«Dice el director que ¿quiere que la veas? en sala»

El problema de la distribución en la Argentina viene arrastrándose desde hace décadas y no parece tener solución. La pandemia, más que colaborar a encontrar una salida, lo que hizo fue complejizar todo porque se ramificó la tensión entre los tres jugadores del asunto: los productores, los distribuidores y los exhibidores. Estos últimos son los que sufren más la piña en la cara que propinó el cierre de los cines, ya que no existe una alternativa posible a una sala cerrada, en cambio, los productores y distribuidores al menos pudieron volantear los proyectos terminados hacia el streaming, que se veía en los diferentes sistemas con una gran demanda, en especial en los primeros meses de una cuarentena más estricta.

Los complejos multipantallas, que hoy se presentan como las grandes víctimas de la pandemia, son los que cierran las puertas de par en par a las películas argentinas que no cumplen con estos tres requisitos: incluir al menos a una estrella en el elenco, ser distribuida por una major y tener el apoyo de un canal de TV importante. Sin estas exigencias, el cine argentino de mediano y bajo presupuesto no puede aspirar a salas salvo algunas funciones marginales, con suerte, por el lapso de una semana.

Debido a esta recurrencia de las tres empresas que controlan el grueso de las pantallas de cine, el Gaumont se presenta como la única opción asegurada de estreno para las películas argentinas. Cierto es que en el Interior del país existen otras salas de los espacios INCAA pero que, de ninguna manera, alcanzan a cubrir -ni siquiera- a todas las ciudades grandes de la Argentina, ni hablar de las más pequeñas. De esta desigualdad se desprende que el público que desea ver cine argentino, en las provincias, deba trasladarse cientos de kilómetros, lo que resulta un verdadero disparate en los tiempos que corren cuando a un clic de distancia se puede tener acceso a diferentes contenidos. El ciclo «Jueves Estreno» demostró que el interés por ver cine argentino existe, los números de algunas películas vistas en la plataforma y en el canal CINEAR dejaron cifras impensadas para lo que hubiera sido la taquilla de esas películas con una modalidad presencial. Lo que debió ser un motivo de alegría, como reacción primaria para todos los involucrados en la industria del cine nacional, es por estos primeros días del 2021 un vago recuerdo lejano.

El acto romántico de hacer una premiere con familiares, amigos, allegados y todo el equipo técnico es, sin dudas, una celebración necesaria. Hacer una película lleva mucho tiempo, esfuerzo, dinero y «dolores de cabeza» que pueden durar años. También estrenar en una sala y observar las reacciones del público es parte de esa aventura que quiere atravesar una o un realizador. Por supuesto que en el deseo de proyectar en cine comprende el objetivo de pensar una película para una pantalla grande, ya sea por la factura técnica o por las estrategias visuales empleadas. Desde hace algunos años esa idea inicial fue corriéndose del imaginario porque no podemos mantener todavía en piedra los anhelos de un estreno «sí o sí en sala de cine». Pensemos en los casos de directores como Martin Scorsese o David Fincher (por citar solo dos) que debieron llegar a diferentes acuerdos con servicios de streaming para producir sus últimas películas. Las resoluciones del INCAA, que exigen estrenos en sala, también deberían ser objeto de estudio para reformarlas de acuerdo a los tiempos actuales, es decir, que no se obligue a proyectar las películas en pantalla grande a producciones pequeñas y medianas, tan solo para cobrar un subsidio de distribución.

