Mujeres, igualdad y deudas pendientes

En la mayoría de las sociedades marzo es considerado “nuestro mes”, ya que el 8 del corriente se conmemora el Día de la Mujer Trabajadora en muchos países. No obstante, si hablamos de mujeres en Argentina, este cuenta con otras fechas significativas para nosotras, en las cuales se cruzan nuestras historias y cuerpos. Fechas que son nuestras conquistas y que, sin dudas, nos tienen como protagonistas.

Los derechos conseguidos son nuestra gran conquista, sin embargo son insuficientes, surgidos con un costo alto y doloroso. Lejos de ser días de celebración, estas fechas evidencian la violencia de género, la opresión de las mujeres, los femicidios, las violaciones, los crímenes de lesa humanidad, en fin, representan las relaciones de poder institucionalizadas por el sistema patriarcal. Pero, al mismo tiempo, ocupamos un rol activo y protagónico en esta historia, con nuestra acción política, luchando, haciendo oír nuestros reclamos en las calles y colocándolos en la agenda estatal, social y escolar.

Visibilizar las violencias ejercidas sobre nosotras, mostrarnos como sujetas sociales y políticas organizadas a conquistar más derechos, justicia y emancipación. Derribar el patriarcado no es solo un slogan, visibilizarnos es enfrentar prejuicios, miedos, estigmas, violencias múltiples. La visibilización es colectiva, nos arma de coraje y nos identifica social y políticamente. Se visibiliza la pérdida histórica, sistemática y constante de mujeres, compañeras, hermanas. Como expone la gran Dora Barrancos, «…víctimas consuetudinarias de toda clase de violencias» (Barrancos, 2017). Mujeres alejadas o cercanas pero que forman parte de nuestra realidad pasada y presente. Es la historia de las mujeres en un mundo liderado por la historia de los hombres, que continúan silenciándolas.

Visibilidad lésbica

La agenda de marzo inicia con el 7M, Día de la Visibilidad Lésbica, logro que es producto de un crimen de odio heteronormativo, es decir, basado en la imposición de relaciones sexuales-afectivas heterosexuales. En 2010 Natalia «Pepa» Gaitán (27 años) fue asesinada por Daniel Torres (padrastro de la novia de Pepa) en la ciudad de Córdoba. Tras la exposición y la acción de las organizaciones sociales lograron el encarcelamiento del femicida. Por esto, el 7 de marzo pasa a denominarse “Día municipal contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género”, según Ordenanza Nº 11.906.

«La asesinó de un escopetazo a 2 metros. Fue condenado a 14 años de prisión, pero el hecho fue determinado como ‘Homicidio simple calificado por el uso de arma de fuego’. El crimen de odio por orientación sexual y expresión de género no fue considerado a la hora de determinar la pena, como pidió la querella” (La Nueva Mañana, 2019). Natalia fue invisibilizada, incluso por los medios de comunicación, como lesbiana y al crimen como femicidio. A Natalia la mataron por mujer, por lesbiana y chonga.

El mismo año se aprueba la Ley Nº 26.618, “Matrimonio Igualitario”, por la cual miles de mujeres dejaron de ser “socias” o “amigas” y se convirtieron en sujetas de derechos como cualquier pareja heteronormativa. Esta ley significó un cambio respecto a lo legal, el estatus jurídico y se pretendió un cambio en la sociedad. Diez años después, se sigue castigando a las mujeres que no responden a los estereotipos y mandatos sociales, se las quiere seguir “normalizando”: no es posible ser mujer, lesbiana y chonga aún hoy en la Argentina. Se pretende seguir domesticando cuerpos y mentes. Un beso en la vía pública lleva a un proceso judicial, salir a bailar significa que te muelan a golpes en cualquier esquina, caminar por tu barrio significa que te violen y así te “enseñan” a ser menos chonga. Basta con investigar el caso de Eva Analía “Higui” de Jesús que, después de 10 años de acoso por ser lesbiana, cuando la intentan violar se defiende y mata a su agresor, ella termina meses presa y procesada. Lamentablemente, todavía no conquistamos la libertad del deseo y de los vínculos.

Todavía «vivimos un espejismo de igualdades que, apoyándose en logros reales y avances inequívocos, desmienten que están vivas la cultura androcéntrica, la mirada machista y la valoración estereotipada de roles a los que se hace aparecer como determinados por la naturaleza» (Hendell, 2017).

