Habitualmente, cuando hacemos esta pregunta surge toda una serie de asociaciones que nada tienen que ver con el dinero en sí y nos llevan a la distorsión, mal uso y colocación en ese papelito de toda serie de ilusiones: desde tranquilidad a felicidad, plenitud, confianza, poder, maldad, dominio, libertad, etcétera.
Tenemos que aprender a entender el dinero como una energía necesaria en el mundo para facilitar y potenciar un intercambio de bienes y servicios entre personas. Las connotaciones humanas de poder y dominio son eso, aditamentos humanos. Sin dinero en cualquiera de sus expresiones, aún habría un intercambio (trueque). Equívocamente, se circunscribe la carencia al área material porque se reduce la esfera del dinero a lo material, pero en realidad la carencia parte desde una falta emocional. Y para hablar de carencia, tenemos que traer el concepto psicoanalítico de falta.
Desde el psicoanálisis, la falta viene asociada al deseo. El deseo nace desde nuestro primer contacto amoroso que es el pecho de la madre, ese es nuestro primer objeto de amor y nuestra primera experiencia de satisfacción. A partir de ese ir «libidizándonos» y en el tránsito posterior y resolución del Edipo, nos volveremos sujetos deseantes. Cabe recalcar que siempre estaremos buscando repetir esa primera experiencia de satisfacción, que nunca será la misma y que, en la prosecución de ese deseo, este se irá desplazando, por lo cual habrá un resto de deseo irrealizable.
Como vemos, esta renuncia y aceptación de la castración no parte de lo material sino de lo emocional, de la renuncia a volver a ese primer objeto de amor. Entonces, para lograr identificar qué tipo de carencia tengo, tendré que preguntarme de qué molde vengo, cómo fue mi relación con mi familia y cómo fueron ellos respecto al dinero.
Para esto, un excelente ejercicio es el del genograma del dinero. ¿Cómo eran mis abuelos respecto al dinero, cómo eran mis padres, cómo soy yo? Así podemos detectar si nuestros padres fueron avaros o despilfarradores y cómo fueron los padres de nuestros padres. La avaricia y el despilfarro son dos caras, dos aparentes opuestos que son iguales, porque encubren ambos un patrón de desvalorización, de que “el dinero no vale para tenerlo, por ende, lo tiro” o “no vale para disfrutarlo, por ende, lo guardo”. Y el dinero funciona como proyección propia, por consiguiente, quien no vale para el dinero soy yo. El avaro guarda por miedo y el despilfarrador lo evapora entre sus dedos porque es como si le quemara, como si fuera sucio. Pero la carencia emocional es siempre propia, es decir, las carencias materiales son consecuencia de mis carencias de amor hacia mí. Como no me quiero, ni me cuido ni atiendo ni merezco nada bueno, me reaseguro miseria a través de conductas miserables. Otro ejercicio muy útil es, entonces, el de registrar mis propias carencias, en qué áreas o conductas soy miserable conmigo.
Otra de las formas es el ahorro por miedo
En el mundo consumista líquido que vivimos, ahorrar se convirtió prácticamente en una quimera, pero es necesario separar lo que era la vieja cultura del ahorro orientada a un fin específico, como podía ser una casa, un auto, un viaje, una carrera, la jubilación, etcétera. Un viejo esquema decía que una buena distribución sería 50% en gastos esenciales, 30% gastos no esenciales (disfrute y entretenimiento) y 20% ahorro.
El problema surge cuando se ahorra “por si pasa algo”, ya que le estoy dando al ahorro una asociación de miedo e, inconscientemente, esto funciona como una profecía auto cumplida, ya que si pienso que ahorro por si me roban, por si me enfermo o por si se me quema la casa, estoy propiciando las condiciones para que esto suceda. En primer lugar, si quiero llegar a un balance de mis cuentas y tener capacidad de ahorro y proyección, debo tener en claro y llevar un registro de mis ingresos y egresos, para poder analizarlos, establecer un diagnóstico y tomar medidas. Si no sé dónde estoy parado, no puedo hacer nada, ya que actúo únicamente por impulso, y que me vaya bien o mal dependerá de factores siempre ajenos a mí. La idea no es llevar un control al centavo, pero sí tener una idea mental muy aproximada de mis cuentas.
Y el disfrute es una parte tan o más importante en la torta que el cumplimiento de las obligaciones, porque si no caemos en la asociación «dinero = trabajo». Y trabajo lleva asociada la idea de esfuerzo, sacrificio, de carga, de deber. Y entonces solo voy a trabajar para ganar dinero y solo me llegará el dinero justo para pagar mis obligaciones y nada más, porque yo mismo lo estoy limitando mentalmente a otras actividades como viajar o disfrutar. Y acá es necesario romper también con la programación de ingreso de dinero atada a un trabajo remunerado, un trabajo en relación de dependencia que nos remite a la ilusión de seguridad de una madre que nos mantiene y protege.
Por otro lado, el trabajo no es justamente la vocación. ¿Por qué no poder romper la asociación «trabajo = sufrimiento» y vincular la vocación al ingreso de dinero como algo placentero? Para redondear el tema, una tarea muy recomendable es que imaginemos 7 posibilidades desde dónde puede llegar el dinero a nosotros que no sean el clásico trabajo en relación de dependencia, ¿qué se te ocurre?
Además, a modo de bonus track, te dejo unas perlitas cinematográficas súper recomendables para disfrutar y reflexionar: «El Padrino » («The Godfather»), «El Lobo de Wall Street» («The Wolf of Wall Street») y «La Gran Apuesta» (The Big Short»).