Como cualquier situación compleja y que se extiende en el tiempo existe más de un culpable. Les realizadores, les productores y demás agentes de la industria audiovisual argentina tienen una sola alarma que los activa: la producción. Muy pocas veces vemos a los colectivos de cineastas, de productores, etcétera, levantar la voz por la distribución: «Vayan la primera semana porque es importante», esa es la única frase que se escucha en una entrevista a un director/directora, productor/a e incluso actor o actriz. Casi nunca se escucha algo similar a una reforma inclusiva de fondo para que esas películas (¡que ellos y ellas mismos hacen!) no duren apenas siete días con la misma cantidad de pasadas. El cine Gaumont tiene tres salas para exhibir el doble o hasta incluso el triple de películas, de esta manera ninguna tiene más de dos funciones diarias (en el mejor de los casos). Ni siquiera pasemos a la siguiente instancia que es la de la preservación de ese patrimonio fílmico, es decir, a la concreción de la bendita cinemateca. Nuestra penuria y vergüenza mundial a la vez en materia cinematográfica porque es necesario recordar que todos los países del Mercosur, solo por hacer un recorte posible, tienen una cinemateca o un espacio cuidado por el Estado que se ocupa de guardar las películas y cualquier otro material de archivo. Aquí muchos directores y directoras creen que tener en un pendrive el archivo «Mipelicularecopada.mp4» es suficiente para conservar sus filmes. Almacenar no es lo mismo que preservar.

La tensión que se avecina es la de mantener ese acto ideal y único de estrenar en cine, ya comenzaron algunos a subir los escalones de un pedestal imaginario que se debe ubicar en la misma nube de gases tóxicos que no les permiten ver la realidad mundial y es por ello que se refritan las frases como: «El director quiere que la veas en sala», ante el pedido de un link para cubrir un estreno. «Que la veas en sala», dice el/la encargada de prensa, quien transmite el mensaje y nada tiene que ver con la decisión. ¿A qué sala se refiere? Si en la mayor parte del país las salas de cine continúan cerradas y sin fecha de apertura estimada, más allá de la aprobación de los protocolos. ¿Esperan que compartas gotas de flugge en una función privada organizada en una sala que en comparación el extinto cine Normandie sería el Ritz?

Si una pandemia no transforma la lectura sobre la accesibilidad de contenidos en aquellos que los realizan y que se encargan de distribuirlos es porque nada lo hará. El director que quiere que veamos en sala su película para apreciar el despliegue visual de su obra es el mismo (y que engloba a muchos otros y otras, por supuesto) al que poco y nada le importa el público. El aforo reducido de las salas y un cronograma de funciones limitadas por el toque de queda que impide las proyecciones nocturnas parecen ser, además, otros factores desatendidos en pos de «quiero que mi película se vea en un cine». La realidad es que les da lo mismo, no les importa si van 50 espectadores a un cine o si la ven 50.000 en una plataforma, el verdadero interés se cubrió cuando se entregó el DCP, esa copia que almacenan esperando el llamado de un servicio de streaming, el que sí verdaderamente importa tan solo porque paga.

La lucha incansable contra aquellos que quieren instaurar la mentira de «con la plata de los jubilados se mantiene al INCAA» para explicarles que el organismo se sostiene con un impuesto a las entradas de cine (cuya eliminación no las haría más baratas) y el alquiler del uso del espacio radioeléctrico (por ello la campaña que relanza cada tanto un conocido canal de TV que quiere dejar de abonarlo) tiene un lado B.

Esa otra cara de la moneda es el compromiso que el cine nacional tiene con el público, en especial con el que va a ver las películas con mucho esfuerzo y más aún en un país fracturado al cual el federalismo hace agua en casi todos los ámbitos. Hay algo que falla si «el director quiere que la veas en sala» no surge la iniciativa de que su película llegue a una mayor cantidad de espectadores, hoy la vía de acceso para lograr tal objetivo es CINEAR. Si quitamos la alternativa de un estreno simultáneo, tanto en salas de cine disponibles como en la TV y luego en la plataforma, estamos confabulando contra el avance imparable del streaming y, principalmente, contra el derecho a ver lo que un organismo autárquico (pero público a fin de cuentas) produjo con dinero ingresado, en mayor parte, gracias a los espectadores de cine.

La responsabilidad de los que hacen cine también debería ser un punto a tratar en la problemática de la distribución, si solo miramos con el ojo de «multi pantallas malas, malas que no dejan ver películas argentinas» (y con toda la razón, porque tienen un grado importante de culpa), estamos ignorando que desde el seno productivo nada se hace para cambiar la situación actual. La simultaneidad es un deber de ahora en más y para siempre, y nos corresponde, a todos y a todas que conformamos el círculo de interés por las películas, que se cumpla.