Mujeres trabajadoras, sujetas activas y protagonistas

La historia del 8M empieza en 1910 en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague, Dinamarca. Clara Zetkin (feminista y socialista) llamó a proclamar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Si bien no se fijó una fecha concreta, se estableció que debía ser en marzo y se debían llevar adelante mitines y huelgas exigiendo el derecho a voto no calificado de todas las mujeres, derecho al trabajo, formación profesional y la no discriminación laboral, entre otras consignas. En sus discursos, Clara Zetkin reivindicó a las “Garment Workers”, mujeres trabajadoras de la industria textil de New York que desde 1857 venían realizando huelgas contra los bajos salarios y las precarias condiciones laborales, las cuales fueron reprimidas duramente por el Estado y la patronal. El 8 de marzo de 1908, las mujeres se manifestaron para exigir un recorte laboral, mejor salario, derecho al voto y el fin del trabajo infantil bajo el slogan de “Pan y Rosas” en Massachusetts, Estados Unidos. Entre otras cosas, lograron el reconocimiento de los sindicatos.

A un año de la II Conferencia Internacional de Mujeres, el 25 de marzo de 1911 se produjo el incendio en la fábrica Triangle Shirt Waist en New York, que generó la muerte de más de un centenar de mujeres, la mayoría inmigrantes que tenían entre 14 y 23 años. Los encargados de la fábrica habían cerrado las puertas del establecimiento y las mujeres no pudieron escapar del fuego.

Por primera vez se celebró el Día de la Mujer el 19 de marzo de 1911 en Alemania, Austria, Suiza y Dinamarca. Rusia adoptó el Día de la Mujer tras la Revolución de 1917 por acción de Alexandra Kollontai (también logró el voto de la mujer, el aborto legal y el divorcio). China lo adoptó en 1922 y España en 1936. Luego de una gran lucha feminista y de mujeres trabajadoras, finalmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1975 declaró el Día Internacional de la Mujer, pero dejó afuera la palabra trabajadora. El 8 de marzo de 2017 se declaró el Primer Paro Internacional de Mujeres.

Pero, ¿de qué nos sirven estas fechas? En primer lugar, debe ser un recordatorio y visibilización de las luchas políticas y sociales que venimos atravesando las mujeres en la historia, pero que la historia androcentrista se niega a visibilizar. En segundo lugar, es importante la palabra “trabajadora”: somos mujeres trabajadoras, todas. Trabajamos dentro y fuera del hogar (tareas de cuidados hacia hijas e hijos, hacia adultes mayores, limpieza, cocina, etcétera), una gran cantidad de mujeres llevan adelante una doble jornada de la cuales se percibe un solo salario.

La Revolución Industrial produjo nuevas formas de explotación y de desigualdades, las mujeres proletarias no recibieron los beneficios de las riquezas obtenidas de las nuevas tecnologías y los grandes capitales. La incorporación de la familia nuclear burguesa como modelo a seguir impuso a las mujeres una doble jornada laboral, pero con moral aceptable, ya que si eran pobres trabajaban por necesidad, pero contaban con un marido. Pero en el caso de que no contaran con un marido, a esa doble jornada laboral se le sumaba un prejuicio moral y social que las convertía en promiscuas, inmorales y varios calificativos más.

«La mujer trabajadora fue un producto de la Revolución Industrial, no tanto porque la precarización creara trabajos para ella allí donde antes no había nada (…), como porque en el transcurso de la misma se convirtió en una figura problemática y visible» (Scott, 2000). Como planeta Scott, la mujer trabajadora se convirtió en un “problema” y nosotras salimos a la calle a reivindicarnos como ese problema que molesta.

La introducción de las mujeres a diferentes mercados laborales implicó para las patronales una reducción en el costo de la mano de obra. Estas desigualdades salariales justificadas en el género y discursos sobre la condición natural de las mujeres que las ubica dentro del hogar (naturalización y romantización del trabajo doméstico) siguen evidenciando, hoy en día, que un hombre recibe mayor salario por la misma tarea, las dificultades para conseguir los mismos puestos de trabajo, combinar maternidad y trabajo, el tipo de trabajo (la mayoría son el sector de cuidados y precarizados). Los sindicatos, en el Siglo XIX, excluyeron a las mujeres trabajadoras organizadas. No tomaron en cuenta la mayoría de sus reclamos y, por supuesto, estaban en contra de que las mujeres trabajaran y abandonaran sus hogares. El paradigma maternalista recayó fuertemente sobre las mujeres, tanto desde los sectores conservadores, desde los de Izquierda y los feministas. En la actualidad logramos entrar en los sindicatos, pero las mujeres gremialistas se encuentran en estructuras machistas y fuertemente verticalistas, muy pocas logran llegar a las cúpulas o a un tipo de organización diferente. Nos encontramos en plena lucha por la libertad de elección de la maternidad y la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos.

