quejé, como nunca lo había hecho. Siempre soy materia dispuesta para estos eventos, pero esta vez me pesaba. ¿A qué le tenía miedo?

Fui igual, obligada, claro está. Había tres altares y las oraciones eran guiadas. Lo diferente fue que esta vez se trataba de una reflexión interactiva. Me puse los auriculares y comencé, a cara de perro, la experiencia. Debo reconocer que estuve tentada en poner los audios al doble de velocidad, pero algo me dijo que no lo hiciera. Me dispuse a escuchar y mis ojos comenzaron a brillar, eran lágrimas, recién empezaba y ya me había emocionado. Hice todo como debía y terminé rezando. Ahí estaba mi fe. Tal vez más chiquita que a los 16 años, más débil, más golpeada. Pero estaba ahí, solo necesitaba tiempo personal, volver a conectar con mi interior. Y sonreí, porque no todo estaba perdido, algo quedaba de aquellos días felices.

Pero esta es mi historia, amigo lector, y seguro hay mucha gente del otro lado que no profesa una religión, como es mi caso, pero sin embargo la fe es finalmente lo que mueve el mundo. Y no es solo una frase hecha.

La fe puede estar en otra persona, en la vocación, en un grupo de gente que decide ayudar sin tener una entidad detrás. La fe está en los chicos y chicas, en un nuevo proyecto, la fe muchas veces está en todos esos momentos en los que te caíste y pudiste levantarte, está en vos.

Son días festivos para dos de las religiones con más adeptos en todo el mundo. Puede que festejen cosas diferentes, que crean en cosas diferentes, pero algo los une, nos une, y eso es la fe. Y como bien dice el dicho, es lo último que se pierde.