¿Qué cambió del Siglo XIX al XXI?

Seguramente muchas cosas, pero otras no tanto. En vísperas de un nuevo Paro Internacional de Mujeres, se nos sigue ninguneando, satirizando, menospreciando nuestro accionar como una forma de lucha y resistencia, seguimos siendo esas locas, fanáticas, feminazis, extremistas feministas que no tienen nada que hacer y no queremos lavar los platos.

«En cuanto a las huelgas exclusivamente de mujeres, son harina de otro costal: una rebelión insoportable para el patrón habituado a su docilidad, un irritante disgusto para la familia. Sensibilizada por la habitual juventud de las huelguistas, una indecencia para la opinión que va de la condescendencia indulgente (esas pobres locuelas) al sobreentendido sexual, un desorden en el espectáculo familiar de la sumisión femenina, en resumen, un escándalo» (Perrot, 2000). El Paro Internacional de Mujeres en este próximo 9M nos visibiliza una vez más como mujeres públicas y políticas, sujetas de derecho que salimos y tomamos las calles. Somos el problema y vamos a molestar.

Memoria, Verdad y Justicia

El 24M es una fecha que se viene trabajando en las escuelas y desde las políticas de Estado hace varios años. Pero, ¿cómo se visibilizan las mujeres? ¿Cómo se establecían las relaciones de género en un proceso caracterizado por la violencia y el carácter violento de la voluntad política transformadora? Durante la dictadura cívico militar argentina de 1976 a 1983, el terrorismo de Estado utilizó métodos de torturas y desaparición de personas de manera sistemática. Pero las mujeres debieron soportar métodos dirigidos a su género: violaciones sistemáticas, esclavitud sexual y servil, humillación psicológica permanente por ser mujeres, embarazos y partos en las peores condiciones humanas, el robo de sus hijas e hijos, entre otras tantas. “Por, sobre todo, la violación sexual constituyó un acto de afirmación del poder masculino de los militares sobre las mujeres. Desde el más alto jefe del campo hasta el último conscripto, pasando por todos los custodios e interrogadores, todos se sintieron con derecho a disponer de las secuestradas como esclavas sexuales.

Si bien es cierto que hubo hombres violados, no lo fueron en el grado de sistematización y generalidad en que lo vivieron las mujeres. Y violar a un hombre constituía la afirmación del poder masculino sobre varones «feminizados» y por ende violables y degradados (Álvarez, 2000). Los contextos de encierro asumen la tarea de «normalizar» a las y los sobrevivientes, un psiquiátrico, la cárcel, un campo de concentración, una sala de tortura, entre otras. Las mujeres secuestradas en los 70′ representaban lo anormal. En las décadas de los 60′ y 70′ se produjo «una alteración del estereotipo femenino» (Barrancos, 2007). Eran «putas y guerrilleras» (Lewin & Wornat, 2014), eran mujeres que se habían descarriado de la sociedad cristiana occidental, mujeres que debían retomar los labores hogareños y educar a sus hijas e hijos, mujeres que debían volver a los valores de la iglesia católica, al lado de un marido, con la estética que le correspondía a un buena mujer (son algunas de las frases que debían soportar las prisioneras mientras las violaban, las torturaban y las obligaban a servir y atender, acompañar como buenas mujeres a los varones torturadores). «La humillación hacia los prisioneros y prisioneras era permanente. Y a la que se ‘merecían’ las detenidas por ‘subversivas’, se agregaba el castigo por ser mujeres, por haber desconocido la esencia femenina que habría debido mantenerlas en casa, alejadas de toda actividad político militar» (Álvarez, 2000).

«Sin dudas, hay una diferencia de género en los atributos de los que se invistió el horror del terrorismo de Estado: las violaciones, las condiciones del parto y el secuestro de los recién nacidos aumentaron la victimización de las mujeres» (Barrancos, 2007). Dora Barrancos, en su libro «Historia de las Mujeres en la sociedad Argentina», relata el testimonio de una mujer en el Juicio a las Juntas que narró cómo su torturador después de violarla varias veces le pasaba semen por las heridas «para curarla» (Barrancos, 2007). Otro libro con testimonios importantísimos es «Putas y Guerrilleras» de Mirian Lewin y Olga Wornat.

Es importante hacer una diferencia entre femicidio y feminicidio. «Feminicidio es un término político que conceptualmente es más abarcativo que el femicidio porque señala también al Estado y a las estructuras judiciales que naturalizan la misoginia y con ella la impunidad, responsabilizándolos por los asesinatos de mujeres, ya sea por inacción, tolerancia u omisión» (Hendell, 2017). Por lo tanto, las mujeres asesinadas durante la dictadura cívico militar son Feminicidios, concepto que no aparece en los juicios a los militares, ni aparece en los medios, ni aparece en los programas escolares.

Por otro lado, es pertinente traer el concepto de «Femi(geno)cidio» (Segato, 2010). Vale aclarar que en la Argentina la figura de Genocidio no fue tomada por los tribunales, sí la figura de Crímenes de Lesa Humanidad. Podemos encontrar la figura de Genocidio dentro de algunos fallos. Sin embrago, desde las organizaciones sociales y de Derechos Humanos se sigue sosteniendo que fue un genocidio. Pero acá redoblamos la apuesta. ¿Si fue un genocidio, por qué no podemos agregar la figura de femigenocidio? Las relaciones de poder, las torturas hacia las mujeres tenían características diferentes a la de los hombres. «En el caso del genocidio porque los grupos consagrados nacional, étnicos, racial, religiosos y políticos por la Convención de 1948 y reconfirmado por el Estatuto de Roma, pero no nos encontramos tipificadas las mujeres (…) mientras tanto, el aumento vertiginoso de las formas de crueldad letal contra el cuerpo de las mujeres prosigue su curso» (Segato, 2010).

Si retomamos el concepto de visibilización que proponen estas fechas, en el 24M las mujeres continúan invisibilizadas. No encontramos la figura de feminicidios, mucho menos la de femigenocidio. Sí se logró que las violaciones se convirtieran en crímenes de Lesa Humanidad. «Después de su invisibilidad inicial y como consecuencia de la presión de entidades de Derechos Humanos, la violencia sexual y la violación practicadas como parte de un proceso de ocupación, exterminio o sujeción de un pueblo por otro, fueron siendo incorporados paulatinamente como crímenes de Lesa Humanidad (violación y otros actos inhumanos)» (Segato, 2010).

Por último, pero no menos importante, quizás son la luz después del terror. Fueron mujeres las encargadas de visibilizar lo que ocurría en la dictadura, fueron madres y abuelas que salieron a las calles a buscar a sus hijas e hijos y a sus nietas y nietos. Fueron el ejemplo de cómo la maternidad es política. Del ámbito privado al público y político llevaron sus conciencias, sus cuerpos. Asumieron la lucha de sus hijos e hijas, entendieron todo. ¿Estaban alejadas de la política y la militancia, realmente? Seguramente no, no de la manera que lo hacen quienes militan, pero en sus hogares criaron mujeres y hombres que portaban una gran conciencia política y social. Ellas aprendieron de sus hijos e hijas. Pusieron su cuerpo frente a los militares. Es el mismo paradigma y mandato maternalista que oprimió a tantas mujeres que llevó a estas madres a salir a la calle, a pedir “Aparición con vida” a pedir “Nunca Más” a pedir “Juicio y Castigo” y “Ni olvido ni perdón”. Son nuestras tan amadas Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de la Plaza de Mayo. ¡El pueblo las abraza!

La lucha continúa

Ante este nuevo mes de marzo logramos muchas conquistas que se evidencian en políticas gubernamentales concretas, como la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, la cercanía con las organizaciones de derechos humanos, la implementación de la Ley Micaela, la legalización del aborto presente en la agenda política, entre otras.

Sin embargo, esto aún no es suficiente para terminar con la opresión de la mujer en nuestra sociedad, surgen algunas preguntas: ¿estamos realmente representadas todas? ¿El balance es positivo con 70 femicidios en lo que va del año? ¿Se puede hablar de avances si en los hospitales siguen incumpliendo con la ILE? ¿Se está respetando el derecho de cada una de nosotras de decidir sobre su propio cuerpo?

En este sentido, es imperioso continuar con la lucha de las mujeres que nos anteceden, apropiarnos de nuevas conquistas. Por ese motivo, este 9 de marzo habrá Paro General y movilización por nuestras predecesoras y por las generaciones que vienen, ¡Nos vemos en las calles!

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Carla Blanco y Carmen Fernández Villa.